Nuestro país empieza a padecer un peligroso aumento en los casos de contagio por coronavirus. La decisión de las autoridades de adelantarse al día martes, donde habitualmente se informaban las zonas en cuarentena, da cuenta de atisbos de descontrol de la pandemia. En estas circunstancias, el intento de instalar el concepto de “nueva normalidad”, al cabo de dos semanas, aparece como un fracaso político y comunicacional.
Sin embargo, el relajamiento de las medidas de cuidado, a nivel individual e institucional, es real. No ocurre solo aquí: el fin de semana asistimos con estupor a la multitud de jóvenes que se abalanzó al bohemio barrio de Malasaña, en Madrid, apenas el jefe de Gobierno, Pedro Sánchez, dio señales de relajamiento. En el caso de Chile, ya veníamos viendo el retorno de los funcionarios públicos y la apertura de los malls como puntos de inflexión, como un mensaje de que la situación sanitaria no era tan grave o, al menos, conciliable con los intentos por impedir el deterioro macroeconómico. Los matinales de la televisión fueron parte de un lamentable show, liderado por uno de sus alcaldes preferidos, donde el centro comercial Apumanque se abría como si fuera un feliz acontecimiento. Ninguna pregunta ni comentario crítico al respecto.
Algo similar ocurrió con otra alcaldesa preferida por los matinales, los cuales han ofrecido sus espacios para que ella haga una suerte de programa de baile, desde la Municipalidad, usando ni más ni menos como acompañantes a los funcionarios edilicios. No nos consta que ellos lo hagan contra su voluntad, pero al menos es razonable hacerse la pregunta y, por último, no corresponde a la dignidad de los cargos ni a las razones por las cuales el Estado requiere contar con ellos.
En ese contexto, con un fin de semana largo que comenzó con la congestión vehicular de quienes intentaban salir de Santiago, y con un exitismo implícito cuando el país todavía no llegaba siquiera al peak de contagios, aparecieron el fin de semana pasado demenciales fiestas clandestinas con cientos de personas en Melipilla y Maipú. Un acto irresponsable y criminal cometido por todas aquellas personas, no solo contra sí mismos sino también contra los demás, equivalente al delito de manejar en estado de ebriedad que, como se sabe, ha tenido cada vez sanciones penales más duras. Nadie más preciso que el ministro del Interior, Gonzalo Blumel, cuando atribuyó ese comportamiento a “la estupidez humana”.
Por el mismo motivo, en esta mañana en la que transitando por las calles de Providencia vimos un muy notorio aumento del tránsito vehicular, urge que el país revierta esta conducta desaprensiva que puede terminar, literalmente, matando a muchos habitantes de nuestra comunidad. Es, en ese propósito, imprescindible que la autoridad ejerza consecuencia política, comunicacional y sanitaria, porque no es consistente propiciar la apertura de los malls y, al mismo tiempo, deplorar la realización de fiestas. Esto pasa entre otros requisitos por la explicación debida del fundamento de las cuarentenas, porque a pesar de que se ha informado que obedecen a razones sanitarias fundadas, persiste la incomprensión de por qué aquí sí y allá no, lo cual da lugar a percepciones de arbitrariedad en la medida.
Del mismo modo, la ciudadanía debe tomar conciencia de que lo que el ministro Mañalich llamó ampulosamente “La batalla de Santiago”, en cita quizás al conjunto Rage Against the Machine, no está para nada ganada. Que esta ligereza en los comportamientos individuales puede terminar siendo catastrófica para sectores importantes de la población. Urge revertir esta irresponsabilidad sanitaria, lo cual pasa por terminar con las señales de triunfalismo que provinieron de la propia autoridad.