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Suecia, el orgullo nacional en tiempos del COVID-19

Frida Hessel

  Martes 19 de mayo 2020 18:55 hrs. 
Hessel

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Una de las cosas como sueca,  que me llamó profundamente la atención durante mi primer tiempo en Argentina, donde vivo actualmente, fue la frecuencia con la que se repite los nombres de las calles, bautizados en honor a los próceres nacionales.

En cada pueblo, por muy pequeño que este sea, hay alguna avenida, calle que lleva el apellido Saavedra, Mitre o Belgrano. En cambio, en Suecia, donde numerosos centros urbanos datan de la Edad Media, las calles tienen los nombres más diversos, pero más bien inspirados en los puntos cardinales, en referencias geográficas antiguas, ocupaciones tradicionales o en elementos de la naturaleza. Una excepción. es la principal calle que atraviesa Kulladal, un tranquilo barrio residencial en la ciudad de Malmö. Se llama Per Albin Hanssons väg, en homenaje quien fue el primer ministro en Suecia entre los años 1932 y 1946 y el artífice del Estado de bienestar o “la casa del pueblo” (en sueco “folkhemmet”), concepto que él mismo acuñó.

Fue, en ese barrio, que creció Per Albin Hansson, en una sencilla edificación de ladrillo, donde sus padres, un albañil y una sirvienta, alquilaban un departamento de tres ambientes para sus cuatro hijos. Aunque sólo fue cuatro años a la escuela, hizo una carrera meteórica en el Partido Socialdemócrata, que le llevó a desempeñar cargos como presidente de la sección juvenil, líder del partido y ministro de Defensa antes de tomar las riendas del país a los 47 años.

Fue en un discurso en el parlamento en el año 1928, en ese momento era diputado, que usó por primera vez el concepto “la casa del pueblo” haciendo referencia a la necesidad de crear una sociedad inclusiva, basada en la igualdad de clases y en un sentido de comunidad. “El buen hogar no conoce privilegiados o postergados, favoritos o hijastros. No hay uno considerado mejor que el otro. Nadie trata de sacar ventaja a costa del otro, el fuerte no somete ni saquea al débil. En el buen hogar reina la igualdad, la consideración, la cooperación, la solidaridad.” Así rezan algunas de las líneas más reproducidas de ese famoso discurso, que expresa las ideas fundamentales detrás de la creación del Estado de bienestar sueco.  Suecia, en ese marco, debía ser un hogar para todos. Y, el Estado, el garante de que la población tuviera seguridad social y económica.

La transformación del país, impulsada por el gobierno socialdemócrata, que estuvo más de cuatro décadas en el poder (1932-1976), se aceleró después de la Segunda Guerra Mundial. El hecho que Suecia no hubiera participado en la contienda, conservando intacto su sector industria, le dio ventajas comparativas en el mercado global de la posguerra. Gracias al pujante desarrollo económico, los estándares de vida mejoraron. Simultáneamente, el país vivió una transformación estructural, con migración interna del campo a la ciudad, porque la vigorosa industria necesitaba mano de obra. El desarrollo fue acompañado por la ampliación del Estado y reformas sociales en pos de mejorar las condiciones de vida para sus ciudadanos. Entre esos avances sociales se destaca la de jubilación universal en el año 1935, la ley de vacaciones en 1938, que dio a los trabajadores el derecho de tener dos semanas libres por año y la asignación universal por hijo, independiente del ingreso, establecida el año 1948.

Otras medidas estaban orientadas a mejorar las viviendas de la población, que en gran parte, vivía hacinada en pequeños departamentos compartidos por varias generaciones de una misma familia. Suecia se iba a transformar, a través de la planificación y construcción de viviendas modernas para una familia también, decía el matrimonio Alva y Gunnar Myrdal, ella socióloga y él economista, los reconocidos teóricos detrás del nuevo modelo, también llamados los ingenieros sociales de “la casa del pueblo”. Sus teorías se basaban en evidencia científica, no en meras opiniones u oportunismo político.

“El país había atravesado los años 60 como una punta de lanza, así que en los años 70 estaba en el primer lugar en casi todos los ránkings de países. Era el país con más plazas en los jardines de infantes, con menor diferencia de ingresos entre sus ciudadanos, tenía el mejor director de cine, la autora de libros infantiles más destacada, el mejor esquiador de slalom, tenista y grupo pop, la igualdad más impresionante, los impuestos más altos, todos eso dio lugar a un verdadero orgullo”. Es un extracto del libro “El hijo de Svea, una historia sobre la casa del pueblo sueca” de la autora Lena Andersson. En la novela describe la transformación que vivió Suecia entre 1930 y 1970, a través de los ojos de Ragnar, un típico sueco, nacido en 1932.

Porque si bien en Suecia no se perciben señales aparentes de patriotismo, se vislumbra un profundo orgullo del modelo de país. En las escuelas no se iza la bandera a la mañana, ni se celebran fechas patrias por hazañas de próceres nacionales. Rara vez fuera de eventos futbolísticos internacionales los suecos entonan su himno. Algunas familias suelen decorar la casa con una discreta bandera cuando festejan los cumpleaños, pero en el espacio público esta insignia no es tan frecuente, como sucede en el continente latinoamericano.

Pero por estos días, la crítica internacional contra el modelo que ha adoptado Suecia para combatir el Covid-19 parece avivar el sentimiento patriótico entre sus habitantes. El amor por la patria, habitualmente poco exteriorizado, se canaliza en un ferviente “nacionalismo sanitario”, expresión usada por algunos medios de comunicación. Eso a pesar que Suecia, con más de 3600 fallecidos por el coronavirus, se ha convertido en el sexto país con más muertes en el mundo por millón de habitantes. Suecia ha elegido una estrategia más laxa que la mayoría de los países, basada en que cada ciudadano cumpla voluntariamente con el distanciamiento social, en vez de imponer medidas más estrictas de confinamiento.

“Estoy feliz de vivir en Suecia, un país dirigido por expertos y no por políticos”, argumentan algunos de mis conciudadanos en redes sociales, cuando la estrategia del país para hacer frente a la pandemia es cuestionada. Porque en Suecia son los especialistas de la Agencia Nacional de Salud Pública los que lideran la batalla contra el virus, mientras que el primer ministro Stefan Löfven ha elegido permanecer en un segundo plano. Su exposición pública ha sido cuidada y, cuando aparece, hace referencia a las recomendaciones de los especialistas y a la responsabilidad individual.

El modelo sueco cuenta con amplio apoyo en la población. Así lo demuestra, por ejemplo, una reciente encuesta realizada a 1000 personas por la Agencia Nacional de Protección Social y Preparación. El 80% de los entrevistados está de acuerdo con la estrategia.

Consultado por el diario sueco Dagens Nyheter, el historiador y periodista Henrik Berggren apunta que detrás de las ideas que dieron lugar a la “la casa del pueblo” hubo una fase anterior desde fines del siglo XIX con una fuerte tradición de movimientos populares, como el movimiento de los abstemios o el movimiento de educación del pueblo. Estas corrientes se apoyaban en la autodisciplina, es decir, no se trataba de obedecer a un especialista. Con el tiempo, esta responsabilidad se trasladó al Estado y a los expertos, y es en esa tradición que se inscriben las recomendaciones de la Agencia Nacional de Salud Pública, explica el historiador.

En el mismo artículo, que pregunta por qué los suecos se han convertido hoy en patriotas sanitarios, Berggren, quien es uno de los autores del libro “¿Es el sueco un ser humano?”, sobre la idiosincrasia sueca desde una perspectiva histórica, opina que es un malentendido que los suecos no sean patriotas. Considera que el nacionalismo es constante en la historia de los Estados, ya que cada sociedad necesita compartir valores para subsistir como tal. Se trata, en cambio, de preguntarse cuáles son los valores que unifican a los ciudadanos. En este sentido, el modelo sueco para combatir la pandemia del COVID-19, dice, es una cuestión que apela a los valores de la sociedad y contribuye a la unión. De hecho, como manifiestan algunos diarios, hay quienes se hayan apasionado tanto por la causa que se han tatuado la cara del epidemiólogo estatal Anders Tegnell, tal vez por la necesidad de contar con un símbolo nacional visible.

La crítica a la estrategia de Suecia en medios internacionales e incluso de algunos gobernantes, como el presidente argentino Alberto Fernández, parece herir el orgullo nacional. Porque en este país, donde el amor por la patria es menos visible que en América Latina, los valores que unen a sus ciudadanos tienen un profundo arraigo en la memoria colectiva. La autodisciplina, la solidaridad y la igualdad son algunos de los pilares de la ideología detrás del Estado de bienestar. La pregunta es si hoy, estos valores son suficientes para sostener la lucha contra la pandemia.

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