Racismo y pandemia por COVID-19 en Chile


A propósito del gran estremecimiento que la pandemia del coronavirus (COVID-19) ha ocasionado en el mundo entero durante los últimos meses, resulta posible sospechar que, con ello, de alguna manera, se ha venido instalando en la conciencia pública mundial, lo que puede calificarse como una suerte de error perceptivo no insignificante, del que habría que hacerse cargo reflexiva y críticamente. Es lo que intentaremos hacer a continuación.

Conforme se ha ido estabilizando con aparente legitimidad la idea de que la pandemia es un asunto de índole exclusivamente sanitaria, que responde a la irrupción de una anomalía imprevista y fatal de la vida orgánica, podríamos estar descuidando en el análisis aquella dimensión política y económica que define al orden mundial del capitalismo, la que no debería dejar de considerarse como el telón de fondo de la actual crisis. Agregado a esto, es necesario también considerar que, en el contexto histórico actual, la investigación científica se perfila como un programa hegemónico de administración y control de la vida humana, indiscutiblemente vinculado a los objetivos y al interés de ese mismo capital global. Lo cual nos obliga a formularnos muchas preguntas inquietantes con respecto a las soluciones que pudiéramos hoy día esperar por parte de unos futuros desarrollos científicos así comprendidos.

Despolitizar por completo el análisis de esta pandemia, entonces, o reducirlo a la simple exposición dramática y estadística de su expresión mórbida -por cierto, dolorosa en extremo-, como parecen querer hacernos entender las autoridades mundiales y los medios de comunicación masiva hoy en día, nos lleva a perder de vista una dimensión quizás más acertadamente explicativa del problema. Por ello, no creo que se deba caer en una anodina indulgencia y haya que terminar siendo aquiescentes con la idea de que todo ha sido solo una suerte de “destino fatal” que se ha cernido sobre la humanidad. Con seguridad habrá responsabilidades políticas muy particulares -y hasta quizás personales- que alguna vez deberán establecerse con respecto a sus causas. Esas serán, particularmente, las responsabilidades de todos aquellos que hoy parecen manifestar una mayor preocupación por la recuperación de la salud de la economía que por la salud de la población.

En este sentido, un análisis también bioético y biopolítico -no solo biomédico- de los efectos deletéreos de la catástrofe virósica planetaria actual permitiría entender que la vida humana, desde hace mucho y de múltiples otras maneras, ha venido siendo llevada al borde del abismo. Y que quizás hoy más que nunca esté ocurriendo, como dijo alguna vez Michel Foucault, que “lo biológico se refleja en lo político”. De acuerdo con esto, podemos pensar que la estructura del poder jurídico-institucional de carácter neoliberal en la que se ha querido sostener el orden social y que ha establecido un modelo económico lesivamente inequitativo, es una condición histórica que ha favorecido el agravamiento crecientemente extremo de la pandemia por COVID-19 en nuestros días.

En contextos de escasez de recursos sanitarios y cuando los peaks de contagio se van tornando más difíciles de pronosticar porque dependen y se expresan conforme a múltiples variables (cuarentenas rígidas o semirrígidas, capacidad de testeo masivo, aislamiento efectivo de contagiados, etc.), resulta difícil garantizar que los sistemas sanitarios de los países pobres puedan disponer los necesarios tratamientos de cuidados intensivos para todos quienes lo necesiten. Todo parece indicar que en la situación presente la racionalidad del mercado es la única instancia encargada de adoptar la decisión respecto de qué vidas vale más la pena salvar que otras, según su propia estrategia de cálculo. Ciertamente, la letalidad del virus habrá afectado mayormente y con unas consecuencias futuras muchos más sistémicas y desastrosas -como se llegará a comprobar en la estadística final de este trágico episodio- a aquellas naciones en las que las estructuras sanitarias son más deficientes y carecen de los recursos suficientes para asistir a los enfermos críticos o a las poblaciones más empobrecidas del planeta. Lamentablemente, quedará con ello librada solo a la buena voluntad de los profesionales médicos, o a su criterio bioético indidivual, la continuidad o el término abrupto de las vidas de sus ciudadanos.

Y entre los segmentos poblacionales más deprivados del orbe se encuentran los inmigrantes y desplazados, que han abandonado sus países de origen en busca de condiciones menos precarias de vida. Por eso llama la atención que en el caso particular de Chile y concomitantemente con la creciente oleada migratoria que ha visto llegar a su territorio durante los últimos años, un germen de racismo haya comenzado a ocupar el imaginario de su población local y permita entrever la existencia de actitudes xenófobas que aparentemente hasta las décadas anteriores los chilenos creían que no tenían cabida en su experiencia. Por esta misma razón hoy, aún más en este contexto global de la crisis de salud pandémica del año 2020, la ya precaria situación de los inmigrantes se ha tornado críticamente peor. Se podría decir que la estigmatización de la que han sido víctimas en el pasado ha adquirido una nueva y más acusada figura en el presente.

La circunstancia de la enfermedad viral impacta hoy de una peor manera sobre las poblaciones de inmigrantes porque resulta ser percibida de una manera prejuiciosamente racializada. Pertenencia étnica, enfermedad, y lugar de residencia en el caso de los extranjeros más pobres, terminan constituyendo una unidad indisoluble de la que habría que precaverse, como muchos piensan hoy en Chile. Además, su condición de marginación se ve en este momento todavía más dolorosamente expresada en la desesperada necesidad que tienen de retornar a sus naciones de origen. Porque una vez que la crisis sanitaria los desproveyó de lo que habían conseguido en el país, ahora se están viendo obligados a acampar afuera de sus respectivas embajadas en las peores condiciones, durante semanas, para suplicar su repatriación. Los prejuicios en contra de los migrantes desencadenan actitudes ofensivas, violencia social y disposiciones peligrosas que finalmente solo traen fatalidad. En este caso, representada en esa muerte social que acecha desde su llegada al país de arribo sus vidas precarizadas y que viene a exacerbarse con esa otra letalidad inminente del virus de la pandemia que ahora también les golpea.





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