Una vez más hemos sido testigos de la brutalidad policial contra personas migrantes en Chile. El martes 31 de agosto, Carabineros de Chile acudió a la población El Peumo, en la comuna de La Ligua, a causa de la llamada de vecinos del sector que alertaron sobre la presencia de un hombre que estaría produciendo desórdenes públicos. Durante el operativo fue baleado con resultado de muerte Louis Gentil, un hombre haitiano de 42 años que, como muchos otros, llegó a este país con el sueño de una vida mejor. Pero sus deseos se vieron frustrados a causa del racismo institucional.
Esta tragedia no es un hecho aislado, pues encuentra su explicación en las maneras en que se ha construido históricamente al sujeto migrante en Chile. Lo ocurrido se ancla en un imaginario nacional de blanquitud y homogeneización que ve en el “otro” inmigrante una amenaza y un peligro, aspectos que se reproducen en el ordenamiento jurídico, en la institucionalidad y en las prácticas cotidianas de chilenos y chilenas. Peor aun cuando hablamos de personas haitianas y de cuerpos estigmatizados y estereotipados, quienes deben enfrentarse día a día a una sociedad que los rechaza, no solo por el color de la piel, sino también por sus países de procedencia.
Los estereotipos pueden ser entendidos como ideas o imágenes preconcebidas que los sujetos tienen sobre un grupo social determinado, de manera que las creencias contenidas en estos no constituyen la realidad, pues son simplificaciones y categorizaciones exageradas que permite a los sujetos identificar aquello que les es extraño y diferente. En el marco de mi tesis, realizada en el Proyecto Anillos Soc180008 “Migraciones contemporáneas en Chile: desafíos para la democracia, la ciudadanía global y el acceso a los derechos para la no discriminación”, dimos cuenta de variados estereotipos con que los y las chilenas representan a las personas inmigrantes de origen haitiano. Se les estereotipa como peleadores, agresivos, territoriales, irresponsables, flojos, entre otros calificativos. Además de ello, dimos cuenta de los modos en que es representada la presencia de personas haitianas y las implicancias de esto en el territorio. Así, en la mente de las y los chilenos, la presencia de personas de esta comunidad implicaría un aumento del peligro, de los conflictos, de la inseguridad, de la suciedad y de la delincuencia.
Si bien estos estereotipos y representaciones se hallaron en un trabajo de tesis enfocado en un barrio en particular, vemos que se extrapolan a toda la población haitiana que habita en Chile: se reproducen a través de los medios de comunicación, en los discursos de las autoridades nacionales y en las conversaciones cotidianas de las y los ciudadanos. De este modo, la inferiorización y la criminalización se constituyen como un marco cognitivo desde el que se piensa al inmigrante. No es casualidad, por tanto, que se reaccione de forma desmedida en un operativo policial que involucra a una persona de nacionalidad haitiana, llegando incluso a resultados fatales, pues las y los chilenos se predisponen de antemano a pensar en el inmigrante como una amenaza y un peligro desproporcionado.
El asesinato de esta persona no es un hecho individual, está anclado en una estructura de pensamiento que penetra a la sociedad y al Estado, y que deja susceptible a las personas migrantes a ser víctimas de hechos tan brutales como el que presenciamos a finales del mes pasado.
Digámoslo con todas sus letras, estamos en presencia de un hecho racista que esta vez tuvo un desenlace fatal y que fue protagonizado y ejecutado por un miembro de una institución pública. El racismo institucional puede ser entendido como una forma de violencia de Estado que se expresa a través de políticas, prácticas y procedimientos que discriminan, diferencias y excluyen a las personas racializadas. En esta línea, el racismo institucional se manifestaría a través de las instituciones públicas, y las policías no quedan fuera, sobre todo en consideración de que son una de las instituciones con mayor presencia cotidiana entre la población.
En Chile, la policía reproduce institucionalmente prácticas racistas ancladas en el ordenamiento jurídico y en los imaginarios colectivos de la población. La violencia policial hacia personas afrodescendientes es arbitraria, desmedida, sobrepasa los protocolos y es contraria a los derechos humanos.
En definitiva, cuando de violencia policial hacia personas migrantes se trata, no podemos seguir mirando para el lado, minimizando ni naturalizando. Es necesario reflexionar, cuestionar y criticar los modelos que nos rigen, las instituciones que nos gobiernan y las imágenes que nos envuelven para que no se repitan más casos como los Louis Gentil, Joane Florvil, Monise Joseph, Rebeka Pierre, entre muchos otros que vieron sus sueños interrumpidos en este país. Es indispensable trabajar para no solo denunciar actos deleznables sino por formar e informar sobre una realidad migratoria que deja ver en ocasiones lo peor de la sociedad cuando se mata sin preguntar y lo peor, cuando luego se olvida que es una persona migrante que muere en la calle.