El triunfo del Presidente electo Gabriel Boric forma parte de un ciclo político electoral inédito en Chile que comienza con el histórico plebiscito del 25 de octubre de 2020 y que termina con el plebiscito de salida, en el que se decidirá si se aprueba o rechaza una nueva constitución. En este período, el clivaje transformación – estatus quo ha sido- y será- pieza clave para la elaboración de horizonte y también para la decisión de las y los votantes, lo cual representa un enorme desafío para quienes nos encontramos en la arena política.

Para la mayor parte de la población ha sido común sentirse ajena a la institucionalidad y con justa razón, porque no es secreto que las demandas y necesidades del pueblo chileno han tenido una historia de frustración, ejemplo de ello son municipios que por mucho tiempo fueron espacios lejanos y de abandono, misma historia para las y los activistas, movimientos sociales y espacios vecinales quienes han sufrido una y otra vez el silencio e indiferencia de las puertas institucionales e incluso si miramos la dimensión más cotidiana de la vida, los servicios públicos no han estado presentes, han sido inalcanzables o sencillamente nunca llegaron a tiempo.

Lo cierto es que hoy tenemos una buena noticia, tenemos una oportunidad para transformar profundamente el carácter del Estado y para ello, es clave el diseño de una nueva gobernanza.

La gobernanza interactiva de Koimann postula que las interacciones dan forma a los actores y los actores a las interacciones, lo que deja en entredicho que la forma en que se construye el vínculo del gobierno con las actorías que componen la sociedad determina en buena manera el impacto de sus políticas y, por lo tanto, el cumplimiento o no de sus responsabilidades. Este planteamiento parece evidente, pero la verdad es que durante década las élites económicas del país han tenido un lugar muy privilegiado en las políticas de gobierno, pasando muy por encima de la creación de valor público. Basta ver los contratos con espacio Riesco y el veto a la suspensión de pago de servicios básicos en plena pandemia, mientras que a la ciudadanía se le obligaba a asistir a sus lugares de trabajo hacinada en transporte público arriesgando su salud e integridad, por el “bien de la economía de la nación”.

Una nueva gobernanza debe considerar la diversidad del pueblo chileno e incluir de manera central a las diversas organizaciones, movimientos sociales y grupos que componen el activismo ciudadano como un actor que puede contribuir a pensar y construir un Estado moderno que esté preparado para los desafíos del futuro.

Mediante el gobierno de transformaciones, el trabajo de los nuevos municipios, la presencia descentralizada de los gobiernos regionales, la presencia de los movimientos sociales en los puestos de liderazgo político y un buen término del proceso constitucional, se podrían sentar las bases para abrir nuevas formas de expresión de la democracia y materializar esta nueva gobernanza como una que sea justa y termine con la exclusión de las mayorías sociales, clarificando, por cierto, las responsabilidades del Estado y los límites del mercado en nuestros derechos sociales.

No cabe duda de que es un desafío gigante, pero la fuerza de una época está lejos de acabar, más bien se podría multiplicar si las organizaciones políticas y sociales emprendemos camino, abriendo paso a una democracia fuerte, inclusiva y generosa que de certezas de igualdad de oportunidades y que abrace con firmeza y ternura la idea concreta de un Chile digno, justo y más feliz para todas y todos.

Nicole Martinez Aranda,
Consejera Política de Revolución Democrática
Magister en Gestión y Políticas Públicas de la Universidad de Chile