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Sebastián Kohan, director de “Villa Olímpica”: “A lo mejor no tenemos un país, pero eso está bien”

El documental ganador del SANFIC 2022 cuenta la historia de los niños sudamericanos, que al igual que Kohan, vivieron exiliados en México durante los años 70 y 80. A partir del 4 de agosto, la película estará disponible en Onda Media.

Fernanda Araneda

  Domingo 30 de julio 2023 11:14 hrs. 
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“Tu retorno es mi exilio”, esa es la frase con la que se podría resumir el documental “Villa Olímpica”, del director Sebastián Kohan Esquenazi.

La película ganadora de la competencia de cine chileno en el SANFIC 2022, estará disponible en Onda Media a partir del 4 de agosto y cuenta la historia de un complejo habitacional en Ciudad de México, que luego de albergar a los atletas de las olimpiadas de 1968, se convirtió, en el años 70 y 80, en el hogar de miles de exiliados sudamericanos.

Por la Villa Olímpica pasaron niños argentinos, chilenos, uruguayos y un largo etcétera, que ahora, en el documental y de adultos, relatan no solo sus travesuras infantiles, sino el dolor provocado una vez que abandonaron Ciudad de México y regresaron al país de sus padres.

El director Sebastián Kohan es uno de esos niños y aunque en estricto rigor no vivió en la Villa Olímpica, sí comprende bien las complejidades del retorno. Su llegada a Chile en 1991, cuando aún era adolescente, fue traumática y por eso, hizo una película “para que el que lo necesitara, tuviese un cierre de ciclo”.

¿Cómo es que llegaste a hacer este documental?

Llegué bastante de causalidad, aunque una vez terminado se notó que no había ninguna casualidad. Terminó siendo una película extremadamente íntima, extremadamente constructora de identidad, pero cuando la empecé no fue así. Hace seis años, volví a México de vacaciones y un día cualquiera, con un amigo, llegamos a la Villa Olímpica. Ni siquiera llegamos, pasamos por la avenida desde la que se ve la Villa Olímpica y en ese momento yo recordé. Porque realmente recordé, no es que yo todo el tiempo estaba pensando en eso. Yo no pensaba en eso, pero cuando vi la Villa Olímpica, recordé que ese había sido el epicentro del exilio sudamericano. Y aunque yo no había vivido nunca ahí, era donde iba todos los días a jugar con mis amigos. Entonces, me di cuenta, al verla desde el auto, que ese era un gran lugar para contar una gran historia, que era la historia de la comunidad de exiliados más grande de América Latina.

En el documental esa historia se cuenta a través de los hijos de los exiliados, de los que eran niños cuando vivían en la Villa Olímpica. ¿Por qué tomaste esa decisión? ¿Por qué no incluir los testimonios de los padres?

Esa decisión fue parte de un proceso. No fue como que me desperté un día y tenía toda esta cuestión conceptual clara. El punto de vista de la infancia fue surgiendo muy de a poco, e incluso, cuando nosotros conseguimos el primer financiamiento, que fue un CORFO, en Chile, esa carpeta que armamos para conseguir el fondo, hablaba sobre el retorno del exilio, a partir de historias de amor. O sea, una película que no tiene nada que ver.

Lo que yo sí sabía desde el principio era que una historia como esta normalmente está contada políticamente y que nosotros los seres políticos, que venimos de historias políticas, además somos personas también. A mí me interesaba contar la historia desde el punto de vista, no de que terminó una dictadura y empezó una democracia, eso es un dato de la causa, importante, evidentemente, pero, ¿después qué le pasa a la gente? Yo sabía que la decisión de quedarse en México o volver a Sudamérica, ya sea Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Perú, es una decisión muy difícil. Lo sabía por mi familia, por mis amigos, que el momento del retorno, que había sido contado siempre con alegría, era un momento a la vez de ruptura.

Además, yo viví el exilio en México desde que tenía un año hasta que tenía 13 y cuando vuelve la democracia a Chile, mi madre consigue un trabajo en Santiago y yo vuelvo con ella y fue un trauma espantoso. Llegar a Chile en el año 91 fue realmente doloroso. Es un trauma que yo he procesado de tal manera que hoy no me duela, pero dolió. Claramente, si era un adolescente de 13 años, en Santiago, en una escuela mal elegida, en un colegio cuico medio fascistoide de Las Condes, fue un real infierno. No existía la palabra bullying, pero yo era el comunista del grupo.

Después, ya no sé, ponle que al veinteavo entrevistado, un entrevistado de la generación de mis padres, de los que no aparecen en la peli, pero que sí entrevisté, me dice: “Lo que pasa es que el retorno de mi generación fue el exilio de la tuya”. Y cuando el entrevistado dijo eso, pensé: “¡Eureka! Tengo mi peli”. En ese momento empecé a construir la peli que hoy existe, pero tuve dos años de navegar por diferentes puntos de vista.

¿Y por qué crees que esta historia suele contarse desde la política, o siempre desde los padres, dejando de lado lo que padecieron los hijos?

Por varias razones. Una porque la izquierda es así. La izquierda para creerse el cuento tiene que vivir de grandes consignas y para poder vivir y soportar las contradicciones que tiene ser de izquierda, tiene que mentirse a sí misma. Y lo digo como alguien de izquierda, no lo digo como alguien del otro lado. En el sector en que me muevo yo, que es una izquierda más o menos acomodada, tiende mucha a la hipocresía, porque cómo es eso que soy del Partido Comunista pero a la vez vivo en Ñuñoa, Providencia. No se come con nada. En ese sentido, la izquierda se miente mucho y construye grandes banderas y para que esas banderas tengan sentido tiene que negarse un poco a sí misma.

¿Como poner bajo la alfombra ciertas cosas?

Sí, totalmente. La vida real. La vida real es lo que tiene que poner bajo la alfombra. Entonces, nunca se cuenta la parte íntima, nunca se cuentan los dramas adolescentes, de niñez, porque siempre hubo o hay una bandera por encima de nosotros. Ahora menos, pero eso en la generación de nuestros padres era así, porque vivían en guerra fría, porque estabas de un lado o estabas del otro, no importabas tú, importaba la revolución. Nosotros somos hijos de esa generación y la herencia implica también ser un poco como ellos. Los hijos de estos seres guerrilleros, que nosotros conocimos como héroes, más allá de que no hayan logrado la revolución, padecimos el mismo defecto, que es no contar la verdad, sino seguir jugando al juego de la izquierda en un mundo en donde ya no había revolución posible.

En todo caso, el punto de vista desde él cual yo cuento la peli implica buscarle el lugar a mi generación en esa historia. Yo sé, porque me lo ha comentado mucha gente desde el estreno de “Villa Olímpica”, gente que muchas veces no conozco, que me escribe por whatsapp o que me comenta: “Yo no he podido contar mi vida porque va a parecer que estoy renegando de la historia de mis padres”. Y yo creo que en ningún momento reniego de la historia de mis padres, pero sí busco contar qué pasó con mi generación, aunque eso puede tener consecuencias internas, familiares. Yo creo que mucha gente no se atreve a encarar su historia desde su punto de vista, porque también, por otro lado, es abrir heridas.

Mencionabas que hablaste con muchas personas y en la película también se muestran varios testimonios, pero hay dos que son más protagonistas, ¿cómo los elegiste? A Pablo de Argentina y a Alejandra de Chile

Pablo es un tipo que elegí por dos razones principales. Una, la más mercenaria, es que tiene una vida muy terrible. Tiene dos sucesos muy dramaticos, que es el asesinato de su padre y la muerte de su madre y eso siempre narrativamente funciona. Pero la razón real, es la forma y la capacidad que tiene él para afrontar y para contar su vida. Porque él construye su tragedia a través de una maqueta. Él había hecho la maqueta para una residencia artística en la ESMA, que es la ex Escuela de la Armada en Buenos Aires, que ahora es museo de memoria. Él la hizo ahí y yo cuando lo conozco y me cuenta el asesinato de su padre a través de esta maqueta, yo lo que vi es un tipo que no se pone en el lugar de la víctima. Que fue una víctima, pero que va a hacer arte de la herida y que va a sacar luz de la herida y a mí esa posibilidad me pareció brillante, porque la vida la seguimos viviendo. Hay gente que no puede y está bien, pero mientras uno pueda, yo creo que tienes que buscar la manera de irradiar luz.

Y en el caso de Alejandra, ¿por qué la elegiste a ella?

Cuando Alejandra me empezó a responder las primeras preguntas en la etapa de investigación, me pareció que ella entendía muy bien mi visión. Yo para construir mi visión utilice la voz de otra persona. Claramente hijos de exiliados habemos muchos y pensamos muy diferente, entonces, busqué los que me ayudaban a construir mejor la historia que yo quería construir, que de alguna manera es la mía. Me acuerdo que Alejandra fue la primera que me dijo: “Nosotros no volvimos, nosotros nos fuimos”. Cuando vi que ella podía construir ese universo dije: “Se queda”.

Por otro lado, es muy interesante como Alejandra y su hermano, Rodrigo, que también aparece entrevistado, tienen una visión absolutamente diferente de su retorno. Alejandra dice que ella decidió quedarse en Chile para siempre luego de tener a su hijo, para no transmitirle el desarraigo. Rodrigo, en cambio, dice que es patas calientes, porque cada vez que él tiene una vida constituida lo que quiere hacer es irse. Dos hermanos de edades parecidas, con vidas idénticas, deciden tomar caminos súper diferentes. Eso habla de identidad y no tanto de exilio o de política.

A propósito de los mensajes, ¿qué es lo que te gustaría lograr con este documental, o con qué te gustaría que se quede el espectador?

El primer objetivo que yo tenía era poder contar esta historia de manera relativamente emotiva y linda, para que el que lo necesitara, tuviese un cierre de ciclo de su vida de desarraigado. Lo otro que me interesaba y que tiene que ver con lo mismo, es la posibilidad de plantear la condición de migrante como una condición positiva. No somos víctimas de nada. Nos tocó la vida que nos tocó y somos migrantes, a lo mejor no tenemos un país, pero eso está bien. Nunca nos han dado nada bueno los países para encima querer formar parte de ellos, no tiene sentido. Eso para empezar. Otra cosa, es que la peli sea una interlocutora válida para hijos de migrantes actuales y que puedan entender que todo tiene solución y que si se tuvieron que ir de sus países, pues nada, se puede crecer en otros y la distancia genera las capacidades del forastero.

Hay varias de esas cosas, que ninguna esta dicha, porque la peli habla de otra cosa, de exilio y retorno y parece que se mueve en el terreno de la política, pero a la vez, para mí está diciendo un montón de otras cosas que no tienen que ver con eso y siento que por eso toca muchas fibras sensibles. En Chile le fue muy bien. Chile recibió la peli como ningún país, porque es una peli de tres países. Argentina la recibió bien pero no tanto, México bien pero no tanto, pero Chile sí. Lo que pasa es que hay una espinita más dolorosa en Chile que hace que la película permee más.

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