¿Qué es lo que nos hace sonreír en silencio? ¿Qué necesitamos para dotarnos de aquello que podríamos considerar como “una buena vida”? La más reciente producción del connotado cineasta alemán Wim Wenders resulta una película contra cultural en el sentido en que toda su estructura invita a detenerse y agradecer los pequeños detalles del cotidiano. Vivimos en un mundo que tiende a transformar nuestro día a día en ejercicios mecánicos y nuestros cuerpos en máquinas de producción. Incluso aquellos espacios dedicados al ocio están diseñados, en nuestra contemporaneidad, para moverse en la repetición y la superficie. Detenerse suena hoy como un gesto problemático e incluso rebelde ya que nos permite hacernos preguntas, cuestionar el “piloto automático” en que habitamos y el sentido profundo de la manera en que tenemos organizadas nuestras vidas, y es exactamente ahí en donde está el poder de la invitación que nos hace una película como “Perfect Days”.
Si tuviésemos que hacer un resumen de la anécdota que sostiene este filme, ésta es tan sencilla como que acompañamos a un solitario hombre de mediana edad durante varios días en los que se dedica a su trabajo – limpiar baños públicos- y a pasatiempos como la fotografía analógica y la lectura. La película comienza con Hirayama despertando, y con él la ciudad de Tokio, le observamos en sus movimientos cotidianos preparándose para el trabajo y luego manejando por la ciudad mientras amanece, escuchando música de los sesenta y ochenta en inglés y sonriendo ante las posibilidades que le ofrece el día. Desde ahí le observamos limpiar concienzudamente cada uno de los servicios de parques y espacios públicos que son parte de su recorrido, para después llegar a su casa tomar su bicicleta para ir a darse un baño y a comer en su lugar favorito. La narración nos permite ver que hay un ritualismo en las maneras del personaje -incluso en sus días sin trabajo- en que se repiten una serie de acciones que, entendemos, que le dan sentido de orden y placer. La gracia es que a pesar de que es evidente el apego a estos ritos, el protagonista está abierto a ser sorprendido por el cotidiano en los detalles y disponible para los gestos que le requiere la contingencia y el encuentro con otros.
“Perfect days” no es, como podría parecer inicialmente, un filme contemplativo en su construcción. No se trata de una película con planos largos en donde suceden pocas cosas, al revés. La construcción narrativa es altamente dinámica, los planos son cortos y hay mucha acción de la que somos testigos. Pero no es el tipo de acción a la que estamos acostumbrados. No pareciera existir un conflicto central, un drama que transitar o un problema que solucionar. Y es esta manera de fluir de la narración la que puede desafiar al espectador, invitándole a situarse en un lugar contemplativo, poniendo en pausa la manera en que estamos acostumbrados a que se desarrolle un relato cinematográfico y entregándose, como el protagonista, a las sorpresas y bellezas cotidianas. En su transitar diario Hirayama se va encontrando con otros personajes que nos permiten tener más información respecto a él mismo y sus elecciones. En algún momento hay pistas sobre un origen de clase muy acomodado y de una herida que le distanció de su familia, pero este dato sólo enriquece la mirada compleja de un hombre que ha decidido construirse una vida a medida de sus propias dimensiones y placeres. Deteniéndose a mirar los diseños de la luz del sol en los árboles, observando la ciudad, las sombras en el río, disfrutando de su tiempo a solas sin dejar de estar abierto al encuentro con otros.
Toda la construcción visual de la película busca resaltar, sin artificios, la hermosura posible de la vida urbana. La cuidada fotografía, la brillante banda sonora y, sobre todo, el carisma silencioso de su protagonista, seducen y conmueven. Varias veces vemos un plano general de la autopista que transita Hirayama en sus mañanas, y observamos cómo los autos en la pista contraria están estancados en un lento deambular mientras el suyo se mueve ágil en la dirección contraria. Hay algo que el sabe y que, al parecer, nosotros hemos olvidado. Y aunque puede resultar un mensaje demasiado obvio para una película de este nivel de belleza, el primer plano final -en donde vemos todas las emociones del filme en un par de minutos- nos recuerda que aunque corramos en busca del éxito y la felicidad, llenemos la agenda de compromisos y la casa de bienes, el bienestar está en saber que todo el tiempo estamos ganando y perdiendo, que cada decisión que tomamos deja fuera otras opciones y que -si somos conscientes de quienes somos y lo que necesitamos-, las sonrisas están ahí mucho más disponibles de lo que nos han hecho creer.