El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, anunció el jueves 22, el mayor paquete de estímulo desde el inicio de la crisis financiera en 2008 en la forma de un plan de relajamiento cuantitativo (QE) similar al aplicado por la FED de EE.UU., el que tendrá un ritmo de compras de bonos soberanos por 60 mil millones de euros mensuales y que se extenderá hasta septiembre de 2016, es decir, 18 meses, lo que suma más de un millón de millones de euros en mayor liquidez.
Por otro lado, Draghi mantuvo las bajas tasas de interés vigentes, las que seguirán en 0,05%, 0,30% y -0,20%, las que continuarán hasta que el nivel de inflación llegue al objetivo del BCE, cerca, aunque debajo del 2%, en momentos en que se busca combatir presiones deflacionarias, con un IPC que ya entró en zona negativa y que hace que, mientras los precios de las materias primas siguen cayendo y las tasas continúan en mínimos históricos, la economía no llega siquiera a los niveles de producción del 2007.
El BCE también comprara títulos emitidos por agencias, organismos internacionales y supranacionales ubicados en la zona del euro, con plazos de entre 2 y hasta 30 años, así como también de bancos, hecho que, aunque no se conocen detalles, pre anuncia el mismo cuello de botella del sistema financiero para una efectiva reactivación de la economía real.
En efecto, durante el análisis de la determinación, uno de los problemas a definir fue quién tomaba el riesgo en caso de dificultades de pago. Las restricciones impuestas por Alemania, que consiguió que las compras de bonos sean realizadas por los centrales de cada país y que sean éstos los que asuman el riesgo, pueden, empero, limitar severamente la efectividad del plan de estímulo y, de paso, disminuir la fuerza del euro como moneda única. Bajo la actual propuesta, el Bundesbank no será responsable de las pérdidas sufridas en la compra de bonos de Grecia o España, poniendo escollos a eventuales políticas públicas expansivas que vayan en apoyo de la actividad real.
Planteada así, la mayor liquidez y las bajas tasas que, de paso, mejorarán el perfil de naciones endeudadas –que podrían conseguir dinero a menor costo- genera el riesgo de burbujas especulativas que hagan subir artificialmente los precios de, por ejemplo, los activos en Bolsas, sin que esos recursos lleguen a la economía productiva. De otro lado, al poner en los bancos centrales nacionales el peso del riesgo, la austeridad y ajustes presupuestarios son inevitables, lo que contradice la flexibilización, si lo que se quiere es reactivar el consumo. Así, la propuesta parece favorecerse nuevamente al sistema financiero y no a la economía productiva, hecho que ya se observa en las alzas bursátiles de Europa y EE.UU., tras los anuncios de Draghi.
Políticamente, a su turno, el QE europeo, lejos de fortalecer la unión vía una mayor mancomunidad financiera, marca aún más las diferencias entre países e impone nuevamente un orden nacional, al restaurar el poder de los bancos centrales que prácticamente habían desaparecido de escena tras la creación de la moneda única. En los hechos, el nuevo dinero creado por el BCE no podrá usarse para políticas públicas de apoyo a la economía, dado que los gobiernos no tendrán derecho a mayor endeudamiento del que ya tienen. El propio Draghi advirtió que no debe interpretarse el plan como incentivo para aplicar políticas fiscales expansivas. “Los gobiernos deben hacer las reformas necesarias y llevarlas a cabo”, dijo.
En este marco, también como se preveía, la alianza de izquierda Syriza ganó con un amplio margen las parlamentarias celebradas en Grecia. El partido de Alexis Tsipras consiguió casi el 38% de los votos gracias a su postura anti austeridad, al que se ha unido un grupo de derecha soberanista, que le dará la mayoría absoluta de 151 integrantes en el Parlamento. Aunque Tsipras ha relativizado su postura euroescéptica y negado un inmediato retiro heleno de la moneda única ofreciendo un plan conveniente a todas las partes, el programa de Draghi incrementa el peligro de aumentar las divisiones nacionales, al minar el principio de que el BCE actúa en favor del interés de toda la zona, alimentando así el euroescepticismo.
En conclusión, el QE europeo, con sus actuales restricciones, no parece apuntar a la consolidación del euro en el largo plazo –razón por la que la moneda cayó a sus niveles más bajos de los últimos años respecto del dólar- y más bien pone en carpeta factores para su disolución: ante la imposibilidad de los Gobiernos endeudados de hacer políticas públicas que mejoren la condición de sus poblaciones, un QE que vuelve a entregar a los bancos el liderazgo de la reactivación sin mayores resultados, puede terminar estimulando a otros países a seguir el ejemplo político griego.
Dinero barato y alto bombeo de liquidez, en el marco descrito, solo alienta la especulación y creación de burbujas, haciendo humear nuevamente a los mercados financieros, aunque sin reactivar la economía productiva, estancada por los altos niveles de desocupación, bajos sueldos y escasa inversión real.