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Lo que esconde la bella sonrisa de Rita Hayworth

En México y en el territorio que se ha convertido en el símbolo del asesinato de mujeres, Rita Hayworth experimentó en su propia piel la explotación de su cuerpo hasta quedar convertida en uno de los símbolos sexuales más icónicos del siglo XX.

Vivian Lavín

  Miércoles 6 de enero 2016 11:02 hrs. 
Hayworth, Rita_02

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¿Qué hay detrás de la hermosa sonrisa de Rita Hayworth? ¿Qué esconde esa melena colorina, abundante y provocativa? ¿Qué hay al interior de ese cuerpo exuberante y esa voz sensual que decía cadenciosamente: “Put the blame on Mame”, en la película Gilda? Detrás de Rita Hayworth está Margarita Carmen Cansino Hayworth y la historia de una adolescente abusada por su padre. En México y en el territorio que se ha convertido en el símbolo del asesinato de mujeres, Rita Hayworth experimentó en su propia piel la explotación de su cuerpo hasta quedar convertida en uno de los símbolos sexuales más icónicos del siglo XX. Una historia conocida, pero que el exceso de luces de Hollywood eclipsó para quedar solo con el recuerdo de esa bellísima mujer que hizo suspirar a media humanidad hace 50 años.

La poeta y narradora argentino-mexicana Sandra Lorenzano empapa su pluma en la tinta del compromiso al darle voz a tantas mujeres que han sido silenciadas pero cuyas historias emergen tatuadas en el paisaje social de este siglo XXI. La industria del espectáculo, el negocio de la prostitución y la pornografía que se han ensañado con la mujeres desde siempre y cuyas historias salen a la superficie, aunque sea décadas, incluso siglos más tarde. El caso de las  mal llamadas mujeres de confort, por ejemplo, ese grupo que alcanzó a 200 mil esclavas sexuales de Tailandia, China, Indonesia, Taiwán, pero sobre todo de Corea del Sur, que bajo el imperio japonés fueron llevadas hasta el campo de batalla con el fin de satisfacer los deseos sexuales de los soldados nipones. De las surcoreanas, quedan 46 de ellas vivas para contar una parte de la historia que no aparece en el relato oficial pero que a fuerza de dignidad han logrado el inédito reconocimiento por parte del gobierno japonés del crimen cometido, como también de una indemnización que aunque ascienda a los ocho millones de dólares aparece por todos lados como insuficiente. Porque los padecimientos de estas mujeres que fueron sometidas al trabajo sexual hace más de 70 años, horrorizan y avergüenzan a sociedades que se jactan de su crecimiento y su posición en el nuevo orden mundial.

Es por ello que el trabajo desarrollado por la escritora argentino-mexicana Sandra Lorenzano aparece como indispensable en ese rol de “guardianas de la memoria”, que le impuso a las propias protagonistas de su novela que tiene por título La estirpe del silencio y ha sido publicada por Editorial Planeta en México. En esta historia, aparece la joven mexicana Margarita, cuando aún no se convierte en Rita Hayworth, y junto a ella a dos pequeñas hermanas francesas -Annette y Claire- que desde su París natal son llevadas a un México que las recibe con los brazos masculinos abiertos, demasiado abiertos. También está allí Felisa, una sevillana víctima de una versión del derecho de pernada en pleno siglo XX, en el que el Conde y dueño de las tierras se sirve también sexualmente de las mujeres de sus campesinos. Una prerrogativa medieval que tan bien ilustró Lope de Vega en Fuenteovejuna y cuyo drama, acaso el más importante del teatro de oro español, no sirvió para escarmentar a tantos abusadores.

“Estoy furiosa con el maltrato a las mujeres”, dice una de las protagonistas de La estirpe del silencio, porque sabe que esas historias no hacen mella en la conciencia de una sociedad demasiado acostumbrada al femicidio, donde nuevas voces solo vienen a engrosar a ese enorme coro de las mujeres maltratadas.  Este libro es solo una pieza más de la enorme cartografía del abuso y del miedo, de la furia y de la culpa, ese amasijo de sentimientos en que quedan convertidas sus víctimas.

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