El olvido en que cayó la histórica casa que acogió la Peña de los Parra

Los hijos de Violeta Parra crearon un espacio que alojó a la Nueva Canción Chilena, pero luego del golpe y el retorno de la democracia, fue vendido sin que se conservara. Nunca nadie solicitó su protección como monumento histórico.

Los hijos de Violeta Parra crearon un espacio que alojó a la Nueva Canción Chilena, pero luego del golpe y el retorno de la democracia, fue vendido sin que se conservara. Nunca nadie solicitó su protección como monumento histórico.

Comienza a oscurecer y los turistas, universitarios, artistas y figuras del mundo político, ligados principalmente de izquierda, comienzan a tomar rumbo a la calle Carmen 340, en la comuna de Santiago, para pasar un rato de entretención. Al entrar a la casona lo que se puede ver es muy poco, pero se recompensa con los atractivos musicales que ofrece el sitio.

Entre cantos folclóricos acompañados de instrumentos como la guitarra y el charango, los artistas reciben a las personas que van llegando en búsqueda de un lugar donde contemplar los espectáculos tranquilos. Luego de dejar sus pertenencias en el guardarropía, a cargo del hermano menor de Violeta, Óscar Parra, se sientan en pequeñas sillas de mimbre acompañadas de las mesas de madera, ambos objetos modestos hechos por Roberto Parra. En cada mesa se encuentra una vela que permite ver el vino con naranja, las sopaipillas o empanadas, los alimentos típicos que vende la peña. Pero más que comer, los espectadores van a escuchar a los hermanos Isabel y Ángel Parra y a sus amigos Patricio Manns, Víctor Jara y Rolando Alarcón, compañeros de escenario y militancia política.

A los meses después del estreno de La Peña de los Parra, en abril de 1965, Violeta llega de Europa y conoce el emprendimiento de sus dos hijos y sus amigos. Este grupo de músicos, junto con otros artistas chilenos, dieron inicio a la Nueva Canción Chilena, que a los pocos años se vio amenazada por la llegada de Augusto Pinochet al poder.

Cuna de la Nueva Canción Chilena

La Peña de los Parra era una de las varias que existían en Santiago en la segunda mitad de los sesenta, como la de René Largo Farías, la Peña Chile Ríe y Canta, entre otras. Partió por la necesidad de tener un lugar donde mostrar sus canciones a los demás, explica Ángel Parra. Por eso, decidieron abrir todos los fines de semanas, desde el jueves hasta el sábado, entre las 21 horas y la una de la madrugada, mientras que los días restantes se realizaban cursos de artesanías.

El escenario también fue compartido con músicos como Osvaldo Rodríguez, Tito Fernández, Payo Grondona, Patricio Castillo, Homero Caro, Kiko Álvarez, Héctor Pavez y grupos como Quilapayún, Inti Illimani, Curacas y Los Blops. También se presentaron artistas extranjeros, como Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, César Isella, Martín Micharvegas, Marta Contreras y Francisco Ibáñez.

Aunque la mayoría de los familiares Parra son músicos y varios cantaron en la peña, algunos, como Clara Parra, nunca lo hicieron. Ella visitó pocas veces el lugar porque permaneció muchos años fuera de Chile, pero aun así recuerda que el sitio era modesto y que después de los shows salían a tomar consomé o sopa. Su padre, Eduardo Parra, era el representante de Isabel y Ángel y realizaba todos los trámites y gestiones en torno al local, como solicitar los permisos, entre otros. Lo hijos de Violeta eran sus sobrinos regalones y por esa razón no dudaba en ayudarlos, cuenta Clara Parra.

El cantante Eduardo Gatti visitó por primera vez la peña cuando era muy joven. Sus padres lo llevaron cuando tenía apenas 16 años, dijo. En ese entonces, no sabía nada sobre la familia Parra y su importancia musical. El nombre de Violeta Parra no le era familiar. Pero estando ahí pudo escuchar cantar a varios artistas, pero en especial a los hermanos fundadores de la peña:

“Me cambió toda la visión de lo que era la música chilena, lo que era el folclore. Me sembraron la semilla de lo que iba a pasar después con Los Blops”, dice. Sólo una vez se presentó con su grupo en la peña, en 1971, y aseguró que fue una gran experiencia. Además, trabajó con la discográfica Peña de los Parra, fundada por Isabel y Ángel en 1968.

Pero no todos tuvieron una buena experiencia en la peña. Su característica, lo que para algunos era parte de su magia y atracción, para otros era una incomodidad terrible. A Ana María Rodríguez, arquitecta de la Municipalidad de Santiago y amiga de Rolando Alarcón, no le gustó: “Si me dijeran vayamos a una peña ahora, no iría ni loca. Era un antro sucio y oscuro, con una vela en cada mesa y una silla de paja rota. Lo único que había para comer eran unas sopaipillas muy mal hechas y un vino caliente con una naranja”, cuenta.

Antes que Isabel y Ángel fueran los dueños, la casona era del pintor y cantante Juan Capra, quien tenía un taller de manualidades. Capra cedió el sitio a los hermanos Parra para que la ocupasen, pero no fue él quien se la vendió. La verdadera propietaria de Carmen 340 era doña Mercedes, viuda de Costaya, a la que Isabel y Ángel compraron el terreno por un monto de 7.150 escudos al contado, según registro del Conservador de Bienes Raíces.

Las voces acalladas

El canto y los sonidos instrumentales fueron interrumpidos de una forma violenta luego de ocho años. Quizás para varios de los cantantes, esta peña fue el último escenario que pisaron y donde interpretaron sus pensamientos. Con el bombardeo a La Moneda y los militares en las calles, se dio inicio a una época de oscurantismo cultural.

Cuando Isabel Parra supo del ataque a La Moneda, sabía que era el momento de partir de la casona donde vivía. Sin embargo, su hermano hizo caso omiso, quedándose más tiempo en el lugar. Los militares andaban en búsqueda de armas en el sitio y allanaron 16 veces la casona, dejándola en un muy mal estado, relata Ángel Parra. Fue detenido, torturado y luego exiliado, al igual que su hermana.

El comienzo de la dictadura significó para muchos artistas chilenos el exilio, la tortura y la muerte. Varios de los que participaron en La Peña de los Parra ya no estaban o se encontraban muy lejos. El régimen militar significó un golpe a la cultura, dice Ángel. Y La Peña de los Parra nunca más volvió a existir.

Tras el golpe, la casona quedó abandonada por varios años y a mediados de los setenta fue arrendada a la productora audiovisual Filmocentro. Después de su partida, la vieja casona de Carmen 340, construida en 1925, volvió a quedar vacía.

De vuelta a la democracia, de vuelta a casa

Cuando el “No” ganó el plebiscito de 1988, la casona que había sido un lugar de expresión artística en los años sesenta y comienzos de los setenta volvió a abrir sus puertas.

Después de estar años alejada del lugar donde vivió y creó la Peña, Isabel Parra, en su regreso a Chile en 1984, por primera vez volvió a entrar a Carmen 340. El local se encontraba en estado insalubre y reducido a un basural. Tres años más tarde, se hizo cargo nuevamente del inmueble histórico, según la información de la página oficial de Isabel Parra.

La División de Cultura del Ministerio de Educación también ocupó el sitio para realizar actividades. Cristina Lártiga, encargada de los archivos de la Fundación Gladys Marín, mencionó que este organismo realizó arreglos en la casona.

La familia Parra siempre ha estado interesada en que el legado musical de Violeta se mantenga y se difunda en la sociedad. Y esto se lo hizo saber en la Municipalidad de Santiago, institución que se interesó en construir un lugar donde se rindiera homenaje a la cantautora chilena. Así, en 1992, nació la idea de la construcción de un centro cultural en conmemoración a Violeta Parra. Sus hijos, Isabel y Ángel, se reunieron con las autoridades municipales para conversar sobre este proyecto artístico.

Fue en 1996 cuando comenzaron los trabajos y las modificaciones de la casona, un diseño arquitectónico antiguo que sufrió los embates de los militares y del abandono. Las modificaciones se centraron principalmente en las reparaciones de pisos, cielos, muros y cubiertas y en la construcción de bóveda, tabiques, muros interiores y la prolongación del muro corta fuego. La arquitecta a cargo fue Ana María Rodríguez, la misma que décadas antes visitó la casona cuando funcionaba como una peña. Ella era la encargada de arreglar los destrozos que dejó la dictadura.

La corporación del Centro Cultural Violeta Parra estaba compuesta por el ex alcalde de la comuna de Santiago, Jaime Ravinet, quien fue su presidente; la directora ejecutiva Paula Jaramillo y los hermanos Isabel y Ángel Parra, representados por el abogado Luciano Fouilloux.

Ravinet asegura que en su cargo como alcalde intentó recuperar las actividades culturales que se habían perdido en las últimas décadas en la comuna de Santiago, y una de ellas era la peña, un hito de los años sesenta. También quería aprovechar de resguardar las muestras artísticas hechas por Violeta Parra, que se encontraban en una de las salas de la casona. El ex alcalde cumplió la tarea de buscar apoyo financiero para que el centro cultural siguiera funcionando.

Sin embargo, la municipalidad no era capaz de sustentar todo el proyecto porque no tenía los recursos necesarios, y por esta razón buscó auspiciadores en el sector privado. Ravinet dice que pidió colaboración a muchos empresarios, pero la mayoría no quiso. El gobierno tampoco ayudó con la iniciativa cultural, motivo que hizo más complejo aún el progreso del proyecto.

“En esa época nosotros gastábamos el diez por ciento en cultura y creo que es alto, pero el gobierno no gastaba ni 1 por cierto en él”, declara Ravinet.

Finalmente, la Viña Tarapacá y el empresario Carlos Cardoen aportaron al proyecto. Casi todo el financiamiento provino de Cardoen, según Ravinet, quien incluso le cedió la presidencia del centro cultural, desligándose de él.

Por falta de recursos, el Centro Cultural Violeta Parra no siguió en marcha y tampoco hay claridad sobre cuánto duró. Ángel Parra asegura no haber participado de ese centro cultural porque estuvo afuera de Chile.

Violeta ausente

Silencio, unas salas vacías, abandonadas. Un escenario muy parecido, sólo que en mejor estado y sin escombros. Carmen 340 volvió a estar en un estado parecido a cuando fue allanada por los militares, sólo que esta vez el enemigo fue la mala suerte, el poco apoyo y los problemas financieros. Ángel Parra consideró que era un crimen tener la casa sola y sin nadie que la ocupara y la prestó a la Fundación Gladys Marín, del Partido Comunista (PC).

Los hermanos Parra eran muy amigos de Marín y Ángel había militado en las Juventudes Comunistas, de las que su amiga era su secretaria general. A los 30 años del golpe militar, en 2003, Gladys Marín se enfermó de un tumor cerebral que la obligó a realizarse una cirugía en Suecia y un tratamiento en Cuba. El tratamiento era muy costoso y fue por esta razón que los hermanos Parra, al reencontrarse con ella en Cuba, decidieron cederle el sitio para que se hicieran actividades en su beneficio, para cubrir los gastos, explica Cristina Lártiga, encargada de archivos de la Fundación Gladys Marín.

Marín falleció dos años después producto de la enfermedad, pero antes de morir le pidió al Partido Comunista que comprara la casona para la Fundación, cuenta Ángel Parra. Sin embargo, antes de que esto ocurriera, los hermanos ya habían decidido vender Carmen 340 y se lo hicieron saber a Marín.

Después de ser dueños del emblemático inmueble por más de 30 años, los Parra vendieron la casona a la Fundación Gladys Marín en 2004, por un monto de 160 millones de pesos pagados al contado, a través de la Sociedad Inmobiliaria Araucaria, que figura como comprador en el contrato de venta. Esta venta significó el fin de un lugar patrimonial. La peña ya no sería resucitada ni tampoco se haría un centro cultural en homenaje a una de las cantantes más importantes del país.

Otro hecho importante fue la expropiación que hubo en la calle Carmen, en junio de 2006. Se demolió la fachada de la casona y la expropiación del sitio fue de 51.45 metros cuadrados, según la información otorgada por el Servicio de Vivienda y Urbanismo (Serviu). Se fijó una indemnización a los dueños del terreno, Álvaro Muñoz (hijo de Marín) y otros, de $34.130.500. Muñoz asegura que su nombre aparece como beneficiario por ser parte de la Fundación Gladys Marín, pero que no recibió nada de esa indemnización, ni de la compraventa del inmueble. Según el hijo de Marín, los que se encargaron de las gestiones de compraventa y los trámites en torno a la expropiación e indemnización eran personas del Partido Comunista que no individualizó.

Ángel Parra se molestó profundamente con esta expropiación y ensanchamiento de la calle. El motivo, dijo, fue “para que circulen los autos asquerosos que echan a perder el aire”. Pero Mariano Labra, jefe de trabajos del Departamento de Obras y Edificación de la Municipalidad de Santiago, explicó que las condiciones de las casas de la calle Carmen eran de mala calidad y no cumplían con los estándares de seguridad, significando un riesgo para las personas, según los estudios realizados por el Serviu. Por este motivo se realizó la expropiación, a cargo del director Daniel Johnson, cubriendo los gastos de traslados y arriendos durante seis meses a los propietarios.

La Fundación sólo se mantuvo cuatro años en el lugar. En 2008, el Partido Comunista vendió el terreno a la Universidad Raúl Silva Henríquez. Lártiga dice que la razón fue que la universidad estaba comprando todos los terrenos a los alrededores, cada vez se estaban construyendo más edificios y la casona estaba desentonando en el ambiente. La institución se contactó con la Fundación con la intención de comprar el terreno y logró su objetivo.

En 2008, la Fundación Gladys Marín, del Partido Comunista, vendió el sitio a la universidad por un monto de $333.425.753, casi el triple de lo que le había costado pocos años antes.

Patrimonio cultural perdido

A pesar de que Carmen 340 fue una peña importante en los años sesenta, donde se originó la Nueva Canción Chilena, y posteriormente intentó convertirse en un centro cultural en homenaje a la cantautora Violeta Parra, no logró ser una prioridad en la protección patrimonial. Hoy no es más que la extensión de una universidad privada. Aunque la institución mantiene parte de la estructura y los trabajos artísticos de Violeta, el lugar es muy distinto a cómo era tiempo atrás y a lo que se aspiraba rescatar.

Nunca fue postulado ni calificado como patrimonio histórico o cultural, a pesar de su contribución y ser reconocida como un hito cultural del Chile contemporáneo.

Existen dos modalidades de protección de patrimonio: uno es a través de una declaratoria de Monumento Nacional (ley 17.288 de 1970), y el otro es a nivel comunal, bajo el plan regulador municipal, que es la declaratoria del inmueble de conservación histórica. Un sitio no puede tener duplicidad de protección, sino que sólo una de las dos mencionadas.

Entre las tareas del Departamento de Asesoría Urbana de la Municipalidad de Santiago está la de salir a terreno para calificar si un sitio puede ser considerado patrimonio histórico, bajo el plan regulador comunal (herramienta que evalúa los territorios para ver si califican dentro de la planificación urbana). Este plan ha sufrido cambios durante los años; antes no se le daba mucho énfasis a los inmuebles históricos. Con el cambio de siglo se hicieron diferentes recorridos, divididos por sectores y años, y se fue evaluando con una ficha que determina si un inmueble puede calificar como patrimonio cultural.

El crecimiento de los inmuebles históricos en la comuna de Santiago pasó de 203 a más de mil. Sin embargo, con respecto a Carmen 340, el Departamento de Asesoría Urbana indicó que no existen datos acerca de la casona. Ni siquiera existen fotografías, sólo unos mapas antiguos.

Cuando se realizó el recorrido en calle Carmen los funcionarios municipales no notaron la presencia de este inmueble porque seguramente estaba en malas condiciones o tenía destruida la fachada. La visita en ese sector de Santiago fue cercana a la fecha de la expropiación de la calle Carmen, informa Paola Martínez, del Departamento de Asesoría Urbana.

Los requisitos para que un lugar sea declarado inmueble de conservación histórica funcionan según un sistema de puntajes que evalúa las características del lugar. Se hace gracias a una tabla de valoración (circular DDU 240). El documento precisa que para ser declarado como un inmueble de conservación histórica el lugar debe tener un puntaje de 10. La arquitecta Rodríguez señala que seguramente la casona no fue declarada patrimonio porque no cumplía con los requisitos arquitectónicos, porque en cuanto a la valoración histórica, cumplía con los requisitos obteniendo el puntaje pedido.

Rodríguez explicó que el lugar no servía para ser un centro cultural porque era muy pequeño, no había espacio para estacionamiento y la infraestructura estaba en muy mal estado. “La casa nunca iba permitir un centro cultural de categoría”, enfatiza. Ella consideraba que la casona sólo daba para una casa museo y pensó que en eso iba a quedar.

También se podría haber solicitado protección patrimonial ante el Consejo de Monumentos Nacionales o en el Departamento de Asesoría Urbana de la Municipalidad de Santiago, cosa que jamás hizo la familia Parra, la Fundación Gladys Marín o ciudadano alguno.

En el caso de que la casona Carmen de 340 hubiese sido considerada un monumento histórico, no se habría expropiado la casona y no se hubiera destruido su fachada, porque el principal objetivo de la declaratoria de Monumento Nacional es resguardar aquellos lugares históricos importantes y protegerlos bajo un decreto supremo. “Si la misma familia Parra no está en pro de conservar su historia, es difícil que nosotros podamos hacerlo en las condiciones en que se encontraba la casa”, concluye Martínez, del Departamento de Asesoría Urbana de la comuna.

Resucitar el pasado

Los años pasan, los contextos históricos cambian y los lugares se alteran y Carmen 340 es un ejemplo de todo esto. Su infraestructura se ha modificado hoy, como parte de la Universidad Raúl Silva Henríquez. Sufrió muchos cambios tras los allanamientos en dictadura, las posteriores reparaciones y la destrucción de la fachada.

En relación al contexto histórico sucede algo parecido. Las épocas son completamente distintas, el ambiente y los intereses son diferentes, y muchos de los participantes de la Peña de los Parra ya han fallecido o los grupos se han disuelto.

El hijo de Ángel, del mismo nombre, indicó que mucho no supo del intento de centro cultural, pero sí tenía claro que no había sido apoyado por parte del Estado y era difícil que se mantuviera. Recién en 2010, con el proyecto Bicentenario, se dio inicio a un museo en homenaje a Violeta Parra, aunque no en el lugar de la peña sino a metros de la Plaza Baquedano

Eduardo Gatti cree que probablemente los hermanos Parra vendieron el lugar porque ya no existía la mística de los años ’60 y ’70. Clara Parra concuerda: “No tienes que olvidar que en Chile tenemos la costumbre de olvidarnos de nuestra historia”, acota.

Para Ángel Parra, la casona le trae muchos recuerdos y sentimientos encontrados. En aquel lugar vivió momentos buenos, pero también varios amargos, como el allanamiento de los militares, añadiendo que fueron páginas muy dolorosas de su vida. Además, asegura, es imposible volver a repetir la historia 30 años después, porque no está Victor Jara ni Rolando Alarcón, porque no tiene la fuerza y juventud de antes y porque el entorno político no es el mismo. “No tenemos a Salvador Allende, no tenemos nada. Entonces tratar de imitar algo que ya fue es absurdo”, concluye.





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