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Gonzalo Drago Gac: Los trazos del alma popular

Su obra, de honda raigambre popular, es la extensión de las propias vivencias, la observación y la sensibilidad de un hombre que conoció de cerca los más variados ambientes y personajes y que se desempeñó en múltiples oficios.

Felipe Reyes

  Sábado 19 de marzo 2016 18:57 hrs. 
gonzalodrago

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Gonzalo Drago Gac es de esos escritores chilenos forjados en la lucha por la vida, tributario la experiencia, con más intuición y buen oído literario que estudios formales. Es vinculado a la llamada Generación de 1938, integrada, entre otros, por narradores como Nicomédes Guzmán, Daniel Belmar, Carlos Droguett, Volodia Teitelboim y Francisco Coloane. Autores que izaron la bandera de las reivindicaciones de la clase trabajadora y las aspiraciones de los sectores medios, logrando describir en sus obras la problemática social y política de su tiempo y la constante lucha del hombre contra la naturaleza.

Drago nació en San Fernando en 1906. Su padre, Marcial Drago, un trabajador errante, un “buscavidas” de oficios varios, arrastró a su familia por pueblos y ciudades donde le ofrecieran un empleo, situación que le impidió al niño Gonzalo finalizar sus estudios formales para convertirse en un total autodidacta. Su obra de honda raigambre popular, es la extensión de las propias vivencias, la observación y la sensibilidad de un hombre que conoció de cerca los más variados ambientes y personajes, y que se desempeñó en múltiples oficios: empleado de la aduana de Arica, en el Ferrocarril Trasandino, en los minerales de Rancagua -como empleado de la trasnacional Braden Cooper- y finalmente como funcionario de la Tesorería General de la República. Durante esos años, Gonzalo Drago se cultivó leyendo sin descanso sobre los más diversos temas, lo que le permitió adquirir una amplia y sólida cultura.

A fines de la agitada década del 20, con 22 años de edad, Drago se instala en la ciudad de Rancagua y comienza a colaborar en el diario La Semana con crónicas y algunos de sus primeros poemas firmados como “Alsino” (en homenaje al personaje de la novela homónima de Pedro Prado) y “Ateneo”. Luego, se incorpora como miembro activo del grupo Los Inútiles, cofradía literaria que surge a partir de la disolución del Círculo de Periodistas de Rancagua y en la que el joven escritor compartirá lecturas y experiencias con Óscar Castro, César Sánchez, Óscar Vila, Gustavo Martínez, Félix Miranda, Gustavo Vithar y el peruano Luis A. Fernández. El propio Drago se referirá así a su inútil sociedad:

“Los Inútiles -pese a torcidas interpretaciones- no han estado jamás por encima, en una torre de marfil, ni al margen de la ciudad, sino en medio de ella”.

Junto al trabajo en Los Inútiles, la década del 30 sería de gran actividad periodística: colaboró esporádicamente en el diario El Rancagüino, para más tarde convertirse en cronista estable con sus columnas Antena semanal y Los libros; paralelamente publicaba también en otros diarios regionales como La Voz de Colchagua, La Región y El Cóndor.

Cobre, su primer libro publicado en 1941, escrito luego de su despido de la minera Braden Cooper, y que retoma la ruta trazada por Baldomero Lillo, fue elogiado ampliamente por el desaparecido crítico Ricardo Latcham, quien lo destacó como una mirada honesta y profunda al sufrido mundo minero, a la lucha del hombre contra los elementos y al desencanto del trabajador de la mina por las injusticias y abusos de sus patrones.

Dos años después, Drago publica el poemario Flauta de caña, con un prólogo de su amigo Óscar Castro. Y tres años después ve la luz Una casa junto al río, un puñado de cuentos breves y una novela corta que da nombre al libro. En ella, aflora “la felicidad del ser humano humilde, el amor resignado, haciendo frente alegremente a los reveses de la pobreza”; Drago denuncia la marginalidad y las precarias condiciones de vida de los personajes, a la vez que da cuenta de la indiferencia social de la época.

El purgatorio

Luego, publica en la mítica editorial Nascimento la novela El purgatorio (1951), una de sus obras más recordadas, premiada por la Sociedad de Escritores de Chile, cuyo jurado la calificó como “una obra recia, con sensibilidad y agudeza de observación. Bellas descripciones, a ratos alucinantes, ponen una nota de color y poesía en estos crueles relatos trazados por mano maestra”. Sin embargo, la novela no fue bien recibida por la crítica de la época, quizá debido a que se anticipa a las denuncias sobre los rigores del servicio militar a los que son sometidos los jóvenes chilenos de origen más humilde, lo que se anuncia desde las primeras líneas:

“La ancha verja del cuartel, semejante a la boca de un monstruo mudo e impasible, va tragando al nuevo contingente (…). Un sargento alto, de nariz curva y mejillas encarnadas, resguarda la entrada de la Enfermería, orgulloso de su labor. Sus ademanes son altaneros y su gesto amenazante. Nos mira con visible desprecio. En sus labios delgados hay una sonrisa permanente, invariable, fija, repulsiva, que me desconcierta. Y en sus ojos duros y fríos hay una amenaza turbia, que se vuelca sobre los rostros del rebaño silencioso”.

Su protagonista, el conscripto Mario Medina, nos relata la hostil y cruda vida dentro de un cuartel de Valparaíso, y los apremios que padece la tropa bajo las órdenes del severo y temido sargento Neira. Las frías madrugadas, los extenuantes ejercicios, el uso de armas y los fuertes castigos recibidos por los reclutas solo encuentran el necesario alivio en las salidas dominicales para pasear por el muelle, visitar los bares y los alegres prostíbulos porteños.

MisterJara

En 1973, la editorial nacional Quimantú edita una selección de algunos de sus cuentos bajo el nombre de Mister Jara (relato extraído de su primer libro Cobre), una historia perturbadora, patética y a la vez llena de ternura, publicada el mismo año de la catástrofe en la colección Minilibros, y en cuyo texto de presentación se lee:

“Los cuentos del escritor chileno Gonzalo Drago tienen en su sencillez, humanidad y hábil trazo del alma popular elementos de la realidad chilena. Como Knut Hamsun, Drago hace de los desheredados y de su pequeño gran mundo, sus héroes y su ámbito”.

Pequeño (gran) volumen que además contenía los relatos Ganado cuyano, La huelga, Extraviado, Una casa junto al río y Un racimo de uvas, y que a pocos meses de su publicación también sería devorado por la hoguera militar.

Mister Jara es sin duda uno de los personajes más rígidos y memorables de la literatura chilena, una cruel versión criolla del rastrero universal. Se avergüenza de su origen humilde, de sus rasgos indígenas, del color de su piel, y consagra su vida a la imitación infantil del que añora ser otro: el jefe extranjero que da las órdenes con foráneo acento a los insignificantes y vulgares peones. Hábil en el manejo de la adulación y la zalamería, y despreciando a sus compañeros – a sus pares –, Mister Jara logra trepar unos peldaños para ganar unas efímeras migajas de poder haciendo “uso cotidiano de su flexible espina dorsal cuando se veía en presencia de un jefe rubio, auténticamente yanqui, made in USA”.

Al igual que Nicolás Gogol, una de sus influencias literarias, Drago es preciso en la construcción de un hombre ridículo, atrapado en las redes de su irremediable soledad, “Mr. Jara parecía ignorar la repugnancia que inspiraba a los yanquis y se acercaba a ellos, sumiso como un perro castigado, mascullando un slang aprendido pacientemente en el silencio de su cuarto”.

Avanzada ya la dictadura de Pinochet, en esos oscuros años de apagón cultural y masacre ciudadana, Gonzalo Drago da a conocer la que sería su última novela, Los muros perforados, publicada 1981 en una autoedición financiada por sus amigos, y en la que nos abre la cortina del micromundo de la burocracia estatal, engranajes que Drago bien conocía desde su paso por el servicio público. Un mundo donde se confunden la necesidad de sobrevivir, la envidia y las mezquindades de seres grises que teclean, lánguidos, sus ruidosas máquinas de escribir sin muchas esperanzas en el horizonte. Al igual que en toda sus libros anteriores, destila ese espeso caldo pero sabroso al estilo de Drago; poseedor de una obra realista, descarnada y certera que dibuja al hombre en sus pequeñas glorias y miserias. Personajes que, pese al implacable paso del tiempo, parecen no perder actualidad en el contradictorio Chile actual.

Gonzalo Drago falleció en Santiago el 24 de junio de 1994, a los 88 años de edad.

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