Cuando el mandatario llegó a la Casa Blanca, esa cifra, suma de los déficits crónicos y de los intereses de la deuda, ya se situaba en los 19,95 billones de dólares, igualando el PIB estadounidense por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Las rebajas fiscales de la administración Trump, sobre todo para las empresas, y el aumento de los gastos, especialmente en el armamento, aumentaron esa carga.
“Tenía que volver a poner orden en el ejército antes de preocuparme por los 22 billones de deuda”, dijo recientemente el presidente.
Su gobierno afirma que las rebajas fiscales, que ahondarán el déficit en 1,5 billones de dólares en 10 años, según previsiones, se financiarán por sí solas al impulsar el crecimiento y, por tanto, los ingresos.
Nadie protesta
El déficit presupuestario aumentó un 17% hasta 779.000 millones de dólares el año pasado, el peor resultado desde 2012. Y, según la oficina de presupuesto del Congreso (CBO), se incrementará aún más este año, hasta los 900 mil millones de dólares.
Tras cuatro años de superávit presupuestario bajo el gobierno del demócrata Bill Clinton, la guerra en Irak, con el republicano George W. Bush en la Casa Blanca, volvió a situar las finanzas federales en números rojos.
Con el demócrata Barack Obama, la crisis financiera de 2008 exigió una fuerte inversión del Estado. Las cuentas quedaron deterioradas de forma duradera, provocando el nacimiento del Tea Party, una corriente política que ayudó a llevar a Trump al poder.
Con el repunte económico y el pulso en el Congreso sobre la reducción de los gastos públicos, los últimos años de la presidencia de Obama coincidieron con una reducción del déficit.
Y, cuando éste volvió a crecer con Donald Trump, nadie dijo nada, ni siquiera los republicanos, antaño tan escrupulosos con el control del gasto público.
Trayectoria insostenible
Pero son sobre todo el envejecimiento de la población y el aumento de los gastos de salud y de las jubilaciones los que, de forma estructural, sumen el presupuesto federal en un déficit crónico.
Sin querer inmiscuirse en la política presupuestaria, el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, recuerda de vez en cuando que se sabe “que el presupuesto de la administración estadounidense sigue una trayectoria insostenible y que habrá que trabajar para remediarlo”.
Resulta complicado ir más allá para Powell, ya que los intereses de la deuda aumentaron fuertemente por culpa de las subidas de las tasas directoras de la Fed.
Trump no dudó en criticar las decisiones de la Reserva Federal, que calificó de “loca” y de “problema para la economía” cuando aumentaba los tipos de interés.
Solamente el aumento de los intereses de la deuda le costó 13 mil millones de dólares adicionales al gobierno estadounidense en diciembre.
Dejando a un lado la deuda soberana, que sigue siendo una inversión segura tanto para el resto del mundo como para los hogares estadounidenses gracias al dólar, algunas partes de la deuda de las empresas y de los consumidores generan más preocupación.
Los préstamos de las empresas estadounidenses casi se duplicaron en poco más de una década, impulsados por la política de dinero barato llevada a cabo por la Fed tras la crisis de 2008. Su deuda alcanza los 9 billones y supone “un riesgo macroeconómico”, según Powell.
Respecto a los hogares, que se endeudaron hasta los 13,5 billones de dólares –de los que tres cuartas partes corresponden a préstamos hipotecarios–, son los sectores más delimitados pero más frágiles los que suscitan inquietud.
Los préstamos estudiantiles, que lastran el consumo de los jóvenes, alcanzaron un récord histórico de casi 1,5 billones de dólares. Los préstamos para automóviles, que se acercan a la misma cifra (1,3 billones), empiezan a sufrir retrasos en los pagos que preocupan a la Fed.