Lleva bastante tiempo siendo un dolor de cabeza para el establishment norteamericano. Paralelamente a sus estudios de ciencia política en la Universidad de Chicago, por allá a principios de los sesenta, Bernie Sanders ya militaba en la Liga Socialista de la Juventud, brazo juvenil del extinto Partido Socialista de América.
A la par de su militancia, el nacido en Brooklyn fue un activo participante del Movimiento por los Derechos Civiles, proceso de varios años que buscó igualdad ante la ley para los ciudadanos negros y que fuera liderado por Martin Luther King.
Después de ires y venires, de participar en movimientos en contra de la Guerra de Vietnam y de ir definiéndose políticamente, Sanders logró hacerse con la alcaldía de Burlington. Fue en 1981 cuando superó por apenas diez votos al demócrata Gordon Paquette.
Ocho años estuvo en el cargo, imponiéndose en un total de cuatro elecciones. Durante los últimos meses que ofició como alcalde, decidió postularse a la Cámara de Representantes de Estados Unidos por el distrito de Vermont, sin embargo, su 38 por ciento de votos no le alcanzó para derrotar al 41 por ciento del republicano Peter Smith.
La revancha vendría dos años más tarde, cuando en 1991 Sanders logró imponerse a Smith y se quedó con un escaño en la Cámara Baja. El autodefinido como socialista se transformó en el primer representante independiente después de 40 años.
Como congresista se opuso al uso de fuerzas militares en Irak en los años 1991 y 2002, al igual que a la invasión a aquella nación el 2003. Fue permanente crítico de la administración de George W. Bush, al igual que de los partidos Republicano y Demócrata, lo que lo hizo distanciarse de posibles aliados.
Fue representante de la Cámara Baja hasta el 2007, año en que saltó a la Cámara Alta en calidad de senador. Desde que ocupa dicho cargo, Sanders ha sido uno de los legisladores más populares según las encuestas y, por supuesto, de los más críticos.
Manteniendo su condición de independiente, se sumó a la bancada del Partido Demócrata, situación que mantiene hasta el día de hoy.
Por eso su participación en las primarias de esta colectividad política, terreno que conoce bien, pues ya se presentó como candidato en la instancia del 2016, donde perdió ante Hillary Clinton, quien, finalmente, sería derrotada por Donald Trump.
Pero hoy Bernie Sanders va por su revancha, le va bien en las revanchas y, al parecer, esta no será la excepción. Ya ganó en Nueva Hampshire, llevándose 9 de los 24 delegados, y arrasó en Nevada, quedándose con 24 de los 36 delegados totales. Si bien en el Estado de Iowa no ganó, obtuvo de igual manera 12 delegados.
Son 1991 delegado los que necesita Sanders para hacerse con la candidatura definitiva, y 1357 de ellos estarán en juego este martes en el llamado ‘Súpermartes’. Si bien los resultados de ese día no serán necesariamente los definitivos, sí marcarán una tendencia respecto de lo que venga después.
Y claro, a Sanders apuntan todas las apuestas, pues las encuestas lo dan como ganador y es el único que ha sido capaz de reunir a miles de jóvenes en torno a su candidatura. Y esto, es peligroso para el establishment de Estados Unidos.
¿Cómo no? si de partida el precandidato presidencial se define como socialista, un término que provoca repulsiones en la clase política norteamericana. Si bien Sanders le pone apellido a su socialismo –demócrata-, el hecho de que se declare socialista despierta todos los temores que dejó como consecuencia la Guerra Fría.
En un debate televisado, el senador por Vermont acusó a Estados Unidos de derrocar gobiernos a lo largo y ancho del mundo, además elogió –ya lo había hecho antes- los programas sociales de Fidel Castro en Cuba. En otras ocasiones ha respaldado algunas políticas del presidente nicaragüense Daniel Ortega, y así distintos líderes que son vistos como enemigos por la Casa Blanca han recibido el apoyo de Sanders.
Ante las rotundas críticas de demócratas y republicanos, Sanders aclara constantemente: “me he opuesto al autoritarismo en todo el mundo”.
Sin embargo, sus palabras no parecen tranquilizar a la clase política. El estratega demócrata James Carville, especializado en campañas políticas, ha dicho a los medios que “si seguimos el ejemplo del Partido Laborista británico y nominamos a nuestro Jeremy Corbyn, será el final de los tiempos”.
Y es que en los demócratas hay temor, pues ven en la candidatura de Sanders la oportunidad para que Donald Trump sea reelegido por cuatro años más.
“Algunos demócratas temen que, ante la disyuntiva de cuatro años más de Trump o una alternativa a la izquierda, los votantes no solo reelijan a Trump, sino que devuelva a su partido el control del Congreso”, escribió Kyle Kondik, del Center for Politics, en el New York Times.
La situación del Partido Demócrata es compleja, pues la cúpula de la colectividad no quiere por ningún motivo a Sanders de candidato, sin embargo, las bases le dan su apoyo con bastante diferencia por sobre los demás aspirantes.
¿Qué es lo que ofrece el senador de Vermont a la hora de ser electo presidente?, pues la columna vertebral de su programa es un sistema público de salud de carácter gratuito, además propone subir los impuestos a las grandes fortunas, garantizar gratuidad en la educación superior, Poner un límite a las tasas de préstamos de consumo y ampliar los beneficios del Seguro Social para todos los beneficiarios y proteger las pensiones.
Sus propuestas son, claramente, muy atrevidas para la tradición estadounidense. Sin ser un revolucionario –está lejos de serlo-, el programa de Sanders ha despertado el miedo entre los demócratas y, por el contrario, cierta confianza en los republicanos, pues los partidarios de Donald Trump explotan el perfil socialista del senador por Vermont para generar rechazo a su candidatura, apelando a la pésima fama que tiene esta corriente ideológica en Estados Unidos.
Si todo toma el camino presupuestado, la elección presidencial del país norteamericano sería entre dos polos opuestos: Trump y Sanders. Dos visiones diametralmente opuestas que dividirán, sin duda, a la nación.
No hay punto medio: es negro o blanco. Al parecer, el gris saldrá del mapa.
Pero el país en cuestión es Estados Unidos. Aquel “extremista” que lidera las primarias demócratas en realidad no es tal, en otro país su programa sería, simplemente, reformista, sin embargo, en el templo de la economía de mercado su pensamiento no puedes sino una herejía.
Herejía que, de todas maneras, conquista a gran parte de la población, sobre todo a los jóvenes, quienes piden un cambio posando sus esperanzas en Bernie Sanders, un señor de edad pero con propuestas mucho más atrevidas que la generalidad estadounidense. Esa es su debilidad, esa es su fortaleza.