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La historia de las canciones chilenas que hace más de un siglo viajaron hasta Berlín

Decenas de documentos con composiciones que circularon en el país a fines del siglo XIX y comienzos del XX fueron encontrados por dos historiadores en Alemania. Seis años después de ese hallazgo, ambos publican un libro con una selección y análisis de los documentos. “Son maravillosos, unos tesoros”, dicen los investigadores.

Rodrigo Alarcón L.

  Domingo 24 de mayo 2020 10:50 hrs. 
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71 documentos con poesías y canciones populares chilenas. Eso es lo que encontraron Ana Ledezma y Tomás Cornejo mientras se encontraban en el Instituto Iberoamericano de Berlín, indagando en la llamada “Biblioteca Criolla” del antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche, mayormente dedicada a archivos del Río de la Plata.

“Era material que conocíamos acá, tanto nosotros como las personas que se dedican a investigar la cultura popular, pero lo bonito fue encontrarlo en un contexto y momento inesperado. De verdad constituyó un hallazgo”, dice Cornejo, profesor en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE).

¿Cómo habían cruzado el Atlántico esos cancioneros? Según la investigación que siguieron después, Lehmann-Nitsche los recibió de Rodolfo Lenz, lingüista alemán que llegó a Chile en 1890, contratado durante el gobierno del José Manuel Balmaceda, y se convirtió en una figura capital para el estudio de la Lira Popular, los impresos que en esa época recogían las composiciones de los poetas populares. 

A seis años de ese descubrimiento, Ledezma y Cornejo acaban de publicar el libro Cancioneros populares de Chile a Berlín. 1880-1920 (Ediciones UAH), en el que presentan una selección de esas poesías y canciones junto con un acabado estudio en torno al tema. El año pasado ya se había editado un libro pedagógico con el material, dirigido a profesores y disponible de manera gratuita en el Portal de Libros Electrónicos de la Universidad de Chile. 

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“Estos cancioneros son multifacéticos en su materialidad y contenidos. Nos dan luces sobre quiénes imprimían, quiénes leían, quienes eran los poetas que escribían ahí, si estaban pensados para bibliotecas o para coleccionarse, por ejemplo”, explica la historiadora, investigadora de la Universidad Adolfo Ibáñez y docente en la Alberto Hurtado. “Por otro lado, tienen este carácter juglaresco de recopilar lo que se decía y sucedía alrededor y la música que se bailaba y disfrutaba en todo el continente e incluso más allá. Además de la música, es lo que nos dicen los cantos en sí. Son maravillosos, unos tesoros”.

Habaneras, valses, mazurcas, polkas y zarzuelas, además de cuecas, zamacuecas, esquinazos y tonadas figuran en sus páginas, que circularon en centros urbanos como Santiago, Valparaíso y Concepción, pero se podían hallar desde Tacna, que entonces estaba bajo soberanía chilena, hasta la capital del Biobío.

“Son documentos complejos, porque se refieren a canciones pero no tienen notaciones musicales, no son una partitura, ni siquiera son como los cancioneros de nuestra época, con las posturas para guitarra. Es la transcripción de las letras y junto con eso viene mucha información que da cuenta de la cultura impresa que tenían cerca los sectores populares a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Tienen mucho que ver con la cotidianidad y también dan cuenta de la vida política. Hoy, por ejemplo, un cancionero hablaría de lo que pasó desde el 18 de octubre o lo que pasa con el Covid-19”, agrega Cornejo.

¿Cómo circulaban en su época?

TC: Tenían los mismos canales de distribución de la prensa escrita. Se vendían en la calle, por pocos centavos, a través de suplementeros que casi siempre eran niños, pero son como híbridos: no son un periódico y tampoco llegan a ser un libro. Uno puede pensar que acercaban al mundo popular al libro, entonces se vendían en librerías, en cigarrerías o en las imprentas y talleres tipográficos que los producían. Parecen haber estado en todos lados y para eso era útil que fueran portátiles y accesibles para la mayoría. Tenemos información de que se hacían 10 ó 20 mil ejemplares; algunos se atribuyen 50 mil, pero lo ponemos en duda por los tirajes y las tasas de alfabetización de la época. Aun así, ahí vemos cuestiones de industria cultural funcionando, no es solo artesanal: hay una creación de públicos lectores y en torno a la música, que parece haber sido muy variado social y genéricamente.

AL: Incluso hay una iniciación a la lectoescritura, porque algunos cancioneros no solo tenían cantos o poemas, sino que también mostraban cómo escribir una carta o distintas indicaciones para personas que están iniciándose en este mundo.

Hay un capítulo que enfatiza el tema del género y la sexualidad en los cancioneros, ¿por qué quisieron destacarlo?

AL: Hay dos razones. La primera es nuestro interés de investigación y la necesidad de hacer énfasis en una categoría tan importante en la actualidad como es el género. Ahora, por mucho que uno quiera que ciertos documentos hablen de ciertas temáticas, no siempre es así, pero éstos nos embarcaron en ese énfasis analítico. Cuando comienzas a leer los cantos, te das cuenta que en los referidos al amor, los que están en voz masculina son aquellos que refieren al amor cortés, sufriente, idílico, “eres tan linda como la luna” y esas cosas; y los cantos en voz femenina inspiran una parte más lúdica, están más cargados a lo picaresco. Ahí surge un contraste con nuestra imaginación sobre el pasado, porque tendemos a creer que las mujeres eran más recatadas, sumisas y con un yugo sobre la normativización de sus cuerpos. ¿Era solo para seducir a la audiencia que son más picarescos y encendidos? Frente a esa sorpresa maravillosa de los documentos, no podíamos dejar de problematizarlo como parte de la investigación.

¿Por qué es importante que estos cancioneros sean conocidos hoy, que no queden perdidos en una biblioteca?

TC: Hay un tema patrimonial. Son una materialidad que no es reconocida en su valor patrimonial, porque en general se tiende a asociar esto con cuestiones grandes, monumentales. Este es un patrimonio pequeño y de pequeñas personas o familias, que ha sido relegado por muchas instancias, partiendo por la propia historiografía. En nuestro país hay mucha preocupación por la historia de los sectores populares, sobre todo por su organización política, pero tendemos a olvidar que la mayoría de esas personas quizás no se organizó políticamente. A lo mejor tenían un pensamiento, eventualmente participaron de una organización, pero creo que la mayoría sí se reunía en torno a la música, que fue muy importante. A través de la música se expresan cuestiones que tienen que ver con el amor o la sexualidad, pero también con la política, la cotidianidad, la divinidad, la muerte. Ahí hay una serie de problemas que generalmente se dejan de lado en el relato histórico y este tipo de materiales nos dan la oportunidad de entrar en ellos.

AL: Se trata de ver desde otro lugar la reconstrucción de los sectores populares. ¿Por qué los cancioneros? No solo porque nos interesan, sino por la capacidad de interpelación que tienen. La música tiene una potencialidad en la memoria, una capacidad de evocar y convocar, no solo en los espacios de sociabilidad del pasado sino que en la actualidad también. Es transversal, está en distintos estratos sociales, étnicos, genéricos. Quizás las personas que los tuvieron eran nuevos lectores, pero sí eran antiguos oyentes. Estos documentos nos inspiran e interpelan, hay un núcleo muy potente que era necesario reactualizar. 

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