Sergio Larraín es uno de los fotógrafos más importantes de nuestro país, su trabajo se hizo reconocido a nivel mundial al ser fichado por la Agencia Magnum y lograr capturar imágenes de la mafia siciliana. A partir de ese trabajo, deslumbró con su capacidad de moverse entre la fotografía de autor y las fotografías periodísticas, varias de las cuales aparecieron en algunos de las más importantes revistas a nivel mundial. Su obra ha estado en los prestigiosos muros del Centro Pompidou de Paris, en Tate Modern en Londres, o el MOMA en Nueva York. A pesar de todo ese reconocimiento, Larraín es una figura esquiva, que casi no daba entrevistas y cuya vida se rodeó de misterio al abandonar la fotografía y retirarse hacia la meditación y el estudio de la espiritualidad oriental en las últimas décadas de su vida. El documental “Sergio Larraín: El instante eterno” nos permite un acercamiento tanto a su obra como a su intimidad, a través de entrevistas a familiares, colegas y amigos que permiten ir creando un relato de un ser brillante y complejo.
Proveniente de una familia privilegiada, tanto en lo intelectual como en lo económico, Larraín tempranamente sale de la seguridad de su entorno y viaja a estudiar a Estados Unidos, y al volver comienza a profesionalizar su camino fotográfico –algo que venía desarrollando desde su adolescencia- mediante una serie de fotografías, entre las cuales adquirieron notoriedad las dedicadas a niños de la calle y su entorno. Desde este momento, se hace evidente su originalidad y su mirada descentrada del mundo. Las imágenes que crea Larraín están descolocadas, en el mejor sentido posible, su trabajo se genera a partir de una construcción descentrada que pone en cuestión la lógica fotográfica clásica. El fotógrafo hablaba de fotografiar el aire como el ejercicio de encontrar ese “instante eterno”, en donde el movimiento se detiene y queda en evidencia su lugar en el espacio.
A lo largo del documental vamos descubriendo que ese “descolocamiento” del mundo que Larraín crea en sus imágenes es bastante coherente con la incomodidad del propio artista respecto a los roles que la sociedad le exige cumplir. En el relato, construido por Moreno y la guionista Claudia Barril, el arco dramático del personaje se define por la huida y el desapego. En el documental observamos el camino de Larraín hacia el encuentro de su propia libertad, abandonando en el camino la comodidad de un estatus profesional, el reconocimiento de los pares e incluso de algunos vínculos. El acercamiento esforzado y honesto a la complejidad de este personaje permite la empatía y el reconocimiento de las dificultades que también los muy talentosos –o quizás especialmente ellos y ellas- tienen para encontrar su lugar en el mundo.
El trabajo conjunto de Moreno y Barril parte en 2006 con la fundamental “Ciudad de los fotográfos” – que relata el trabajo de los fotógrafos que expusieron al mundo las brutalidades de la dictadura – y se ha repetido en “Habeas Corpus” –que trata de las personas que conformaron de la Vicaría de la Solidaridad- y con “Guerrero”, documental sobre Manuel Guerrero hijo, su duelo, su exilio y su resistencia. Todos estos trabajos, al que se une ahora “Sergio Larraín: el instante eterno”, tienen en común el dialogo entre lo privado y lo público, entre lo testimonial y lo patrimonial. Cada uno de los personajes de esta cinematografía es retratado en la complejidad de su particular ser persona, y al mismo tiempo narrado en su condición de sujeto histórico en un momento trascendente de la contingencia nacional. La sensibilidad de los realizadores y su capacidad de generar confianza y empatía de sus fuentes le regala a los espectadores un acceso privilegiado a este mundo íntimo que suele permanecer invisible, pero que define aquellas cosas que vemos. Es desde las historias privadas que se construyen los hitos y “El instante eterno” da buena cuenta de eso.