Cuando en diciembre de 2019 Sanna Marin asumió la jefatura del gobierno finlandés, sustituyendo a Antti Rinne, su llegada fue celebrada por casi toda la izquierda: era una mujer joven de treinta y cuatro años, socialdemócrata, de una familia modesta que necesitaba ayudas sociales, que había trabajado como dependienta y conocía las dificultades de la vida, y que articulaba una coalición de gobierno de centro-izquierda y mayoría socialdemócrata, con cinco partidos: el Partido Socialdemócrata (SDP), el Partido de Centro (liberal), el Partido Verde, la Alianza de Izquierda y el pequeño Partido Popular Sueco (SFP). Además, Marin formó un gobierno compuesto mayoritariamente por mujeres jóvenes que ocuparon doce de los diecisiete ministerios. Unía juventud y planes progresistas de gobierno, y quitaba importancia a su condición de mujer y a su edad: Marin insistió en que esos rasgos no eran lo más importante: eran los hechos, lo que su gobierno quería llevar a cabo.
Sin embargo, Sanna Marin, elogiada por su gestión de la pandemia, por su empeño en combatir la violencia contra las mujeres y en equiparar los salarios de hombres y mujeres, y por su programa de igualdad para las minorías raciales, ha dado un peligroso giro a la tradicional política de neutralidad finlandesa posterior a la Segunda Guerra Mundial, y ha abandonado la diplomacia que trabajaba por la paz con su petición de ingreso en la OTAN.
El pequeño país de poco más de cinco millones de habitantes, tiene problemas desde hace tiempo: el alcoholismo, el racismo y el acoso sexual a las mujeres, la recesión económica. Ahora, el ministerio de Hacienda quiere recortar servicios públicos, cuando los trabajadores padecen dificultades. También, Finlandia soporta el oscuro recuerdo de su pasado cómplice con la Alemania nazi, que si bien fue enterrado durante los años de la llamada «finlandización» vuelve a aparecer a la vista del apoyo de los gobiernos de las tres repúblicas bálticas vecinas a los desfiles de veteranos de las SS nazis y de la nueva situación creada en Ucrania por la dictadura de Zelenski.
La incorporación de Finlandia a la OTAN supondrá transformar los más de mil trescientos kilómetros de su frontera oriental en la línea de contacto de la OTAN con Rusia, además de convertir a Finlandia en enemigo de Moscú, según la doctrina estratégica elaborada por Estados Unidos y asumida por la alianza militar occidental. Tras una abrumadora campaña que ha cambiado la opinión pública, el gobierno de Marin ni siquiera ha considerado la posibilidad de que la población pudiera expresar su opinión sobre la entrada en la OTAN con un referéndum: con una mayoría en el Parlamento, Marin tira por la borda siete décadas de neutralidad y de política exterior de estímulo a la paz. Pocas voces públicas se oponen a ese despropósito: entre ellas, Tiina Sandberg, secretaria del SKP (Partido Comunista), y otros dirigentes comunistas, o Markus Mustajärvi, parlamentario de la Alianza de la Izquierda y miembro del Comité de Defensa del parlamento, quien denunció que «el ingreso de Finlandia en la OTAN se ha preparado a propósito desde la desintegración de la Unión Soviética. Las voces críticas han sido silenciadas y el ambiente se ha vuelto muy opresivo, incluso amenazante, y eso siempre tiene consecuencias.»
Con el gabinete de Sanna Marin se ha culminado la transformación de Finlandia, que deserta así del grupo de países que apostaban por la paz y la desaparición de los bloques militares. También culmina la metamorfosis de la socialdemocracia, de los verdes y de la mayor parte de la izquierda finlandesa, entre ellos de los ex comunistas que se integraron en Vasemmistoliitto (Alianza de la Izquierda, que cuenta con tres ministros) en un viaje a ninguna parte a semejanza del que hicieron los italianos de Achille Occhetto, convertidos hoy en el socialdemócrata y atlantista Partito Democratico. La Alianza de la Izquierda de Li Andersson ha asumido todas las decisiones de Sanna Marin. Cuando el gobierno de Marin tomó la decisión de ingresar en la OTAN, el ministro de Asuntos Exteriores, Pekka Haavisto, del PartidoVerde, aseguró que Finlandia fortalecería así su seguridad, la estabilidad en el norte de Europa, aumentaría su influencia y apoyaría el desarme nuclear. Todo era falso, y Haavisto lo sabía, porque Estados Unidos está militarizando la península escandinava: ya ha firmado un acuerdo de defensa con Noruega y está ultimando otro con Finlandia.
Estados Unidos quiere disponer en Escandinavia de instalaciones y bases aéreas y navales restringidas para su ejército donde, prescindiendo de la soberanía de cada país, aplicará exclusivamente su legislación, al margen del derecho noruego o finlandés, para poder introducir armamento nuclear en una situación de crisis. Con la complicidad del gobierno noruego, Estados Unidos tiene previsto crear áreas acotadas en Rygge (en el fiordo de Oslo), en Sola (costa del Mar del Norte), y en Ramsund y Evenes (en el fiordo de Narvik, cerca de Suecia y de Finlandia y al norte del Círculo Polar ártico). El despliegue en el fiordo de Narvik servirá también a Estados Unidos para reforzar su dispositivo militar e intervenir en la disputa por los recursos del océano Ártico. Washington quiere también que Finlandia se incorpore a su alianza contra China.
Los gastos militares se han disparado: Helsinki invierte ya más del doble de lo que dedicaba a su ejército en 2019, al inicio de la legislatura, y ningún partido de la coalición se ha opuesto a ese despilfarro. La izquierda gubernamental se apresuró a cubrir la nueva política con palabras huecas: Vasemmistoliitto (Alianza de la Izquierda) apoyó en junio de 2022 el ingreso de Finlandia en la OTAN, y lo hizo, como otros partidos del gobierno, exigiendo que el país no aceptase armas nucleares, tropas ni bases de la alianza en su territorio. Incluso el presidente Sauli Niinistö insistió en que Finlandia no albergaría armas nucleares. Era un brindis al sol, y todos lo sabían: el equivalente de las condiciones que el PSOE puso en el referéndum de ingreso de España en la OTAN, que nunca se cumplieron. En octubre de 2022, apenas cuatro meses después del anuncio, Marin declaraba que Finlandia «participará plenamente en la OTAN», y que «no era conveniente poner condiciones sobre bases militares o armamento nuclear». De hecho, el gobierno no aceptó incluir esos requisitos para la solicitud de ingreso, y el ejército finlandés ya colabora con Estados Unidos en ejercicios aéreos como los del Support of Nuclear Operations with Conventional Air Tactics, SNOWCAT. Otra muestra de la progresiva subordinación de Finlandia a Washington, porque la OTAN no dispone de armas nucleares, son propiedad de quienes las poseen: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, y solo el Pentágono tiene desplegadas esas armas en otros países, como los europeos.
Con su nueva identidad atlantista, el gobierno finlandés repite las acusaciones de Blinken y Stoltenberg sobre las supuestas «amenazas nucleares» lanzadas por Moscú, pero omite que, a diferencia de Rusia, Estados Unidos no ha renunciado a ser el primero en utilizar armamento atómico, y la diplomacia finlandesa ya empieza a aplicar los criterios de la OTAN, aunque aún no sea miembro: en la declaración presentada en la ONU que exige el desarme nuclear, Finlandia se abstuvo, aunque anteriormente votaba a favor. Siguiendo también las instrucciones de la OTAN, como admitió veladamente el propio gobierno, votó también en contra del Tratado de prohibición de armas nucleares. Además, el gobierno de Marin presiona a Alemania para que envíe a Ucrania los tanques Leopard contra los rusos. Significativamente, pese a que Suecia confirmó el sabotaje al Nord Stream tras hallar rastros de explosivos y a la evidencia de que solo Estados Unidos y su aliado británico podían haberlo llevado a cabo, Finlandia, como sus vecinos escandinavos, se ha abstenido de pedir cualquier responsabilidad, y mantuvo silencio ante la grosera intoxicación lanzada por Washington y la OTAN haciendo responsable a Rusia de la voladura de su propio gasoducto. También ha cambiado la apreciación de Finlandia sobre la guerra en Oriente Medio: mientras el gobierno anterior, con Antti Rinne, condenó a Turquía cuando invadió el norte de Siria, ahora, con Sanna Marin, el gabinete guarda silencio ante los bombardeos de Erdogan sobre los kurdos sirios. Todo ha cambiado tras la firma del Memorando de Madrid entre Finlandia, Suecia y Turquía bajo los auspicios del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Desertando de las filas de la paz con la incorporación a la alianza militar occidental, el gobierno socialdemócrata, al igual que la mayoría de los verdes europeos, ha entrado en la lógica de la guerra y de las empresas de armamento con la prevista construcción de un muro en los límites con Rusia, incrementando el presupuesto militar y exigiendo una mayor intervención de la OTAN en Ucrania, suscribiendo el vergonzoso Memorando de Madrid y apoyando la expansión militarista de Estados Unidos hasta las fronteras rusas.