Violencia obstétrica: “Lo inaceptable se ha vuelto habitual”

Una mesa de análisis sobre violencia obstétrica en la Biblioteca Nacional sumó antecedentes de una situación poco abordada en la salud pública. Distintas actitudes que van en contra de la naturaleza de un parto son puestas en tela de juicio, de momento en que no hay políticas públicas orientadas a proteger los derechos de las mujeres y los recién nacidos, con escasos ejemplos en la región.

Una mesa de análisis sobre violencia obstétrica en la Biblioteca Nacional sumó antecedentes de una situación poco abordada en la salud pública. Distintas actitudes que van en contra de la naturaleza de un parto son puestas en tela de juicio, de momento en que no hay políticas públicas orientadas a proteger los derechos de las mujeres y los recién nacidos, con escasos ejemplos en la región.

Se entiende por violencia obstétrica “la apropiación de procesos reproductivos de las mujeres por prestadores de salud, que se expresa en un trato jerárquico, abuso de medicación y patologización de procesos naturales”. La definición corresponde a la Ley Orgánica del Derecho de las Mujeres, de Venezuela, que junto a Argentina son los únicos países en la región con leyes en este tema.

En esta línea, distintos expertos en maternidad subrayan la condición vulnerable de las mujeres y una falencia en las políticas de natalidad y salud pública. Macarena Mardones, doula dedicada a la asistencia de nacimientos y directora de “Nacer a la Vida”, observa una transformación cultural que explica esta conducta.

“Es un dogma cultural bastante expandido, contrario a la fisiología porque la oxitocina, la hormona principal del parto, es tímida, y ningún mamífero invita a sus pares al parto. Todas las hembras paren solas. Recuperar el paradigma original nos obligará a dejar de lado muchos condicionamientos culturales. Todos estos temas son súper delicados, y la situación hoy es que lo inaceptable se ha vuelto habitual”, dijo.

Un ejemplo claro es la cantidad de cesáreas que crece en la medicina moderna. En Chile, el índice alcanza el 49%, pese a que la OMS señala que el promedio nacional no puede superar el 15%.

En esta línea, Macarena Mardones enumera distintos errores al incidir en un nacimiento: “Las cesáreas son una consecuencia del desconocimiento total de las necesidades fisiológicas, termina ocurriendo porque el parto se interviene. Hay cesáreas programadas, hay un miedo al parto que obliga una cantidad enorme de inducciones, rompimiento de membrana, etc. Toda esta cascada de intervenciones hace que el bebé no quiera salir, está muy asustado, hay una adrenalina feroz en el ambiente”.

Desde la medicina surgen distintas voces que alertan de un mal manejo de políticas de salud, actuando contra la ciencia y el sentido natural para agilizar estos procesos. Juan Carlos Chirino, académico de obstetricia en la Universidad de Santiago, lamenta la cotidianidad de estos abusos.

Chirino declaró que “obligar a la mujer a parir en una posición determinada es violencia obstétrica. No favorecer el apego, adelantar el proceso de parto con bajo riesgo, técnicas de medicamento sin consentimiento. Es complicado visibilizar que mecanismos de forma tan rutinaria sean parte de la violencia obstétrica”.

En 2007, Venezuela promulgó la Ley de Derechos de las Mujeres, en 2009 Argentina publicó una ley de protección integral. Para Raquel Schallman, matrona partidaria de un parto libre, el tema pasa por analizar las condiciones que impone la mercantilización de la salud pública.

“Podemos asistir a partos respetados porque hay una piscina, porque hay esferas de plástico o sogas para colgarse. Toda esa sofisticación es innecesaria, los animales no necesitan de eso, necesitan que se les respete, y eso lo haría extensivo a toda la medicina, que se ha vuelto peligrosa por ignorar las necesidades de cada persona”, dijo.

Son pocos los países que tipifican como delito la violencia obstétrica, por lo que distintas organizaciones exigen un cambio cultural en salud pública, denunciando estas acciones por ser un atropello a los derechos reproductivos y, en paralelo, una invisible violencia de género.





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