Estado Islámico: Un invento de Occidente

Si Estados Unidos y las potencias de Europa no hubieran llevado su “cruzada civilizatoria” a Medio Oriente, especialmente a partir de la invasión a Irak hace algo más de una década, el EI jamás se hubiera consolidado hasta el punto que hoy apreciamos.

Si Estados Unidos y las potencias de Europa no hubieran llevado su “cruzada civilizatoria” a Medio Oriente, especialmente a partir de la invasión a Irak hace algo más de una década, el EI jamás se hubiera consolidado hasta el punto que hoy apreciamos.

Las escenas pavorosas de la decapitación de dos periodistas ha presionado, al interior de Estados Unidos, al debilitado gobierno de Barack Obama a que realice una intervención mucho más activa en territorio iraquí. Esta reacción espontánea, y hasta comprensible en cierto sector desinteresado de la opinión pública, olvida que así partió precisamente el problema: cuando el gobierno de George W. Bush invadió Irak en 2003, bajo la excusa falaz de que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva, se agudizó el sentimiento anti-occidental y, lejos de maniatar a Al Qaeda, se dio lugar a otros grupos que decidieron hacer frente a la magnitud de la agresión. Así nació el Estado Islámico.

Una década y un poco más después, vemos cómo naufraga el gobierno cuya identidad se construyó como la antítesis del de George W. Bush, en la decepción de la larga lista de promesas incumplidas. Ahora podría completarse el círculo y fundirse Obama plenamente en su antecesor: su debilidad interna le ofrece la insuperable tentación de situar un nuevo enemigo, abominable, que amenaza los valores y principios del país, para emprender una invasión a gran escala que haga subir rápidamente su popularidad. El relato para tal acción ya ha sido plenamente construido: Sadam Hussein era malo y Al Qaeda mucho más, es cierto que dijimos que no lo haríamos otra vez, pero Estado Islámico es tan, tan malo, incluso más que los de antes, que es necesario y comprensible volver al ataque.

La dirección de los acontecimientos fue claramente marcada por Obama durante la reciente cumbre de la OTAN en Gales. Desde antes del inicio, advirtió que su principal propósito era formar una coalición para intervenir en los territorios iraquí y sirio actualmente gobernados por el califato. La justificación podría parecer irrefutable, si no supiéramos cuántas veces se ha usado antes: “El Estado Islámico es una “organización salvaje” que debe ser destruida”.

El punto es que, como en una carambola que nunca se detiene, los intentos de Estados Unidos y sus aliados por destruir a sus enemigos han ido creando adversarios y problemas mucho mayores que los originalmente denunciados. Por de pronto, las invasiones en Afganistán, Libia e Irak han desatado el caos y la destrucción del orden social en esos países, surgiendo desde este último el Estado Islámico, primero dependiente directamente de Al Qaeda y luego indirectamente. Fue en el contexto de otra apenas solapada intervención occidental en la región, apoyando a los rebeldes contra Bashar el Assad en la Guerra Civil siria, que el EI se fortaleció, cortó lazos con Al Qaeda y generó las condiciones para su vertiginoso avance en territorio iraquí.

En tal contexto, no puede sino ser señal de la falta de pulcritud en la política internacional estadounidense, por decirlo de alguna manera, que ahora tenga como dos de sus aliados a Irán y Siria. El primero, satanizado por el gobierno de Obama y hostilizado por un supuesto programa para fabricar armas nucleares que nunca se ha probado; y el segundo, que hace apenas un año estuvo a horas de ser bombardeado por Estados Unidos y que, por obra y gracia del cambio de circunstancias, se ha convertido ahora en un aliado clave –aunque renegado- para detener al Estado Islámico. Esto nos permite decir, aunque ninguno de los gobiernos involucrados lo reconocerá de ese modo, que Occidente cambió súbitamente de bando en la guerra civil siria.

Para la estabilidad en la región sería un golpe la caída del débil gobierno de Irak y el, hasta hace poco, fuerte gobierno de Siria. No sólo eso: el Estado Islámico pretende extender su califato hacia los actuales territorios de Jordania, Arabia Saudí y el Líbano. Todo este cuadro eventual nos lleva a resumir en una palabra qué es lo que mueve a Estados Unidos: petróleo. No en vano, casi todas sus intervenciones militares directas de los últimos 25 años han estado motivadas por este factor.

Ese petróleo es el mismo que ha fortalecido al Estado Islámico. Aunque es difícil precisar, se estima que en la actualidad la milicia cuenta con aproximadamente 20 mil combatientes provenientes de diferentes países árabes y también de Occidente, como es el caso del verdugo de los dos periodistas decapitados, quien habla perfecto inglés con un acento británico culto. Para financiar tamaño contingente, ha sido fundamental la venta en el mercado negro del petróleo proveniente de los yacimientos conquistados.

Ese potencial, junto al relato de un nivel de arrojo y violencia superior al de Al Qaeda, es el que han instalado actores de Estados Unidos y Europa para hacer temer que, tal como hace una década, el campo de batalla no lo fijen las potencias, sino el Estado Islámico en el corazón mismo de los países invasores. Si aquello llegara a ocurrir, es probable que nadie recuerde que el origen de todo esto fue una invasión justificada por Estados Unidos en base a mentiras. Cuanta violencia ha ido y se ha devuelto en nombre de la Guerra Global contra el Terrorismo.





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