Cuando tocaba en casinos, en musicales o en estudios de televisión, la orquesta que dirigía Juan Azúa vestía elegantes trajes adecuados para cada ocasión. A las 11:30 de la mañana del 1 de octubre de 1988, sin embargo, aparecieron sobre el escenario con otro vestuario: “Vestidos de sport y con una notable paciencia para soportar las largas horas, comenzó a cantar por primera vez La alegría ya viene”, escribió la prensa al día siguiente.
No era cualquier escenario, claro. Aquella mañana se cerró la campaña del NO, cuatro días antes del plebiscito de 1988, con un inmenso acto en la antigua Panamericana. Aunque el comando opositor había pensado en la Alameda o el Parque O’Higgins, el comandante Sergio Badiola, intendente metropolitano en aquella época, autorizó la concentración lejos del centro, en la intersección de Carlos Valdovinos con la carretera. “Fueron relegados a esa cortazariana autopista sur. Sin embargo, aquella mañana se desbarataron todos los cálculos, se desbordó el entusiasmo. Las banderas, los bocinazos, el griterío contagioso inundaron Santiago de punta a punta”, escribió Rafael Otano en su Nueva crónica de la transición (1995).
Ahí estaba la orquesta de Juan Azúa, en un escenario de cuatro metros de alto que, de todas formas, fue imposible de divisar para la mayoría de las personas que acudieron: más de un millón de personas, según los organizadores, que coparon unos cinco kilómetros. Siete columnas llegaron marchando desde distintos puntos de Santiago, pero muchos otros se acercaron por su cuenta, caminando por largo rato.
La primera cantante en subir al escenario fue Cecilia Echenique. “La sensación que teníamos todos era que llegábamos al final de una campaña de mucha adrenalina, en la que perdimos el miedo. Mientras íbamos caminando hacia la carretera, íbamos todos apretadísimos. Eran masas de gente caminando, sintiéndonos como hermanos. Yo creo que nunca voy a volver a sentir esa sensación”, recuerda hoy. Su propio marido, el actual senador Ignacio Walker (DC), había oficiado como locutor antes de que ella cantara “Todo cambia”, una canción popularizada por Mercedes Sosa, pero compuesta cinco años antes por el chileno Julio Numhauser.
La concentración se extendió por casi cinco horas. Miguel Davagnino y Ricardo García eran los animadores, pero alternaron la locución con actores como Bastián Bodenhofer, Ana María Gazmuri, Delfina Guzmán, Nissim Sharim, Gloria Münchmayer, Héctor Noguera y María Elena Duvauchelle. Cerca de las una de la tarde, el dirigente DC Ricardo Hormazábal tomó el micrófono para pedir calma a la multitud, que a ratos parecía cerca de desbordarse. El momento central del acto fue el discurso de Patricio Aylwin, pero antes hubo distintos segmentos. Un grupo de actores, por ejemplo, apareció amordazado y con un cartel que pedía terminar con la censura. Luego, nueve mujeres de detenidos desaparecidos bailaron una cueca sola y luego permanecieron en escena mientras sonaba “They dance alone”, la canción que les había dedicado el por entonces exitosísimo Sting.
El ex The Police era una de las estrellas musicales de la época, pero no la única. Ajenas a la contingencia política, esa misma semana el trío mexicano Pandora llegó a Santiago para cantar en “Una vez más”, el estelar conducido por Raúl Matas. En los diarios se anunciaba la publicación de “Desnudo, el nuevo cassette” de los Talking Heads, mientras Los Pericos y Andrés Calamaro aterrizaban desde Buenos Aires para grabar “Sábados Gigantes”, en Canal 13.
Al mismo tiempo, la cartelera de música en vivo era variopinta. La noche anterior a la gran concentración, Congreso tocaba en la Universidad de Valparaíso, Arak Pacha celebraba siete años de carrera en el Gimnasio Manuel Plaza y Luis Le-Bert se presentaba en el Café del Cerro, con boletos a $600. Justo la mitad costaba la entrada para ver a Margot Loyola en la Peña Chile Ríe y Canta y a pocas cuadras, en La Casona de San Isidro; Sexual Democracia se despedía de los santiaguinos antes de volver a Valdivia. El mismo 1 de octubre la Orquesta Sinfónica de Chile estrenó la Octava y la Décima de Schubert, en el ex Teatro Baquedano, pero en el mundo de la música clásica todavía resonaba la aparición de Claudio Arrau en la franja del NO: “Creo en la democracia”, dijo el pianista en televisión.
En aquella concentración hubo varios segmentos de música en vivo. Estuvo el español Víctor Manuel, una de las figuras internacionales que arribó a Chile por esos días. “Que la solidaridad de todo el pueblo español se convierta en NO el 5 de octubre”, dijo ante la multitud, luego de cantar su “Mujer de Calama”. Actuó UPA y luego fue el turno de Tati Penna, Isabel Parra, Tita Parra, Javiera Parra y la misma Cecilia Echenique, que cantaron “No lo quiero, no”, recién estrenada en la franja del NO. Antes, la hija y la nieta de Violeta Parra interpretaron “Gracias a la vida”, en un escenario por donde también pasaron Isabel Aldunate, Patricio Liberona, Felo y los mencionados Arak Pacha.
Después del discurso de Aylwin hubo una suerte de pequeño festival, con artistas como Tito Fernández, Gervasio o Florcita Motuda interpretando una o dos canciones. El actual diputado humanista era una figura de la época: vestido de traje y con banda presidencial, aparecía en la franja burlándose con canciones como “Nadie lo quiere ver” o cantando el “Vals imperial del NO”, basado en la pieza de Johann Strauss II. “El miedo era una cosa viva, entonces Gabriel Valdés dijo: hay que hacer cosas diferentes que le quiten el miedo a la gente. Ahí fue que los políticos me dejaron pasar, porque si no, ¡no me dejan!”, contó en una entrevista con Chilevisión.
Su excentricidad no le caía bien a todos, según la anécdota que contó en la misma ocasión: “Estábamos en Talca, en la primera gira que se hace por todas partes, y va ahí este compadre… Lagos. Nosotros salimos con el ‘Vals del NO’ y toda la gallá así… cachai, apoyando, y sale Lagos después, que se las da de profesor, y dice: ¡esto no es un circo! ¡¿Qué te pasa?! Cachai, el tipo… criticando porque estábamos cantando eso que precisamente le estaba quitando el temor a la gente. No cachaba nada el tipo. ¡Gabriel Valdés sí cachaba!”.
En la Panamericana también estuvieron Los Prisioneros, “extraordinariamente aplaudidos”, según el diario La Época, que rebautizó “El baile de los que sobran” como “Pateando piedras”: “Suficiente como para que la gente se entusiasmara cantando y bailando. Fueron los más pedidos para hacer un bis, pero el tiempo se había terminado”, reportó el medio.
Entre los momentos más emotivos, sin embargo, estuvieron las presentaciones de tres grupos recién retornados del exilio. Una semana antes, Illapu e Inti Illimani habían hecho su multitudinario recital en el Parque La Bandera, pero en la Panamericana tocaron “Candombe para José”, “Se están quedando solos”, en el caso de los primeros; y “Vuelvo”, los segundos. Quilapayún, que llegaron a Santiago apenas dos días antes, hicieron “La muralla” y “El pueblo unido jamás será vencido”.
“Era interesante para nosotros, porque cuando nos fuimos, el ‘pueblo unido’ al que le cantábamos la canción excluía a los democratacristianos, ponte tú”, ejemplifica hoy Eduardo Carrasco, director del grupo. “En las nuevas circunstancias de Chile era muy asombroso ver en un mismo escenario al Quilapayún y a Aylwin, porque los últimos meses de la UP fueron de mucha división, de sectarismo, y acá había un ánimo más amplio y positivo”.
“Era raro, era rarísimo”, añade Horacio Durán, hoy miembro de Inti Illimani Histórico. “En palabras simples: tuvimos que pasar sobre nuestros orgullos”. Durán recuerda lo que era subir a ese escenario y ver una multitud que se perdía en el horizonte: “Habíamos llegado a Chile en un estado de excitación que no es necesario explicar, entonces todo estaba cargado de una profunda emoción. Más que un número de personas, era la infinidad de un sentimiento, de una idea clara de recuperar Chile, que a esa altura ya era indispensable. Para nosotros, ese acto completó esta sensación de recuperar algo que nos pertenecía, de sentirse juntos de nuevo y con gran esperanza de lo que estaba por venir”.
El ausente
Hubo un invitado que no llegó a la fiesta. Joan Manuel Serrat tenía prohibida la entrada a Chile, pero igual viajó junto a una delegación parlamentaria liderada por el ex presidente Adolfo Suárez. Su última visita había sido para el Festival de Viña del Mar de 1970. En 1985 había programado un concierto para el que incluso se vendieron entradas, pero fue suspendido por las autoridades. La dictadura acusaba al cantautor de “realizar actos contrarios a los intereses de Chile, participar en campañas que ofenden y denigran al gobierno de la República, participar en campañas políticas contrarias al país y emitir opiniones ofensivas a la patria”, según detalló desde La Moneda el coronel Alfonso Rivas Otárola, entonces Secretario General de Gobierno.
A pesar de las advertencias, Serrat se embarcó en el vuelo Iberia 981 que arribaba el mismo 1 de octubre a Santiago, a la misma hora que comenzaba el acto en la Panamericana. Periodistas, políticos y fanáticos llegaron a recibirlo en Pudahuel, pero nunca lo vieron. La policía dejó descender a todos los pasajeros, entre los que estaban el sacerdote José Aldunate y la actriz Anita Klesky, pero el autor de “Mediterráneo” no pudo hacerlo. “Pinochet aún le teme a canciones de Serrat”, tituló el Fortín Mapocho al cubrir la noticia. A la concentración masiva, de todas formas, llegó una grabación de Serrat que se emitió por los altoparlantes: “Muy pronto vamos a estar juntos, cuando de nuevo Chile sea lo que siempre fue, un país ejemplo de libertad, de respeto mutuo y de paz”, decía ese mensaje.
¿Cómo se logró eso? Los responsables fueron el fotógrafo Luis Poirot y el periodista Arturo Navarro, hoy director del Centro Cultural Estación Mapocho, que viajaron a Buenos Aires y se unieron al vuelo de Serrat cuando éste hizo escala. Así lo recuerda el primero: “Partimos el día anterior, pasamos unas cuatro horas en un hotel, nos fuimos al aeropuerto, subimos al avión y hablamos con Serrat. En el cruce de la cordillera, Navarro le dijo a Serrat: mira, grabemos un mensaje, por si no te dejan entrar a Chile. Sacó una grabadora de cassette y empezamos a grabar, pero era tal el ruido del motor, que no se oía nada. Al final, terminamos dentro de un baño grabando y yo, como podía, sacando fotos adentro del baño”.
El lunes 3, dos días antes del plebiscito, el diario La Época publicó una entrevista realizada entre Buenos Aires y Santiago.
– “¿Qué le cantaría hoy a los chilenos?”, era la última pregunta.
– “A mí, seguir cantando ‘Para la libertad’, el poema de Miguel Hernández, me parece lo más vigente del mundo”, respondió Serrat.