Su primer dilema fue dónde ubicar su propio libro. En el Espacio Literario de Ñuñoa, una librería café ubicada a lado de la plaza más famosa de la comuna, habían recibido solo tres ejemplares y Arianna, librera joven pero con manías de la vieja guardia, debía seleccionar a lado de quienes pondría su nombre y su historia.
“Finalmente quedó en literatura latinoamericana, aunque yo siempre defiendo que el libro es una gran crónica inscrita dentro del periodismo narrativo“, dice intentando zanjar esta vieja duda de estanterías que divide a los libros por temática u origen. Pero el problema se agranda aún más cuando se trata de literatura migrante, cuando el relato contenido es el suyo pero también el de millones de venezolanos y está narrado, sobre todo, bajo los ambiguos efectos de la distancia.
Arianna de Sousa-García no recuerda el día en el que llegó a Chile. Una alarma en su calendario digital le avisa que fue el 28 de octubre de 2016, y también lo ha anotado en este su primer libro, Atrás queda la tierra (Six Barral, 2024) , como si fuese un hito imborrable y a la vez una sentencia. “Mamá pronunció la fecha, me miró, yo asentí”, escribe.
Acostumbrada a mirar el horizonte en el mar, en su natal Puerto La Cruz, la periodista no le rehuye a las contradicciones, como la que dice siente frente “ese bloque inmenso” que es la cordillera en su ventana, pero que “cuando llega el invierno y está de blanco, he llorado de lo bella que me parece”. La misma sensación se repite en este relato íntimo sobre su exilio.
Hay una confesión en libro que creo que retrata el conflicto que tienes con Venezuela y es que, siendo migrante, no puedes contestar llamadas que vengan de allí.
Más que conflicto es miedo. No sé que buena noticia me pueda traer una llamada desde allá, entonces asumo que son malas. Ahora estoy empezando a hacer un ejercicio de contestarlas porque mis abuelos paternos que vivían en Argentina volvieron a Venezuela y claro, ellos me llaman más.
Me da la impresión que es por una idea constante que el migrante tiene con la muerte. ¿Cómo explicar eso?
Está al lado siempre. En realidad para todos está al lado, pero un migrante la siente en la nuca. O yo la siento allí siempre. No solo conmigo sino con toda mi familia a la que ni siquiera veo. Desde la muerte de mi abuelo materno suelo pensar que cuando me llaman es para anunciarme que alguien murió. Porque para el resto de cosas hay mensajes, otras maneras.
¿Cómo lidias con todo esto en un momento, además, donde la migración venezolana es quizás la que más odio recibe?
Es dolorosísimo, no solo porque vivo aquí sino porque intento formar un hogar, Atendiendo público aquí también me toca por lo menos cada dos semanas mi dosis de odio sin razón alguna, y tengo un montón de palabras muteadas en las redes. Maduro, venezofacho, ese tipo de insultos. El primer día que salió algo sobre este libro, tuve 48 mensajes así. Instagram me preguntó si quería verlos y los eliminé sin leerlos.
A propósito de palabras muteadas, al inicio del libro siento que te costó mencionar nombres como Maduro o Chávez, aparecieron mucho después…
En la primera versión era así, no los mencionaba en ningún momento, también porque lo leí en mucha literatura de revolución o guerras, y me gustaba ese juego, ese pacto de que tú sabes y yo sé que estamos hablando de la máxima autoridad, que al final es como el verdugo. Pero después, en el magister de Escritura Creativa que cursé, mi tutor, Juan Cristobal Peña, me decía, pongámosle nombre, y ese fue un camino lento para mí. Al final creo que tiene mucho de reivindicar algo, de tener la fuerza de decir nombres como Hugo Chávez Frías, Nicolás Maduro o Diosdado Cabello.
¿El gobierno venezolano es el antagonista de tu libro?
Diría que sí, pero hay algo que quizás no es tan visible como una persona y que es la injusticia. Creo que ese sentimiento es aún más grande porque atraviesa no solo al gobierno venezolano sino que a la postura que ha decidido tener el Gobierno de Chile, sea quien sea el presidente, con nosotros. Es una postura de mucha omisión o de traernos a colación cuando servimos para algo, para buscar votos o para exculparse de cosas.
Hablemos de la construcción de tu libro, tiene cosas de crónica, pero también es una carta para tu hijo.
Es una carta para el futuro, una carta moldeada por mis lecturas. Las lecturas sobre injusticia y dolor que a mí más me han impactado fueron de De Profundis, de Oscar Wilde, y Carta al padre, de Kafka; son los que mejor logran un registro del dolor porque nombran las cosas de una forma diferente.
Cuando uno escribe una carta, piensa en su receptor. ¿Te pasó con tu hijo?
Quizás en los momentos más dulces o íntimos. Y en otros no es que no pensara en él, sino que estoy muy consciente de que su situación es la de millones de niños. Entonces, me preocupé mucho de que el contexto que daba fuese suficiente para cualquier otro, pero haciéndolo me di cuenta de que la figura del niño también funcionaba para explicarle o contarle esto a cualquier persona que no tuviera ningún contexto de la situación venezolana.
La otra persona que aparece allí y con la cuál se nota una tensión bastante fuerte es tu padre…
Quizás la cosa más difícil que hice para este libro fue entrevistar a mi papá. Tuve una renuencia a eso por mucho rato, pero era necesario. Y cuando me animé estaba absolutamente nerviosa porque bueno, las relaciones humanas, cuando ya somos adultos, son muy frágiles. Así que yo sentía miedo a perder lo poco que tengo de mi padre. Él no ha leído el texto todavía. Estoy reuniendo fuerzas para eso
Hay una parte donde cuentas que él casi te obliga a inscribirte en la milicia venezolana, se siente allí un aura de decepción. ¿Crees que eso ha cambiado ahora con esta publicación?
Está muy orgulloso de que mis convicciones hayan sido muy férreas, de que yo sea tan terca. Si bien nosotros no nos escribimos tanto, sí ha estado presente en estas últimas semanas y me ha dicho, estoy muy orgullosa de ti. También me he aprendido a comunicar con él. Le digo, mándame fotos de gallos, que es su cosa preferida en el mundo. Es como si me dijeran a mí, mándame fotos de libros.
En la parte final también entrevistas a tu hijo y le preguntas si se siente chileno y te dice que no, pero tampoco venezolano. ¿Lo sientes igual?
Sí. Pero lo importante de la migración es que ha fortalecido mi identidad venezolana tanto físicamente como a nivel interno. Yo en Venezuela me alisaba el pelo desde muy pequeña y no fue hasta que llegué a Chile, cuando empezaron a cuestionar mi maternidad, porque mi hijo es blanco y yo soy morena, que he tenido que dejar de hacer ciertas cosas.
¿Como un acto político?
Sí. Me corté el pelo y lo tuve corto mucho tiempo solo para que creciera mi pelo y para dejar claro quien soy, de donde vengo, que sepan que sí es mi hijo y dejen de hacer preguntas. Pero también de mi color de piel, de mi acento, que por supuesto el inicio intenté mimetizar. Estaba absolutamente concentrada en que no se me notara, pero con el tiempo ha surgido esto tan bonito que es afianzarse en la identidad propia y decir, soy esto, lamento que no te guste.
¿Siempre quisiste escribir un libro?
No. Tengo recuerdos desde muy pequeña escribiendo en mi libreta de periodista y siempre quise hacer eso. Obviamente me demoré en llegar ahí por como se dio mi vida y las expectativas que tenía mi padre sobre mí, por eso cuando llegué fue tan impresionante para mí, estaba tan sorprendida y tan encandilada con el periodismo que solo quería escribir crónicas en diarios. Después, en Chile, me di cuenta de que eso no iba a pasar más, aunque lo intenté muchísimo.
¿Hacer periodismo?
Sí, y no funcionó. Mandé CVs, mis editores le escribían a editores de acá, una situación intencionada pero no pasó, y empecé a trabajar en librerías. Por eso no tenía en mis planes sacar un libro hasta que empecé a escribir esto. En el minuto en que yo empecé a escribir esto sabía que era un libro y quería terminarlo, aunque no tenía planeada su publicación. En el magister nos daban opciones. Puede ser un libro, un artículo, lo que ustedes quieran, pero no te aseguraban que se publique.
Pero es un espacio para conocer gente ligada a la industria.
En el último semestre llevaron editores para que escucharan sobre nuestros proyectos. Pero fíjate que mientras yo contaba sobre el mío pensaba, esto no les va a interesar.
¿La migración no es un tema atractivo para la literatura ahora?
Yo pienso que no. Sobre todo la venzolana. Hace poco hice el prólogo de un libro que se llama Feroces, que es una antología de cuentos de autoras venezolanas jóvenes y hablaba un poco de eso. El mundo intelectual ha tomado distancia sobre nuestra migración por pobreza, por ideología, y por eso son muy pocas las personas venezolanas que han publicado luego de toda nuestra diáspora.
Y ahora que estás más o menos inserta en el mundo literario, ¿cómo crees que se trata allí al escritor migrante?
Espero que esto marque algún precedente que tenga que ver con el respeto por el oficio y por las personas. Tengo muchos amigos escritores que estuvieron activamente enviando sus libros a editoriales y casi ninguno recibió respuesta. Hay un temor a nombrar, que me parece inaudito viniendo de editoriales, que son como los encargados de dejar patentadas las cosas por escrito, así que espero que se instale una curiosidad nuevamente y un respeto delante de esa curiosidad.
La literatura migrante ha estado ligada a las editoriales independientes, así que creo que tu libro sí marca un precedente. ¿En qué momento crees que está este tipo de literatura?
Pareciera que este año algo pasó. Hace poco salió la antología Feroces (Sello Cultural, 2023); Sandy Joseph, una estudiante de derecho haitiana muy conocida, hizo el prólogo de Bell Hooks, Hermanas del Ñame (U-Tópicas, 2024); sé que hay un autor venezolano que también publicó unos cuentos acá. Pareciera que este año algo hizo que nos empezaran a tomar en cuenta, pero pienso que se demoraron bastante y espero que se presten más ojos y oído a tantas personas no solo con talento sino con algo importante que decir. Hay muchos libros de gente sin absolutamente nada que decir, solo revolviendo las palabras una y otra vez, lo que me parece una situación triste, injusta y degradante.
*La fotografía de portada es de Alejandra González.