Ishtar Yasin, cineasta: "Quería crear a partir de esas imágenes y sonidos el país perdido que nunca pudimos recuperar en vida"

Desde su residencia en México, la artista chilena-iraquí conversó con Radio y Diario Universidad de Chile sobre "Mi país perdido". Un filme que reconstruye la figura de su padre, Mohsen Yasin, y que estará en cines nacionales hasta el 28 de mayo.

Desde su residencia en México, la artista chilena-iraquí conversó con Radio y Diario Universidad de Chile sobre "Mi país perdido". Un filme que reconstruye la figura de su padre, Mohsen Yasin, y que estará en cines nacionales hasta el 28 de mayo.

Ishtar Yasin todavía conserva la primera carta que le envió a su padre, el destacado actor y director de teatro iraquí Mohsen Yasin. Tenía cinco años cuando le dictó esas palabras a su abuela, en uno de los días posteriores al golpe de Estado que quebrantó la democracia chilena y que los obligó a abandonar el país.

Esa no era una historia desconocida para su familia. Cinco años atrás -y luego de contraer matrimonio con su madre, la bailarina chileno costarricense Elena Gutiérrez-, el padre se vio emplazado a abandonar su patria natal para radicarse en Chile. Esto, a raíz del complejo ambiente que por entonces ya se vivía en el territorio iraquí, y que llegaría a su punto cúlmine con la llegada del dictador Saddam Hussein al poder.

Aun así, y tras una vida marcada por el desarraigo, el mayor deseo de Mohsen Yasin era volver a Irak junto a su hija, y trabajar juntos sobre las artes y el teatro desde ese territorio que décadas atrás les fue arrebatado. “Nosotros teníamos el proyecto de realizar allá una obra de teatro a partir del poema sumerio de ‘Inana, la reina del cielo y de la tierra'”, compartió la artista desde su residencia en México, una de las tantas patrias que la han acogido a lo largo de estos años.

Finalmente, ese ansiado retorno no se pudo concretar. Tras la invasión estadounidense en 2003, el deseo terminó desvaneciéndose hasta que el 2014 Mohsen falleció en su último domicilio en Inglaterra. “Mi padre estaba enfermo y quizás en ese momento tuvimos la conciencia de que no podríamos regresar a Irak. Él regresar y yo visitarlo. Que ya no podríamos trabajar allí, como había sido nuestro sueño, ya que el país sería devastado, invadido, ocupado. Y luego esto también motivó la llegada de los extremistas religiosos al país”, recordó la artista.

Allí fue cuando el robusto intercambio epistolar que intercambiaron durante décadas volvió a sus manos y, con eso, el impulso definitivo para recoger todos los registros audiovisuales que guardaba de su padre. “Pude ponerlas una frente a la otra e intentar reconstruir lo que fue nuestra vida. Luego seguí filmando nuestros encuentros, también como una manera de acercarme a él, de intentar comprenderlo, de develar algún misterio, de compenetrarme con él”, compartió Yasin.

El resultado de todo ese proceso fue “Mi país perdido” (2023), una de sus películas más recientes que, cruzando el documental biográfico con la poesía, recorre la figura de uno de los hombres fundamentales de las culturas del medio oriente. Un ejercicio que igualmente tuvo una potente función catártica: “Luego de su muerte empecé a editar la película. Fueron muchos años de edición. No comencé a partir de un escrito como se hace de forma convencional en la mayor parte del cine, sino que las mismas imágenes, los sonidos, me iban dando la estructura, ayudándome a encontrar esa forma de la película, que también me refleja a mí misma como una mezcla de culturas, de idiomas de geografías, de latitudes“.

Yo muchas veces me dormía escuchando la película porque necesitaba sentir su voz, revivir esa memoria, porque quería crear a partir de esas imágenes y de esos sonidos ese país perdido, ese país que nunca pudimos recuperar en vida, donde no pudimos trabajar como queríamos”, confesó la también actriz sobre el proceso detrás del largometraje (distribuido por Bzfilms), que llegó a las salas chilenas el pasado 23 de mayo, y que tendrá funciones disponibles hasta el miércoles 29.

Mi país perdido, filme de Ishtar Yasin

Mi país perdido, filme de Ishtar Yasin

Derribar los mitos (y enaltecer el arte)

Para Ishtar, “Mi país perdido” excede su propia historia personal. A través de la recopilación del trabajo de su padre, que jugó un rol importantísimo en la escena teatral chilena de los sesenta con montajes como “El rey se muere” de 1969, la cineasta se propuso abrir la puerta para conocer el rico capital artístico que tenía Irak antes de la llegada de la dictadura.

“En la película hay muchas líneasi temporales que se van entrecruzando y una tiene que ver con el arte, con la cultura, con el teatro. Por eso decidí comenzar el filme en el Instituto de Bellas Artes de Bagdad, que fue un semillero de artistas de varias generaciones que tuvieron que escapar del país a causa de la dictadura de Hussein, quien acabó, como dice muchos, con todas las artes. Por la censura, la represión. Y también hay un estereotipo hacia el pueblo de Irak y hacia los pueblos árabes que se ha impuesto a través de los medios masivos de comunicación en todo el mundo, y ahora hablo de América Latina, en donde han creado una imagen que relaciona inmediatamente con la guerra, con la violencia, con el terrorismo”, sumó la directora.

Eso último, algo que quería romper, “acabar con esos estigmas. Por eso quería mostrar otro Irak, algo que es desconocido en nuestros países latinoamericanos y en el mundo occidental. Y por eso es tan importante esa dimensión y esa temporalidad cultural artística a lo largo de toda la película, y que se entrelaza también con Chile y con la época en que mi padre pudo trabajar con grandes actores chilenos, dejar una semilla y también formar a artistas chilenos de hoy”.

– Y teniendo todo eso en cuenta, ¿Cuál dirías que es el poder sanador que adquiere el arte?

Es dar un sentido al dolor. Transformarlo ojalá en poesía, en música. Es el no permitir que ese desgarramiento interior te devore, sino que más bien se convierta en algo que promueva la comunicación, la expansión de la conciencia, el amor, la comunicación profunda de los pueblos desde los sentimientos y no desde ideas coloniales impuestas desde el exterior. Es una liberación, dar voz a quienes no son escuchados, porque muchas veces la historia es escrita por los vencedores. Pero, ¿Qué pasó con esa historia que no fue contada?

Hay que mostrar ese lado oculto que ha sido silenciado y develar una verdad. Creo que es la forma más profunda de comunicación que existe. Y ojalá lograr transmitir a los espectadores una experiencia espiritual tan necesaria en estos tiempos, ser un puente que una sur con sur. Dejar de percibir la historia y el arte desde una visión eurocentrista, sino más bien buscar otros centros, otras perspectivas, miradas y experiencias. Hay que ver al cine como una experiencia viva, como algo que nos transforma por dentro y que nos hace tener otras acciones, que genera también la empatía en el espectador. Por eso debe ser una visión activa y no pasiva, donde no damos todas las explicaciones, sino que cada quien puede construir su propia historia y su propia interpretación de una obra o de una realidad.

– Considerando las raíces árabes que unen a ambos pueblos, ¿Qué contingencia crees que toma una película como esta hoy, a raíz de todo lo que está sucediendo con Palestina?

Tiene un gran significado y puede aportar, a partir de la figura de mi padre, esa necesidad de generar y provocar la empatía. No sentir a los pueblos árabes como pueblos lejanos, alejados de nuestra realidad, sino entender que somos más cercanos de lo que creemos y que estamos más unidos. Que también hemos sufrido de dictaduras, del yugo colonial imperialista, del capitalismo, del patriarcado y de tantas otras cosas. Estoy consternada por lo que ocurre hoy en día en Palestina. Esto no empezó el 7 de octubre, esto viene desde hace más de 75 años. Me he identificado porque para ellos también Palestina se ha convertido en un país perdido, que ahora es necesario recuperar.

Y me ha conmovido también el silencio de mucha gente. Varios de ellos me dicen que son personas lejanas, pero ¿Cómo van a ser lejanos? Somos seres humanos. Hay que tener un humanismo, una solidaridad humana y no permitir que el individualismo o el egoísmo nos devore, sino más bien generar una reacción urgente. Porque esto que pasa allá podría también ocurrirnos a nosotros, porque ellos son nuestros hermanos como lo son todos los seres humanos del planeta. Y siempre voy a reaccionar cuando estén matando niños en cualquier parte del mundo. No puedo ser indiferente, no puedo aceptar esta realidad como algo normal. No puedo seguir viviendo mi vida como si no pasara nada, porque está pasando en este momento y lo estamos viendo. Somos testigos de algo que está sucediendo ahora y no podemos ser indiferentes, porque eso significa dejar de ser humanos.





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