Ucrania: Una nueva Guerra Fría

La situación política en Ucrania ha contado con la activa participación de Estados Unidos y Rusia. Pese a las declaraciones de buenas intenciones, las superpotencias tienen intereses en juego y han encontrado un escenario ideal para demostrar su poder en la arena internacional.

La situación política en Ucrania ha contado con la activa participación de Estados Unidos y Rusia. Pese a las declaraciones de buenas intenciones, las superpotencias tienen intereses en juego y han encontrado un escenario ideal para demostrar su poder en la arena internacional.

La estratégica ubicación de esta ex república soviética, el gas ruso que pasa por su territorio camino a Europa, los intereses de la Organización del Atlántico norte  OTAN)  y la fuerte presión de Moscú son elementos a considerar en la actual situación  de inestabilidad en este país cuyo nombre  eslavo significa “territorio fronterizo”

Justamente esta condición de territorio colindante,  entre Rusia y el mundo europeo occidental ha sido un punto determinante para entender la consideración de país estratégico. Ucrania cuenta con 45 millones de habitantes, fuertes tensiones sociales y económicas entre un oeste más cercano a Europa y un sur y este que se cobija ante la sombra rusa, el segundo ejército más grande de Europa y según datos de la de la Organización Internacional para las Migraciones, tiene un 15% de su población en condición de emigrante, Con cifras que signan en 350 mil ucranianos, principalmente jóvenes, que salen año a año en busca de mejores oportunidades allende los Montes Cárpatos.

Cantos de sirena

Este marco demográfico, la creciente emigración, las dificultades económicas, los altos índices de corrupción y las escasas perspectivas de cambios profundos en la vida de millones de Ucranianos explica,  en parte,  ese deseo de cambiar el actual estado de cosas y vislumbrar en otros – la Unión Europea o en Rusia – sus posibilidades de desarrollo. Sume a ello la incapacidad de los gobiernos ucranianos, tras su declaración de independencia en el año 1991, para permitir un desarrollo económico, político y social sustentable para Ucrania. Estas referencias suelen ser la explicación más plausible ante la explosión político-social,  que permitió sacar del ejercicio del poder a Viktor Yanukóvich.

Las protestas comenzaron en Kiev, en noviembre del año 2013 luego que el gobierno presidido por Yanukóvich decidió no firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea, tras la firme oposición de Moscú a tal acercamiento, en una zona considerada sensible y terreno bajo la influencia política del gobierno de Putin. Lo ofrecido por la UE no era un proceso de integración sino que “una asociación económica y liberalización de aranceles” con escasas posibilidades inmediatas de integración”. Ese rechazo generó  el reclamo opositor y la masiva salida a las calles de Kiev de una población, no sólo agotada de los males económicos que la aquejaban, sino también de la corrupción del conjunto de la clase política.

El destituido Presidente Yanukóvich argumentó que el acuerdo con la UE pondría en peligro sus relaciones comerciales con Rusia. Además que contemplaba la eliminación de aranceles y barreras comerciales pero, sólo  con promesas de ayudas económicas “siempre y cuando Ucrania  adoptara una serie de duras reformas surgidas de la triada europea” y ello significa, como bien lo saben países como España, Grecia y Portugal,  la aplicación de recetas conocidas por el costo social que conllevan: ajuste fiscal, recortes del gasto social, disminución del aparato público, desregulación financiera y bancaria a favor de las grandes empresas europeas inglesas, alemanas y francesas.

Rusia ante esa posibilidad de perder un socio comercial y estratégico de envergadura comenzó a actuar y a presionar a Yanukóvich. Rusia es destino del 25% de las exportaciones ucranianas y depende en un 100% del gas ruso. Abrir el mercado de 45 millones de consumidores a la UE hubiese significado, para los opositores al acuerdo con la UE la destrucción de la débil industria ucraniana y el desbalance con su poderoso vecino del este. Tras anunciar el rechazo de Kiev al acuerdo de asociación con la UE, Moscú declaró que otorgaría un crédito de 15 mil millones de dólares y reduciría los costos de importación del gas en un tercio de su valor.

Tras la decisión de no asociarse con la UE vinieron semanas de intensos enfrentamientos, la ocupación de edificios públicos y la represión de las fuerzas gubernamentales, que dejaron casi un centenar de muertos  – entre ellos miembros de las propias fuerzas de seguridad – lo que desencadenó, finalmente, la destitución de facto de Yanukóvich por parte del parlamento ucraniano (Rada)  y la excarcelación de Timoshenko, la ex primera ministra en la cárcel desde el año 2011 acusada por abuso de poder.

Las principales movilizaciones  se dieron, principalmente, en la capital de Ucrania, Kiev, que encabeza la aspiración de asociarse a Europa en lugar de seguir bajo la influencia rusa. Moscú tiene un papel gravitante y mayor eco en sus políticas de influencia económica, política y cultural, sobre todo en las áreas del sur y el este ucraniano, en ciudades como Sebastopol (donde radica la Flota Rusa del Mar Negro)  Járkov, Odessa, Donetsk y Dniepropetrovsks, donde la población rusoparlante tiene enorme influencia y ha salido a las calles a exigir que Rusia tenga un papel más activo en su defensa, frente a los afanes filoeuropeístas de la Ucrania capital y sus alrededores.

La situación política en Ucrania ha hecho recordar episodios de la Guerra Fría, con la activa participación de Estados Unidos y Rusia, en un remake 2.0 donde las declaraciones de uno y otro gobierno alientan la solución pacífica del conflicto interno, llamando a la unidad, a respetar la decisión del pueblo ucraniano pero donde gravitan en esencia los intereses geopolíticos y económicos de la superpotencia estadounidense y de Rusia, que ve en esta situación,  el escenario ideal para demostrar su poder en la arena internacional.

El Secretario de Estado norteamericano John Kerry, en conferencia conjunta con el Canciller Británico Willian Hague  señaló que no desean enfrentarse con Rusia por la crisis de Ucrania. “No es un juego de suma cero, del Oeste contra el Este, este no debería ser el caso, no se trata de Rusia o Estados Unidos o de otras opciones, se trata del pueblo de Ucrania y la opción de futuro de los ucranianos. Estamos dispuestos a cooperar con Moscú y otros países y con todos los que están disponibles para asegurar que (la situación) no se desplome” Hague, por su parte, aseguró que tanto su país como el resto de la UE buscan que la crisis en Ucrania termine sin  que corran peligro “la integridad y unidad territorial de este país. Ucrania necesita la ayuda financiera (estimada en 35 mil millones de dólares) y técnica de todos los Estados, entre ellos Rusia, pero son los ucranianos los que deben tomar sus propias decisiones”

Las nunca bien ponderadas injerencias

Difícil resulta creer en las palabras de los dirigentes occidentales, al filtrarse grabaciones de videos y audios donde la Secretaria de Estado estadounidense adjunta para asuntos europeos, Victoria Nuland, en una conversación con el embajador estadounidense en Kiev, Geoffrey Pyatt, señala la necesidad de facilitar el éxito de la protesta contra el Gobierno ucraniano y su preferencia política sobre quién debería encabezar el gobierno en Kiev: Arseni Yatseniuk, líder del Partido Patria, al que pertenece la ex primera ministra Yulia Timoshenko y del cual es  también es integrante el ahora nombrado presidente en funciones, Alexánder Turchinov. Se descartó, por tanto, el nombre del ex boxeador Vitaly Klitschko, líder opositor a Yanukovich, que cuenta con el apoyo explícito de la Unión Demócrata Cristiana de Angela Merkel.

En la conversación, Nuland sostiene “No creo que Klitschko deba entrar en el gobierno, no es  necesario, no creo que sea una buena idea…que se joda la Unión Europea” y así puede ser, que se joda la UE y se imponga el nombre avalado por Estados Unidos, sobre las posibilidades de Yulia Timoshenko  quien ha recibido el compromiso de Merkel de apoyar su regreso a la política “con toda nuestra disposición  proporcionar la ayuda que requiera” lo que muestra el movimiento de piezas en el ajedrez ucraniano donde la triada estadounidense, rusa y europea intentan lograr un jaque mate,  que les permita consolidar su presencia política y económica.

Como prueba de las denuncias de la  injerencia del gobierno de Obama, en  el proceso de derrocamiento de Yanukóvich la propia Nuland señaló el pasado mes de diciembre en una conferencia en el Club Nacional de Prensa, en Washington que Estados Unidos había invertido en Ucrania más de 5 mil millones de dólares,  para concretar sus objetivos políticos  “Desde la declaración de independencia de Ucrania en 1991, Estados Unidos ha apoyado a los ucranianos en el desarrollo de instituciones democráticas, mientras promovían la participación de la sociedad civil y el buen gobierno, todo ello necesario para alcanzar sus aspiraciones europeas” ONGs, programas de asistencia, el partido de Timoshenko, medios de prensa opositores a Yanukóvich,  han sido los favorecidos con cerca de 5 mil millones de dólares”

En el plano interno, mientras Estados Unidos reconoce su papel en la salida de Yanukóvich, el Ministro del Interior en funciones de Ucrania, Arsén Avákov, informó que se desmantelarían  las unidades de la policía antidisturbios Berkut (águila) acusadas de ejercer la represión sobre la población movilizada en Kiev y que significó la muerte de 100 personas y más de 700 heridos. Unido a esta medida, Avákov señaló que se había abierto  un expediente para llevar ante la justicia los autores de matanza de manifestantes, sobre todo para sentenciar al ex presidente Víktor Yanukóvich – de quien se sospecha está protegido por fuerzas leales en Járkov, ciudad fronteriza con Rusia  –  acusado de crímenes contra la humanidad.

Igualmente Francia,  a través de su canciller Laurent Fabius ha abogado por mantener la calma en Ucrania y a abstenerse de la violencia, en clara alusión a la posibilidad del envío de tropas rusas a la frontera con Ucrania y el refuerzo naval en Sebastopol,  para proteger los intereses económicos y a la población ruso parlante de ese país. Un ejemplo de ese papel “protector” lo constituye el ofrecimiento de Moscú  a la población de Crimea de otorgar pasaportes rusos a quienes lo soliciten. Se suma a Fabius el canciller británico, William Hague, que ha lanzado la idea de un gobierno de unidad nacional, asegurando el apoyo económico y político de la UE, bajo la exigencia de mantener la unidad nacional y territorial de este codiciado territorio.

De lado ruso, el canciller Serguei Lavrov, ha señalado la profunda inquietud e su gobierno a lo que ha ocurrido en Ucrania, criticando la falta de seriedad del mundo opositor al hacer fracasar el acuerdo alcanzado previo a la destitución de Yunakóvich, que pondrían fin a  las protestas antigubernamentales pero, al mismo tiempo consignando que no intervendrá directamente en el país vecino. Las pugnas de antaño vuelven a presentarse en una especie de remake de la Guerra Fría.

Con Yanukóvich fuera de Kiev el factor ruso juega tremenda importancia, toda vez que el destituido presidente ha solicitado, según medios de comunicación rusos, que se  garantice su seguridad personal ya que se sigue considerando el legítimo jefe de Estado de su país. El gobierno ruso ha negado que el ex presidente se encuentre en su territorio,  lo que acrecienta los rumores de división al interior del convulso país euroasiático. Al cierre de esta edición tal temor se manifestaba en Simferópol, capital de la república Autónoma de Crimea, una península de mayoría rusoparlante, donde se suman los muertos y heridos en torno a apoyar al nuevo gobierno ucraniano o avanzar hacia su independencia.





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