Nada parece lo que es. La política convertida en un conjunto de posturas y declaraciones irrelevantes para ser consumidas, ha dejado de ser un espacio de constitución de ciudadanía. En España, lo superficial ha ido ganado y apropiándose del territorio de lo político hasta absorber por completo su espacio.
Tras las elecciones generales del 20 de diciembre, el panorama que se vislumbra es poco alentador. Ya no se trata de presentar alternativas a la derecha en forma de programas o proyectos, se trata de un juego intrascendente donde la realidad se puede resumir en el tópico: quítate tú, para ponerme yo. El PSOE y Podemos, Podemos y Ciudadanos, unos y otros descalificándose. Mientras tanto, el Partido Popular reclama atención. Sus dirigentes lloran por no ser comprendidos y Rajoy se enfada por la sordera de los socialistas. Por su parte el PSOE se enfrasca en discusiones internas y los llamados “barones” ponen en cuestión la dirección de Pedro Sanchez y por último Pablo Iglesias se despacha proponiendo nombres para ministros y él como vicepresidente. Todo un espectáculo.
Por el momento, hemos podidos saber, más allá de las rondas de conversaciones entre el rey Felipe VI y los líderes de los partidos con representación parlamentaria, para designar candidato a presidente de gobierno, que unos no pueden, y los que quieren no tiene apoyos para ser envestidos. Lo dicho ha desatado especulaciones y abierto una situación inédita, formar gobierno supondrá acuerdos a muchas bandas. Las opciones van desde un gobierno en minoría y con apoyos, hasta un gobierno de coalición con pactos puntuales. Se atisba una legislatura breve de transición para recomponer fuerzas y preparar el escenario para una nueva “fiesta de la democracia”.
Mientras tanto, el espacio público de lo político se deteriora y banaliza. Campo de fuerzas de las alternativas y opciones, la política se ha trasformado en un ir y venir de actores mediocres donde lo relevante es mostrarse sagaz, lograr la atención de las cámaras y medios de comunicación social. En otros términos, mantener la iniciativa aunque sea mediante formulas espurias de propuestas cuyo objetivo es provocar mucho ruido. Una puesta en escena para una sociedad despolitizada, desideologizada y sobre todo gregaria como la española. Los ejemplos son varios.
Los debates se centran en quien y como se distribuyen los asientos del congreso para tener primeros planos, poniendo en cuestión la labor del legislativo. Tan banal como discutir si ir en el asiento delantero de un coche o en la trasera es un menosprecio del conductor. Asimismo, se estudian poses y actuaciones sobrevenidas en comparecencias públicas. Una diputada de Podemos se presenta con su bebe en el Congreso, para la toma de su cargo, habiendo guardería, y lo expone durante horas al trasiego, un lugar que no le corresponde y con el consiguiente peligro para el niño que pasa de brazos en brazos de diputado en diputado durante cinco horas… Y por si fuese poco, había traído a su niñera a quien la tiene en los aledaños del parlamento esperándola. Asimismo, se opta por descalificar la vestimenta, el corte pelos o los peinados. Aunque, pasan desapercibidos las meteduras de patas de los nuevos diputados. Portavoces que renuncian a privilegios inexistentes, otros que no saben cuántos miembros componen la cámara y algunos que desconocen la existencia de comisiones de trabajo, amén de no saber el nombre de la calle donde está ubicado el parlamento.
La política muta en voyerismo social. Utilización del espacio público para reivindicarse asimismo, apelando a sentimientos y emociones propias de la esfera privada. Como vive, sus gustos culinarios, restaurantes, preferencias literarias, aficiones, manías y otros pormenores que no agregan ni definen la actividad política. No discutimos que las emociones están presentes en el quehacer político, pero su rol es secundario. El amor, odio, pasión, alegría, condición sexual, responden al ámbito privado, allí juegan un rol protagónico. Al trastocar los principios de uno y otro espacio, nos encontramos con gentes mediocres que no hacen política y sólo les mueve el interés y su vanidad personal. Lo público resulta un juego, una pose, una mentira que se proyecta como marca y reafirma en las emociones.
El infantilismo puesto en escena se expande, y cada quien busca salir a escena con ideas, declaraciones y propuestas. A esta cita no faltan los ex-presidentes de gobierno, Felipe González y José María Aznar. Su presencia da un toque extemporáneo al debate, acuñan discursos apocalípticos, llaman a la unidad de los españoles, se confiesan demócratas de toda la vida y se convierten en adalides de la Constitución y piden serenidad para frenar el avance del populismo chavista- leninista representados en Podemos (sic). En esta línea, el portavoz del Partido Popular, Rafael Hernando Fraile, señala que los enemigos de la democracia han entrado en las instituciones y el congreso, quieren dar un golpe de estado chavista e implantar una dictadura para acabar con la prensa libre, y la propiedad privada. En la histeria colectiva, Felipe Gonzalez, propone la fórmula antes criticada a Podemos de nombrar presidente de gobierno a un personaje no electo, capaz de poner orden, en este caso, Javier Solana, ex-secretario general de la OTAN. Los desatinos van y vienen. Unos y otros se culpan de no responder a sus whatsapp. Como novios enfadados, se recriminan la ruptura y no buscar citas para la reconciliación en el lecho de amor.
Todos sin excepción, buscan salir bien en la foto. Mientras esta orgía de poder desata pasiones, Podemos se declara el único garante para un gobierno de progreso, proponiendo nombres y ministerios a troche y moche. La política se convierte en un esperpento. Si se me permite el símil, estamos en presencia de un partido de fútbol. Las estrellas quieren brillar, ser protagonistas, sentirse queridos por la afición. En el campo despliegan filigranas y regates, codazos, escupitajos, insultos y juego sucio. Se tiran en el área para engañar al árbitro y conseguir se pite un penalti inexistente. Otro aparenta una falta grave y espera que el supuesto infractor sea expulsado del terreno de futbol y jugar con ventaja. Si van ganando hacen tiempo si perdiendo azuzan a la afición.
Conocemos maniobras, diálogos, dimes y diretes, pero en definitiva, hoy por hoy, no hay candidato viable. En ese sarao, siguen destapándose casos de corrupción, lo cual emponzoña aún más el escenario. El Partido Popular está entre las cuerdas y no consigue que nadie le apoye o se abstenga para conseguir gobernar. No tiene opciones. Es un partido apestado y quien le tienda una mano será cómplice de su corrupción.
Pero lo importante, aunque las cosas están medianamente claras, indican que habrá pacto de legislatura. Convocar elecciones no es una opción en el corto plazo. Las encuestas realizadas muestras pocos cambios. Diputados más o menos, el escenario no se vería trastocado. En la coyuntura, podemos afirmar que la banalidad de la política en España, hace irrelevante quien sea presidente de gobierno, más allá del protagonismo mediático. Ni gobierno de cambio, ni de progreso, ni izquierda renovada. Banalidad pura y simple. Los poderes reales, en España, gozan de una salud excelente.