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Crisis nuclear, ¿El regreso del doctor Insólito 6 décadas después?

Columna de opinión por Gilberto Aranda
Miércoles 12 de octubre 2022 8:37 hrs.


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Un fantasma recorre Europa, el fantasma de la conflagración nuclear y por doquier en el viejo continente se especula con las recurrentes advertencias de Putin respecto de uso del arma atómica en caso que la campaña en Ucrania no marcha conforme a sus planes. Es que una potencia nuclear puede no ganar una guerra pero tampoco puede perderla, se piensa desde capitales como Bruselas, Berlín y París. La otra cara son los nativismos bálticos y polacos que replican es posible inferir una lección a Moscú, sintiéndose seguros desde el paraguas de una Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dirigida por Washington.

El cuadro recuerda a la sátira en 35 milimetros de Kubrick estrenada en 1964 –poco después de la crisis balística de Cuba- intitulada “Dr. Insólito o Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba” con la soberbia tri-actuación de Peter Sellers. Nos cuenta la historia de un general convencido de que los comunistas están contaminando los Estados Unidos y que apuesta  por un  ataque aéreo nuclear sorpresa contra la Unión Soviética. Y aunque hay diversos personajes intentan impedir el bombardeo – con un Presidente de los EE.UU. tratando de persuadir a Moscú que todo no es más que un error- la combinación de Halcones delirantes y el azar se confabulan en contra de las posiciones menos beligerantes. En medio de todo, un ex científico nazi y asesor del Salón Oval, el doctor Insólito, confirma la existencia de la “Máquina del Juicio Final”, instrumento de represalia soviético capaz de concluir con la historia de la humanidad de un solo golpe (no pretendo hacer spoiler, pero para quienes no han visto la película ya se pueden imaginar…).

Sin embargo no se trata de una película, y la posibilidad ya es contemplada por Biden quien evocó las similitudes de la actual tesitura con la crisis de los misiles de octubre de 1962 en la que el mundo contuvo el aliento a lo largo de 13 días al borde de una tercera guerra mundial en la zona Caribe, indicando hace un par de días éste es “el riesgo más elevado de una catástrofe nuclear o Armagedón”. Esta vez sin embargo, la explosiva situación no se verifica a 150 kilómetros de Florida sino que en el área del “Extranjero próximo” ruso, incluso mucho más cerca de Moscú que los misiles júpiter retirados en 1962 de Turquía, como parte del acuerdo para des-escalar la crisis de octubre.

Dicho conflicto acaeció en el marco de una Guerra fría bipolar entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en este último caso cuyo heredero es Rusia. Y aunque no pocos advierten una nueva bipolaridad rígida ya no es respecto a la Moscú, sino que producto de la creciente capacidad China para competir con Estados Unidos. No obstante, entre Washington y Moscú habría una rivalidad civilizacional que apunta más a ese tipo de Guerra Fría con la que don Juan Manuel describía en el siglo XIV las relaciones conflictuales entre reinos cristianos y taifas musulmanas, es decir oponiendo valores y culturas.

Así mientras la OTAN de 1949 no ha cesado de expandirse hacia el Este, con Finlandia y Suecia esperando confirmación para su ingreso pleno, Putin hace parte de una lista de gobernantes que han visto amenazas por doquier en el exterior. Como aseveró en 2014 “la infame política de la contención iniciada por Occidente en los siglos XVIII, XIX y XX continúa en la actualidad. Están continuamente tratando de arrinconarnos porque tenemos una posición política independiente”, o como plantea Mark Galiotti  (2020) “La visión de Putin es la de una Rusia asediada”. Por ello buscaría con esmero una alianza de fuerza con un poder mayor, que en el pasado fue Constantinopla y que hoy es claramente China, contra un Occidente percibido como hostil y un explosivo Islam en el sur. Sin embargo, este “Bizancio Oriental” es tan cauto como la capital neo-romana en el Bósforo, y parece no querer confundir una sociedad sino-rusa ante competidores comunes con una alianza militar que podría significar altos costos.

En cualquier caso este octubre de 2022 no se queda atrás de aquel de hace 60 años, y muchos se preguntan hasta dónde llegará una escalada que no deja de trepar. A la contraofensiva ucraniana de otoño -que ha logrado internarse en zonas ocupadas hace meses por los rusos- siguió el llamado de Putin para que 300 mil reservistas se unieran a su “Operación especial” y la anexión de los oblast de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia  y Jersón. Después sobrevino las “extrañas” fugas –con  sospechas de sabotaje- de los gaseoductos Nord Stream en el Báltico, que encendió las alarmas de aún mayor desabastecimiento en Europa, seguida días más tarde por la explosión del puente de Crimea sobre el estrecho de Kerch, y el ataque con misiles rusos a la resistente Zaporiyia ucraniana, denunciado por Moldavia como una flagrante violación a su espacio aéreo. ¿Acaso Putin será capaz de usar armas nucleares tácticas contra Ucrania si el ejército kievita tiene un éxito aún más profundo en su contra-ataque? Ese podría ser el punto de no retorno de un conflicto ampliado, al que Bielorrusia estaría tentada a sumarse por estos días. Y aunque no sería exactamente la trampa de Tucídides que apunta Graham Allison (2017) para describir la inclinación bélica entre una potencia emergente que reta el estatus de la potencia dominante, sus consecuencias puede no distar mucho de la conflagración del Peloponeso que terminó por extenuar a ambos contendientes. Para colmo en la península coreana, Kim Jong-un continúa con las pruebas misilísticas complementarias a su capacidad nuclear. Como para recordar aquella imagen de la película de Kubrick, con el piloto de un B-52 montado en una bomba y sombrero al viento.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.