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Año XVI, 26 de abril de 2024


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Accidente en la mina

El día a día en el hoyo San José

Cuando se cumplen 14 días desde que quedaran atrapados 33 mineros en pleno desierto de Atacama, las noticias no son alentadoras, pues la sonda que se esperaba que contactara a los trabajadores fracasó. Mientras los familiares esperan en un campamento llamado Esperanza, su ánimo fluctúa, precisamente, entre la desesperanza y la esperanza.

Jorge Barreno

  Jueves 19 de agosto 2010 18:00 hrs. 
Foto: Alex FuentesFoto: Alex Fuentes

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Caldera, desierto de Atacama- El tiempo pasa rápido para algunos, muy despacio para otros. El nombre del campamento donde permanecen 33 mineros atrapados, bajo millones de toneladas de roca caliza, lo dice todo: Esperanza. A las 14.00 horas se cumplen 14 días de uno de los accidentes mineros más importantes en la historia de Chile, el del yacimiento San José.

Hay pocas situaciones en la vida tan angustiosas como las que les ha tocado vivir al centenar de familiares que esperan desde hace días a las puertas del yacimiento. Las lágrimas resbalan por sus rostros. Los seres que más quieren se quedaron atrapados, supuestamente vivos, bajo 700 metros de montaña desértica. ¿Qué sentirán en las entrañas de la montaña, a oscuras, a 38 grados centígrados, escuchando a la maquinaria pesada operar sin poder hacer nada?

Esperanza, desesperanza, esperanza, desesperanza. “No le deseo esto a nadie. Nuestro nivel de ansiedad sube y baja como la espuma. Tan pronto creemos que están bien y que las sondas los van a encontrar, cuando de repente ocurren desgracias como la de hoy”, indica Óscar Yañez, quien tiene a su hermano atrapado en la mina.

Una jornada más

Todos sus días son parecidos desde hace un par de semanas. Pasa el día tomando café, comiendo chocoles, bocadillos y los platos que cooperantes de las municipalidades de Caldera, Copiapó y Tierra Amarilla preparan. A veces viene gente con pescado frito, churros, sopaipillas, empanadas…

Junto al resto de familiares de los 33 atrapados espera paciente las dos reuniones diarias con el ministro de Minería  y con, desde hace unos días, su asesor, Andrés Sougarret. Primero les informan a ellos, y después a la prensa. “Lo hacen así para que todos estemos tranquilos. Algunos no quieren medios de comunicación, pero yo creo que es fundamental que estén aquí para que se cuente lo que pasa”, argumenta Óscar.

Las conversaciones con el ministro son todos los días semejantes. Mensajes de esperanza y medición del lugar en el que se encuentra cada una de las sondas. Después, planes de rescate para cuando aparezcan vivos. Tras un día plagado de actividades, paseos por los desérticos alrededores, charlas y misas de todo tipo, vuelta en un autobús municipal al hotel Terrasol de Caldera.

Hoy, un nuevo revés ha derrumbado a Óscar y a los demás. La sonda número seis, de aire reverso, ha llegado hasta los 730 metros de profundidad, sin embargo no ha encontrado a los mineros extraviados. Ha hallado pura roca, roca dura, a esas distancias, roca caliente. “Estamos todos deshechos, pero no tenemos que perder la esperanza”, manifiesta.

El Gobierno sigue firme con su idea: “Estamos haciendo lo humanamente posible”, repiten una y otra vez Laurence Golborne, ministro de Minería y Sebastián Piñera, presidente de Chile. Algunos, en Copiapó y en Caldera, las ciudades más cercanas a la mina se preguntan: ¿qué pasará si aparecen los cadáveres?, ¿los recuperarán?, ¿se convertirá el campamento Esperanza en un ciudad?, ¿no está siendo el Gobierno demasiado optimista?

El punto de inflexión

Todo iba bien hasta la madrugada del pasado domingo, 15 de agosto. Ese día, los equipos de rescate entraron en la mina. Pretendían sacar, de una vez por todas, a los 33 mineros atrapados. Sin embargo, se encontraron con un panorama dantesco.

Igor, un ingeniero que se metió en el yacimiento afectado, comenta: “Todo se había derrumbado, un muro nos impedía avanzar, así que teníamos que caminar por un estrecho sendero. A un lado teníamos pared. Al otro, un gigantesco hoyo. El suelo comenzó a resquebrajarse por el lado del muro, así que tuvimos que devolvernos”.

La peligrosidad de los trabajos hizo que se suspendieran las operaciones de rescate dentro de la mina. “Yo espero que mis compañeros se encuentren bien, pero las condiciones allá abajo son extremadamente complejas”, manifestaba Igor, quien ha regresado a sus trabajo en el norte de Chile. El ministro de Minería, por su parte, volverá hoy a Santiago.

Los psicólogos esperan un estallido de reacciones, así que están reforzando el personal del campamento militar, donde pernoctan algunos familiares. De paso, los sedan un poco más cada día. “La gente se está empezando a dar cuenta de lo que pasa, y comienzan a asumir que sus seres queridos pueden estar muertos”, explica Francisca Cabello, psicóloga del Sename (Servicio Nacional de Menores).

“Estamos haciendo un seguimiento psicológico individualizado de cada uno, nuestro objetivo es continuar con ellos cuando tengan que irse a casa y se queden solos, entonces será todo aún más difícil”, añade la psicóloga.

De momento ya han tenido ‘una idealización de suicidio’ en el campamento. Los expertos aseguran que las condiciones de seguridad en la mina eran mínimas, el aire dentro del yacimiento, escaso, y que el refugio donde se supone que se hallan los 33 mineros no existía como tal.

La minera San Esteban, dueña de la mina desde finales del siglo XIX, un negocio familiar que como otras tantas empresas chilenas pasó de abuelos a padres y de padres a hijos, se enfrentaba a múltiples demandas. En 2007 se cerró temporalmente por la muerte de tres mineros, aunque fue reabierta.

Hoy, una familia boliviana, 32 familias chilenas, cooperantes de toda la región, de todo el país, incluso de fuera, militares, gobernantes, futbolistas, religiosos, periodistas, fotógrafos, mineros, se han reunido en torno a un hoyo en mitad del desierto de Atacama. De ahí se sacaba oro, cobre y plata. ¿Sacarán a los 33 mineros?, ¿vivos?

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