Señor Director:
Quiero comenzar esta reflexión con una frase del cardenal africano-que pudo ser el primer Papa negro en la ultima elección, donde ganó el Papa Francisco- Peter Turkson cuando asistió a un congreso en Chile en USEC el 2014 diciéndole a los empresarios: “Trabajando siete días a la semana para acumular suficiente riqueza con el fin de adquirir lujos innecesarios, y a la vez ser inconsciente de las carencias de quienes la fe identifica como hermanos” (los trabajadores).
Esto a propósito de que la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), declaró en su último informe que “Chile es el país con mayor desigualdad salarial” de ese bloque de países.
La diferencia de ingresos entre el 10 por ciento más pobre y el 10 por ciento más rico es de 27 veces. La pobreza relativa es de un 18 por ciento. Los niños pobres son el grupo con mayor índice, llegando a un 23 por ciento. La pobreza infantil, hay que mirarlo en perspectiva, porque tiene efectos en los resultados académicos y más adelante en lo laboral y la permanencia de la desigualdad en las generaciones futuras.
Si esto lo llevamos a la realidad más afinada en Chile, nos encontramos con que el 53 por ciento gana menos de 300 mil pesos, lo que significa además, que va de la mano con mayor endeudamiento y el 27.8 por ciento de las personas reporta que sus ingresos no les alcanza para comprar alimentos.
Thomas Piketty, el famoso economista francés, autor de Capital in the Twenty-First Century, sostiene que “el 1 por ciento más rico en Chile, tiene una de las concentraciones de ingresos más altas del mundo, lo que lo sitúa entre los países más desiguales” y, más adelante dice una profecía autocumplida:” la desigualdad puede llevar a la captura de las instituciones políticas”, cuestión que estamos viviendo.
No podemos seguir cerrando los ojos y guardando silencio ante esta realidad. Los hechos están mostrando cada día que la inequidad y la desigualdad están campeando en el país. Sin embargo, lo más grave es que sus efectos se sienten dolorosamente en la vejez y seguirán en esa línea si no hay un cambio profundo. Un porcentaje cercano al 90 por ciento de los jubilados recibe una cantidad igual o menor a 148 mil 529 pesos. Es decir, un 66 por ciento de un ingreso mínimo, con lo cual pasamos a la línea de la pobreza y a la extrema pobreza.
Esta inequidad y desigualdad social, va siendo cada vez más un foco de inestabilidad política y social.
Una vez conocido estos datos ¿cómo es posible que haya empresarios públicos y privados que se nieguen a que haya Reforma Laboral, Reforma Constitucional, Reforma a la Salud, Reforma a la Educación? ¿Acaso, mantener las actuales condiciones no es amparar la crisis y el abuso contra los más desprotegidos?
Está suficientemente probado que cuando hay sindicatos fuertes se produce un equilibrio entre el sector empresarial y los trabajadores. Que es posible aumentar la productividad y como dijo uno de los padres de la Economía, Alfred Marshall, con ese aumento se cubre el alza de los salarios y quedan ganancias para la empresa. Yo le agrego ”y se reparta además, el excedente entre las partes”.
No es posible que el Estado siga siendo el guardián de los malos empresarios, sino el protector de los más débiles.
En Chile hay empresas que apoyan la formación sindical, que negocian colectivamente y que entregan la titularidad sindical, que impulsan el desarrollo y la capacitación de los trabajadores y sus gerentes mantienen política de puertas abiertas ¿por qué ellos no quiebran?
Adio Velásquez Vera
Contador
Ex Director de la Izquierda Cristiana
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