En las próximas elecciones de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) competirán nueve listas de candidatos, ocho de las cuales se asumen de izquierda. Bajo las más distintas y hasta jocosas denominaciones, todas ellas, por cierto, apelan al voto estudiantil con la promesa de velar por el logro de una auténtica reforma educacional, como para respaldar los cambios políticos que el país requiere. En especial, una nueva Constitución, como una Asamblea Constituyente.
Pero en lo político no se entiende qué es lo que realmente identifica y separa a estas ocho postulaciones vanguardistas que decidieron competir por separado. Más allá del consabido sectarismo de muchos de sus dirigentes o del voluntarismo de quienes se sienten investidos para representar a todo el estudiantado de la principal universidad del país, además de mantener el liderazgo que todavía tiene la Fech en del movimiento estudiantil chileno.
Desde luego que en esta insólita dispersión probablemente ninguna de las candidaturas obtenga una contundente mayoría, por lo que los estudiantes se obligarán, tal cual lo hace la política adulta, a todo tipo de componendas para asirse de la Federación de Estudiantes. Pese al alto número de listas contendientes, es muy posible que sean el desánimo y la abstención lo que predomine en estos comicios y acabe deslegitimando todo este proceso electoral. En consonancia, por lo demás, con la misma decepción ciudadana existente en el país, volcada mayoritariamente por el abstencionismo y que promete acrecentar su renuencia a sufragar en las próximas elecciones municipales.
A todas luces, resulta lamentable el espectáculo de división que nos muestran los estudiantes progresistas, en una actitud que también replica lo sucedido en las últimas elecciones presidenciales, cuando compitieron cuatro o cinco (ya no se sabe) candidatos de la llamada izquierda extraparlamentaria que, al dispersar su voto, terminaron favoreciendo a los dos grandes conglomerados políticos enseñoreados en las instituciones del Estado. Referentes electorales que luego, en el ejercicio de los gobiernos y parlamentos, ya sabemos que le ha dado continuidad a las políticas neoliberales, como a la institucionalidad heredada de la Dictadura empresario militar surgida de un criminal Golpe de Estado en 1973.
Duele y extraña esta dispersión de listas y candidatos, sobre todo cuando comprobamos que hay denominaciones estudiantiles que se identifican con ese pasado político que la nuevas generaciones ni siquiera alcanzaron a vivir. Que aluden a posturas ideológicas, a partidos y movimientos que se diluyeron con el término de la Guerra Fría y la caída de los diferentes muros políticos. Que, por lo mismo, tampoco dan cuenta de los nuevos desafíos de la izquierda en el mundo, tratando de asimilarse a algunos referentes que sí han logrado posicionarse y abrirle vigencia a las ideas de justicia social, libertad y democracia participativa que manifiestan sus renovados propósitos e inspiran sus nuevos programas de acción. Idearios que se proponen denunciar, al menos, las flagrantes inequidades de los modelos económico sociales hegemónicos imperantes hoy en el mundo, en la urgencia de salvar al Planeta de su inminente colapso, como en el imperativo de salvaguardar la diversidad cultural.
Sería muy oportunista o cínico guardar silencio frente a este lamentable espectáculo de división que incluso exacerba lo que sucede en otras universidades del país. Que poco o nada se condice, por ejemplo, con el escenario estudiantil de los recientes competidores de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile, la FEUC, donde las posiciones de han demostrado mucho más nítidas que en nuestro Plantel.
Lo anterior, lógicamente, no soslaya el respeto y la admiración que mantenemos por el desempeño histórico de la Fech, la loable tarea cumplida por sus dirigentes y el liderazgo efectivo que obtuvieron dentro de todo el mundo universitario. Hoy no se hablaría de reforma educacional, ni de cambios institucionales, si los estudiantes no hubiesen asumido un papel tan lúcido y resuelto, mientras la clase política se descomponía, se marchitaba ideológicamente y perdía toda solvencia y credibilidad ética. Mientras la educación se privatizaba y se convertía en un gran negocio al abrigo de los gobiernos que debieron defender la instrucción pública y recuperarle los recursos que se les habían esquilmado a los establecimientos estatales.
Sin embargo, es grave que esta dispersión ocurra y escandalice tanto en un país en que los pobres y los discriminados tanto aguardan por el compromiso y el liderazgo de los jóvenes estudiantes. Cuando nuestra propia Casa de Estudios necesita de su compromiso más activo y altivo para defenderla de los enemigos de la educación pública que ahora, aunque de forma más solapada, siguen atentando contra ella. Al mismo tiempo que hacerle frente, con inteligencia, a las fuerzas refractarias que operan en nuestra Universidad, en sus consejos y facultades.
Tarea que nos aparece imposible si los más jóvenes se demuestran tan reacios a la unidad, al deber de converger en esfuerzos comunes que tejan alternativa real en un país a punto de un amenazante quiebre de su convivencia. Antes que la democracia efectiva y prometida se haya consolidado. Antes de que el país se vuelque peligrosamente a la búsqueda de nuevos caudillos y desvaríos.