Este domingo 23 de octubre se vienen las elecciones municipales. Curiosamente, la más grande interrogante frente a ellas, no es si la derecha dura agrupada en “Chile Vamos” o la social democracia agrupada en la “Nueva Mayoría”, o si bien alguno de los cientos de supuestos independientes y los pertenecientes a la izquierda fragmentada logrará dar un batatazo contundente a su antagonista en este justa electoral, sino que lo que ronda, cual fantasma que recorre Chile, es cuál será el porcentaje de abstención que se logrará frente a una casta política absolutamente desprestigiada, con candidatos que aparecen en los pocos carteles ubicados en las calles, los cuales no ponen ni por casualidad -honrosas excepciones de por medio- a qué partido o conglomerado representan.
Todas las candidaturas quieren pasar por independientes, cosa inexistente en política y que ya genera sospechas sobre sus reales intenciones, lo que no contribuye en lo absoluto a mejorar la percepción sobre esta casta de mala calidad y peor comportamiento y que, por defecto, aumenta la abstención electoral, el descrédito de la política y la cada vez más profunda zanja entre la ciudadanía y las élites.
La abstención se está convirtiendo en un arma política de insospechados alcances.
Los políticos llaman a votar utilizando la mala estratagema de que si “no votas, no te quejes” pero no hacen el más mínimo esfuerzo por subir el nivel del debate, de presentar candidatos que representen realmente ideologías y maneras de ver la vida y el país y mucho menos de romper ellos mismos la burbuja en la que viven gracias a los millonarios sueldos de los sillones del poder, las prebendas asociadas y, como ya es de público conocimiento incluso de los tribunales, de las regalías de las grandes empresas a las cuales acuden en masa a venderse cual desvergonzadas meretrices.
Y llaman a votar porque se están dando cuenta que la abstención se transformó en un arma, que mientras más fuerte esta sea, más duro los golpeará y su desprestigio aumentará geométricamente, ya que cada autoridad de este país habrá sido elegido con un porcentaje ridículo de votos y eso es simplemente vivir en un estado fallido.
Me gustaría votar, pero por ideas claras, no por rostros que no tienen ni siquiera la decencia de decir claramente que sector representan, así que ante la duda no entregaré mi voto esta vez, ni siquiera me daré el trabajo de acudir a las urnas como lo vengo haciendo desde el plebiscito del 88 y las elecciones del 90, aunque el resto de las veces posteriores simplemente anulé mi voto o se lo di a candidatos alternativos, pero ahora no tengo simplemente estómago para esta farsa que sólo sirve para perpetuar la sensación que vivimos en democracia, cuando es de toda evidencia que ésta existe de verdad sólo para aquellos chilenos que son más iguales que el 99 % de nosotros.
Mi abstención es un voto de castigo a la traición de los principios postulados en la lucha contra la dictadura, un voto en contra de la corrupción y el desvergonzado actuar de los políticos que en público hacen amagues y conatos de enfrentamiento, pero que sin pudor alguno se defienden entre ellos para no perder ni uno de sus privilegios.
Me abstengo, en definitiva, como uso político para cambiar esta miasma en la que nos encontramos gracias a los que nos llaman a votar o a no quejarnos porque ellos, graciosamente nos dan la posibilidad que los perpetuemos eternamente en el poder y el compadrazgo.
Gracias candidatos, pero paso y ante la duda me abstengo.