Con ochenta y nueve años murió Agustín Edwards producto de una larga enfermedad que lo mantuvo grave desde enero de este año. Con él se fueron miles de secretos del capítulo más negro de la historia local. Deja El Mercurio como su legado. Un diario que desde su formación ha sido el puente perfecto para que el empresariado despliegue su discurso, seduciendo a los políticos y convirtiendo en verdad ideas propias del poder, incluso hoy a veintisiete años del fin del gran invento de Agustín: la Dictadura militar.
El dueño de El Mercurio tiene una historia ligada al poder. El primer Edwards que pisó Valparaíso siendo un inmigrante sin clase, se convirtió en empresario luego de obligar al Estado a garantizar apoyo en la extracción del salitre. De ahí en adelante, su familia ha formado parte de las voces influyentes de Chile, una dinastía que no ha dudado en intervenir en todos los momentos históricos que podían amenazar su fortuna y poder.
Agustín no es la excepción. Ya en los relatos adolescentes narrados por su hermana Sonia, se lo puede ver como un hombre seco, astuto y autoritario. Para conseguir su fin, no escatimaba en medios, esa es parte de la reflexión recogida por Mónica Echeverría en el libro Cara y sello de una dinastía.
Edwards: una mano en la prensa, la otra en el poder
Hijo de Agustín Edwards Budge y de María Isabel Eastman, cursó su educación inicial en el Heatherdown School de Londres, y la secundaria en The Grange School de Santiago de Chile. Si bien se jacta de haber estudiado derecho en la Universidad de Chile y luego periodismo en Princeton, su Biografía no autorizada publicada por el periodista Víctor Herrero, confirma que solo habría hecho tres años de derecho, sin titularse de ninguna profesión.
Luego de trabajar en Estados Unidos como reportero, Edwards regresó a Chile a trabajar en la empresa periodística de su familia. Primero, lo hizo en la sección internacional. Luego, en 1958, tras la muerte de Guillermo Pérez de Arce, asumió como presidente de El Mercurio.
En la década de los sesenta se desempeñó en múltiples tareas, una de ellas, ser el presidente de una universidad. Agustín formaba parte del consejo directivo de la Universidad Técnica Federico Santa María, cargo que heredó de su padre, quien –a su vez- también lo había heredado del suyo: desde 1931, fecha en que se creó la UTSM, los Edwards formaron parte de ella.
El interés del clan no estaba focalizado en el proyecto educativo de la Universidad. Más bien, desde allí resguardaron celosamente su patrimonio económico, colocando los dineros de la casa de estudios en empresas que controlaban o en las que quería tener mayor participación. Ejemplos de éstas son CCU, Compañía de Seguros La Chilena Consolidada, Cementos Melón, entre otras.
La línea de crédito de los Edwards llevaba años funcionando sin contratiempos. Sin embargo, en 1967, en el revuelo estudiantil, los alumnos de Valparaíso se tomaron la casa central: Ahí se descubrió el cordón umbilical que unía a los Edwards con la fortuna de Federico Santa María, quien puso su herencia a disposición del levantamiento de la Universidad.
La molestia de los estudiantes, parte del profesorado y funcionarios del plantel comenzó a acrecentarse. En ese momento, luego de décadas de manejo, el clan Edwards veía amenazado su futuro al interior de la Universidad, y con él, podrían venir complicaciones económicas para la familia.
Los problemas habían comenzado antes de la toma. El modelo que impulsaba Edwards y sus secuaces al interior de la Universidad era criticado fuertemente. No se miraba con buenos ojos los vínculos empresariales del grupo educativo. Así lo señalaba entonces Luis Maira, joven diputado DC, que investigaba el manejo financiero de la institución.
Todos estos antecedentes que se divulgan en la biografía no autorizada de Agustín Edwards Eastman, dan cuenta del poder que Duny, como lo llamaba su círculo cercano, ejercía. Tal era la fuerza de su envestida que amenazó al Gobierno de Eduardo Frei Montalva de trasladar los capitales de la Universidad a Estados Unidos. Frei, que mantenía una estrecha relación con él, rechazó que el Congreso pudiera intervenir en la Santa María, sin embargo, hizo uso de sus facultades presidenciales y cambió el giro legal de la institución, pavimentando la salida de la familia Edwards del negocio.
El preludio, el golpe y la Dictadura
Con la salida de la Universidad, Duny no solo vio afectadas sus finanzas. También, perdió la fuente directa de noticias desde donde inventaba historias en contra de los estudiantes.
Con la frase “El Mercurio miente”, los alumnos de la UC lograron instalar la duda sobre un periódico en el que era recurrente leer de insurrecciones e instigaciones organizadas por quienes querían mejoras al sistema de enseñanza.
Años más tarde se comprobó el vínculo de El Mercurio con la CIA. Por ejemplo, cuando a finales de los setenta, un asesor del Senado estadounidense identificó a Mac Hale, reportero de educación del clan, como uno de los funcionarios pagados para implantar editoriales y noticias en el diario de Agustín.
En 2003, The Pinochet File, libro del director del National Security Archive, Peter Kornbluh, se rescató una frase dicha por el poderoso ex secretario de estado de Estados Unidos, Henry Kissinger: “Una visita de Agustín Edwards a Washington gatilló la decisión de Richard Nixon de apoyar un Golpe de Estado en Chile”.
La relación con el país del norte era antigua. En 1955, la Escuela de Economía de la Universidad Católica suscribía un convenio con la Universidad de Chicago, clave de la instalación del pensamiento neoliberal que se desató después del golpe. Veinte años después, Los Chicago Boys serían pieza fundamental del puzzle de Agustín.
En el 70, cuando Allende fue electo con una estrecha minoría y esperaba la ratificación del Congreso para asumir, Edwards viajó a Estados Unidos. Allí se reunión con Kissinger y Richard Helms, entonces director de la CIA. El mensaje del presidente Nixon había sido claro: “Evitar que Allende asuma el poder o derrocarlo”.
Edwards y la CIA se conocían desde hace años. Desde los años sesenta, existen nóminas de sueldos de la Agencia de Inteligencia a periodistas del Diario. Después, durante el setenta, usó a El Mercurio para desestabilizar al gobierno de Salvador Allende. Intervención que se da en el marco de las operaciones Track 1 y Track 2, donde el diario de Agustín aparecía como el brazo propagandístico del derrocamiento del líder del proyecto de la UP.
La relación de interés benefició a Duny con importantes recursos para su diario. El proyecto El Mercurio costó varios millones de dólares, sin los que no hubiese podido resistir al tiempo de la Unidad Popular: “La CIA gastó U$ 1,5 millones para apoyar a El Mercurio, el diario más grande del país y el canal más importante para propaganda contra Allende. De acuerdo a los documentos de la CIA, esos esfuerzos tuvieron un rol importante en preparar el escenario para el golpe militar del 11 de septiembre de 1973”, se señala en relatos de prensa.
“Murieron exterminados como ratones”
En el que probablemente es recordado como el titular más negro de la empresa periodística El Mercurio, se refleja la forma en que los Edwards manipularon la verdad y gestaron la ideología del golpe tras la muerte de Allende.
El titular publicado por La Segunda, otro de los medios de Agustín, hacía referencia a la Operación Colombo, donde 119 opositores fueron asesinados por la DINA.
La publicación, a la postre, se convertiría en un símbolo de la forma en que parte de la prensa chilena abordó las violaciones a los Derechos Humanos durante la Dictadura.
En Brasil, la red O Globo reconoció haber cometido un error al haber apoyado ideas de la dictadura. Sin embargo, en Chile, desde El Mercurio nunca ha habido una palabra de perdón, pese a que se ha comprobado de los montajes con los que falseó la verdad sobre la desaparición y muerte de cientos de compatriotas.
La implantación del neoliberalismo
Pocas horas después que la Junta Militar se instalara en La Moneda, sobre la mesa de los uniformados se encontraba “el ladrillo”, documento ideológico clave para el nuevo orden económico que se gestaría en el país. El cómo llegó a ese lugar, es otra de las rutas recorridas por Edwards.
El historiador Ángel Soto, autor de El Mercurio y la difusión del pensamiento político económico liberal, explica como el Diario es puesto al servicio de los Chicago Boys para que difundieran su pensamiento y establecieran el nuevo orden.
Agustín los conocía bien. En 1968 bajo su alero se había formado el centro de pensamiento Cesec que, entre otras cosas, contribuyó a la elaboración de un programa alternativo de gobierno para Jorge Alessandri. Así nacían las primeras líneas del texto que regiría el pensamiento de la Dictadura. Cesec también se apoderó de la parte económica de El Mercurio, desde ahí desplegó todas las ideas del neoliberalismo estadounidense.
No solo trabajó con el centro de pensamiento. Agustín Edwards creó a fines de la década del sesenta un círculo de amigos del mar. “La Cofradía Náutica de Amigos del Pacífico”, vinculó al empresario con la Armada, institución que después del golpe tomó el control económico del país. Nuevamente Duny había orquestado el camino.
Antes de eso, los marinos comenzaron a redactar los fundamentos económicos en los que se sustentó la Dictadura. En mayo del 73 desde la Cofradía se llamó a diez economistas a redactar “el ladrillo”, texto que en cinco postulados resume la ideología de la dictadura militar.
Ya en la década de los ochenta, El Mercurio siguió escribiendo el plan para sostener ideológicamente a la dictadura. Por sus filas pasaron políticos clave en la historia de la derecha chilena: Joaquín Lavín, Jovino Novoa, Sergio de Castro, Hernán Felipe Errázuriz, Sergio Fernández, Sergio de la Cuadra y Hernán Larraín son algunos de los que forjaron su historia política al alero de Agustín.
El Mercurio era más fuerte
A mediados de esos años, Edwards comenzó a acercarse a la oposición al régimen. Por eso, por ejemplo, muchos políticos detractores de la Dictadura aseguran que la historia del país no se puede entender sin El Mercurio, tal como lo señalara Ricardo Lagos en el 2000.
Había una estrategia política. Edwards y Estados Unidos nuevamente estaban detrás. Agustín hacía propias las ideas de los nuevos dignatarios del país del norte. Así, siguiendo a Reagan, logró instalar la idea de “democracia” en el corazón de los más férreos defensores del régimen. En esos días era habitual ver como Lagos, Patricio Aylwin o Enrique Silva Cimma expresaban sus opiniones en su diario. Duny se adelantaba a la salida de Pinochet y tejía para sí contactos que aún mantienen vivo su imperio.
Ya con Aylwin en el poder, El Mercurio olvidó los titulares de los setenta. Se abocó a ser un brazo de la transición, con un discurso que, por sobre el bien y el mal, abordada todos los temas propios del primer gobierno tras la salida del dictador.
Sin Estados Unidos y su apoyo comercial, Agustín necesitaba de dinero para seguir subsistiendo. Con las redes ya tendidas, solo debió empezar a recogerlas para ganar avisaje de todo tipo. Platas que, hasta hoy, le permiten seguir funcionando.
Impunidad hasta el final
En 2013, Edwards compareció como testigo ante el juez Mario Carroza en el caso que investigaba a los gestores del Golpe Militar. En 2013, en el aniversario 40 del fatídico once de septiembre, Sebastián Piñera llamó a los cómplices pasivos de la Dictadura a pedir perdón por sus actos. Agustín lo ignoró.
En 2015, el Colegio de Periodistas lo expulsó del gremio. En un acto de justicia con las víctimas de la dictadura, el grupo de profesionales decidió que Agustín Edwards no merecía ser parte de una agrupación que busca representar los ideales de justicia y verdad tras el periodismo. Un año después, las agrupaciones de Derechos Humanos solicitaron su procesamiento por sus responsabilidades en la preparación del golpe militar en 1973. Duny no alcanzó a ser juzgado como parte de los civiles responsables del capítulo más oscuro de la historia local.
El funeral se realizará mañana a las 12:00 hrs. en Granero.