El amigo de mi amigo

  • 20-09-2009

Hace poco nos visitó el escritor británico Ian McEwan con motivo de un coloquio sobre evolución. Un centro de estudios conservador – en el estilo que hoy llaman liberal – organizó una charla literaria con McEwan de único presentador, a la cual recibí invitación. Dudé, debido a la presión de las tareas pendientes antes de un viaje ya demasiado próximo; aún así, puse en el bolsón mi ejemplar de su última novela – On Chesil Beach – para que me la firmara. Finalmente no asistí, pero esa noche recibí un correo electrónico de mi amiga Rosa, quien me re-enviaba un mail que ella había dirigido a un tal Tomás, contándole que había estado en la charla del escritor de marras – tal vez el más prestigioso de los ingleses actuales – en medio de la cual se había referido a ese amigo chileno que lo había introducido a la literatura de Borges. Más aún, que había preguntado por él con su nombre completo y que ella, curiosa, había logrado encontrar su dirección por internet. Le decía que McEwan había contado a la audiencia acerca de esa narración que él escribiera basada sobre una historia que Tomás le había contado; en el cuento, una mujer desaparecía luego de algún tipo de ejercicio. Rosa me enviaba copia de su mensaje por suponer que yo conocía a este Tomás debido a afinidades profesionales. Le contesté que había acertado, pues nos unían las muchas botellas de ron que habíamos bajado conversando.

Tomás – radicado en el extranjero – contestó a Rosa con dos mensajes; uno en el que confirmaba ser el amigo de McEwan, a quien no veía desde mediados de los setenta, y otro en el que nos contaba los sucesos a que hacía referencia el escritor. Primero nos resumía la historia que él había narrado a su entonces joven amigo, probablemente leída en algún libro de ciencia ficción. Se trataba de un encuentro de físicos que ocurría en los altos de un teatro. Uno de los participantes expone el principio de la cinta de Moebius, paradoja geométrica donde una cinta de dos caras se convierte en una de sólo una cara mediante el simple expediente de unir los extremos previa torsión de la misma. Argumenta luego que nuevas y adecuadas torsiones llevarían la cinta desde una cara a ninguna. Uno de los asistentes al encuentro acusa al expositor de charlatán; este se le acerca, lo saluda de mano, da la vuelta tras de sí, se agacha y toma la otra mano bajo las piernas de su colega y pofff… el incrédulo desaparece. El resto de los asistentes le dice al expositor que no puede dejar así las cosas, con el físico desaparecido, que debe traerlo de vuelta. El experto en dimensiones asiente, se toma un pie con la mano opuesta y tras alguna contorsión que termina con la mano libre tomando su nariz, también desaparece, quedando sólo un montón de ropa sobre el piso. Tras escuchar un estrépito en el piso inferior los físicos acuden en tropel para ver con asombro como ambos científicos han caído sobre el escenario, desnudos. Hasta ahí la historia que Tomás nos cuenta haber relatado a McEwan. Tiempo después recibió un manuscrito del escritor, con una dedicatoria por haber inspirado el cuento que le adjuntaba y que había titulado Solid Geometry.

La narración de McEwan trataba de una pareja joven que está en la cama. Él cierra el libro que lee y comienza escarceos amorosos con su mujer; le dice que ha aprendido una nueva posición que le encantará. Le toma un pie, pasa bajo ella y sigue buscando el rostro mientras ella suspira de gozo. Al completar la contorsión la joven desaparece mientras sigue sonando en la habitación el eco de sus risas y suspiros. No sé si le estoy contando las historias exactamente como mi amigo nos las describió a Rosa y a mí. Tampoco sé si sus versiones se ajustan a las originales, pero es lo que recuerdo. Lo que sí tengo muy nítido en la memoria es la última frase de Rosa en su correo tras la detallada descripción de los sucesos de hace más de treinta años atrás que nos envió Tomás. Nos dijo que tendría mucho cuidado con las posiciones en lo sucesivo. Les pedí permiso a ambos para narrar esta historia de historias, y aquí está. Les informo que la referencia de McEwan a su amigo chileno fue reportada sin mayor énfasis en la prensa y pasó casi inadvertida. A los buscadores del Bello Sino estas cosas nos suben el ánimo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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