Sabemos que los candidatos investigan profusamente lo que la gente quiere escuchar. Y un debate presidencial parece ser el mejor momento para decirlo todo según el recitativo de los asesores. Sin embargo, cuando las palabras resuenan huecas, cuando los aspirantes al poder dicen el Chile que quieren para luego gobernar construyendo el Chile que la mayoría lamenta, algo debe estar ocurriendo. Y ha de ser algo malo. Por eso, sugiero el siguiente ejercicio: mirar el debate presidencial tratando de desentrañar qué Chile nos ofrecen. Es bueno, porque ellos han investigado lo que deseamos. Y nos ofrecen eso. Por tanto, al escucharlos, podemos saber lo que deseamos (y es que a veces se nos olvida o no nos damos cuenta). Y luego podemos hacer el ejercicio siguiente: comparar lo que nos dicen con nuestra imagen de lo verosímil, eso que llamamos la confianza en ellos. Es decir, luego de ver lo que nos ofrecen, luego de evaluar si nos gusta (y nos va a gustar, pues ya sabemos que es lo que nosotros mismos hemos dicho), podemos preguntarnos si creemos que verdaderamente el candidato X hará lo dicho. El ejercicio es fácil, pueril. Hasta me da vergüenza sugerirlo. Pero hay cosas fáciles que son importantes y, por fácil que sean, no siempre salen bien. Como hacer arroz graneado.
¿Qué vimos en el debate? Piñera solicitando empresarios que respeten los derechos de los trabajadores y señalando que hay un abuso de la industria bancaria que no trata con justicia a la gente. Propone para ello regulaciones. Frei hablando de más Estado y menos mercado en todos y cada uno de los temas. Enríquez Ominami ofreciendo la revolución en la educación y solicitando reiteradamente que juguemos con la verdad. Arrate señalando que debemos terminar con la fragmentación de Chile entre ricos y pobres. Ese es el Chile al que los candidatos nos invitan, es lo que nos ofrecen luego de habernos escuchado pidiéndolo. Por supuesto, no nos engañemos. Estamos en elecciones, pero es importante preguntarse si creemos, no digamos en cada promesa, pero sí en el proyecto país que nos ofrecen. Preguntémonos entonces si es verosímil lo ofrecido. ¿Es Piñera un defensor de los derechos de los trabajadores? ¿Es Piñera un crítico legitimado por sus actos respecto a evitar abusos en el sistema financiero? ¿Es Frei un representante de más Estado? ¿Fue Frei un defensor de las empresas públicas en su gobierno? ¿No fue él quien privatizó muchas de ellas y fomentó el sistema de concesiones a privados, reduciendo el tamaño del Estado? ¿Es Enríquez Ominami creíble en su revolución educativa? ¿Cuáles son sus propuestas? ¿Ha dicho algo más que señalar la necesidad de poner a ‘los mejores’ en el tema? ¿Ha mencionado algo más que señalar que el fundador de Educación 2020 podría ser su Ministro de Educación? ¿Es creíble la lucha por la verdad de Enríquez Ominami cuando transparenta gastos de campaña que claramente no son ciertos? ¿No fue Arrate ministro del trabajo en el gobierno de Frei? ¿Se puede decir que luchó denodadamente por reformas laborales radicales para evitar el aumento de la desigualdad?
Todo parece indicar que sí hablamos por la boca de los candidatos, quienes como actores siguen el guión que hemos escrito. Sin embargo, ellos vienen a hablar gracias a nuestra boca muerta, a nuestras palabras muertas. Resuenan por ello muertas y putrefactas, frente a nosotros, gastadas de ya no servir de nada. Nuestro debate presidencial parece una discusión de socialdemócratas y progresistas. Pero nuestras leyes, nuestros gobiernos y nuestra realidad actual; respecto de lo cual los cuatro candidatos son protagonistas inexcusables, nos hablan de otro Chile, de más mercado, más poder para los poderosos, menos educación, verdades a medias.
Sí, los candidatos siguen nuestro guión para hablar, para actuar frente a nosotros. Pero en este teatro la verdadera actuación parece ejecutarse tras bambalinas, fuera de las luces, fuera del escenario. Los actores tienen el poder tras las cortinas. Chile habla en un idioma, los candidatos lo aprenden, mas luego gobiernan en otro. El arte de gobernar parece ser un truco de cierta dificultad: hacernos creer que está viva nuestra boca muerta.
Alberto Mayol es académico del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile, investigador del Centro de Investigación en Estructura Social y cronista del programa Semáforo de Radio Universidad de Chile.