Una ciudad se vuelve amiga cuando sus librerías y disquerías me empiezan a ser familiares, cuando el cierre de alguna de ellas se siente como una pérdida importante. Mientras aquí en Santiago el circuito se ha ido ampliando (notoriamente amable en el paseo Huérfanos al poniente de Mac Iver), en otras ciudades algunos guiños incipientes con rincones literarios recientemente descubiertos son abortados por complejos fenómenos comerciales. Me ocurrió con Olsson’s en Washington, la tienda de música y libros desaparecida durante 2008 después de que iniciáramos el romance durante el 2007; pero, al igual que con los amores, los hallazgos en la cercana Second Story Books – fruto casual de mis afanes de caminante urbano – me permitieron mantener la esperanza en un mundo mejor.
En alguna crónica escrita hace unos tres años alabé las bellezas de San Francisco, cuyas sinuosas y empinadas calles fueran rescatadas en el nombre de alguna serie televisiva. Una nueva visita a la ciudad y sus centros urbanos cercanos me permitió comenzar una segunda etapa más intensa. Después del brunch (desayuno-almuerzo) dominical con un colega y su familia en la cercana ciudad de Berkeley, pasé la tarde en Moe’s, la muy querida librería en la calle Telegraph de donde nunca he salido con las manos vacías. No se equivoque; no gasto tanto pues allí se encuentra todo tipo de literatura en versiones de primera y segunda mano distinguibles entre si sólo por el menor precio de las segundas. Esta vez encontré un librito con la historia de un disco de los Byrds, narrada por quien resultó ser el batero de un oscuro grupo de rock cuyo único disco de hermoso nombre – Teenage Symphonies to God – está en mi colección (si; el mundo es un pañuelo).
De vuelta en Frisco, en la transición urbana entre los interesantísimos barrios chino e italiano, sobre la Columbus Avenue y muy cerca del bar Vesubio – punto de encuentro de los rockeros en los sesenta – se encuentra la clásica librería City Lights, ícono de la ciudad. Aquí no hay ofertas pero el surtido es muy interesante y bien dispuesto al público; incluso tienen su propia editorial donde se puede encontrar originales y traducciones con idéntico formato. En el segundo piso hay frecuentes lecturas de poesía y presentaciones de libros. Pero la que más me entusiasmó fue la Green Apple de la calle Clement, en un barrio alejado del centro – aunque accesible en bus – donde han llegado los chinos de altos ingresos que emigran del barrio tradicional. Esta librería tiene dos locales contiguos y me resultó difícil elegir entre tantos de mis autores favoritos: allí estaban Jim Thompson, Auster, Roth, Hornby y Elton con toda su obra en versiones nuevas y usadas. Escaleras y banquitos ayudan a llegar a todos los rincones.
Aunque se trate de una cadena, no puedo dejar de mencionar la Border`s de Union Square, amable lugar que alberga literatura y música en sus varios pisos que incluyen un buen dispuesto café y varios rincones con mullidos asientos para la revisión y selección final del material escogido. Esta vez la visita tuvo un bono inesperado, pues encontré la colección que incluye el cuento Solid Geometry que Ian McEwan escribiera inspirado por una historia de mi amigo Tomás, sucesos descritos en mi crónica anterior. Lo leí con deleite de cómplice, interiorizado de la forma en que el cuento había sido imaginado y construido por su autor. Eso ocurrió el último día en la ciudad, cerrando un ciclo que, cual anillo de Moebius, tiene sólo una cara: la de la búsqueda del Bello Sino.