Haga el amor, no la guerra: M.A.S.H.

  • 25-10-2009

Las once temporadas de la serie de televisión M.A.S.H. – emitidas entre 1972 y 1983 – constituyen el más efectivo  documento antibélico que uno podría imaginarse. En tono de comedia negra, los episodios de media hora muestran la vida al interior de un hospital-campamento norteamericano dedicado a la cirugía de emergencia durante la guerra de Corea a comienzos de los años cincuenta. Con la evidente intención original de denunciar la guerra-invasión de Vietnam, la serie se alimenta de una galería de personajes desarrollados en torno a dos habilidosos e inteligentes cirujanos que sobreviven anímicamente mediante burlonas críticas a la idea y la práctica de la guerra y a la vida militar.

Están allí el tercer médico con el que comparten tienda, chauvinista, racista e inepto, que mantiene una relación con la enfermera jefe, conservadora y lujuriosa a la vez; el jefe del campo, quien añora a su mujer y a sus caballos, asesorado por un cabo que lleva el orden administrativo y duerme con su osito de peluche; el soldado que pretende la baja simulando locura vistiendo ropas femeninas; el sacerdote que siempre tiene la palabra precisa de apoyo y que convive tolerante con un entorno más bien infernal. De vez en cuando los visita un siquiatra que se maravilla del equilibrio mental que logran estos personajes en medio de la sangre, la mugre, la muerte, las amputaciones y la lejanía de familias y amigos.

La guerra en M.A.S.H (Mobile Army Surgical Hospital) no aparece en batallas ni en planes militares, sino en heridos que son atendidos en tiendas de emergencia, sobre la tierra y con cortes de luz, en soldados que buscan regresar a su país, en los aldeanos que viven alrededor del campamento invasor. En el estúpido oficial de inteligencia que sospecha de Hawkeye (Ojo de Halcón) Pierce (el personaje central protagonizado por Alan Alda) debido a sus agudas observaciones – que desacreditan a los altos mandos y a la guerra misma – y al tratamiento humano que da a los coreanos independientemente de su posición en el conflicto bélico. 

Cada episodio es un jocoso poema contra esa y contra todas las guerras, pero también toca y denuncia todos los aspectos que soportan este sistema que algunos creen hoy el fin de la historia. Como aquel donde los médicos descubren que las terribles heridas con que llegan los niños coreanos son resultado de la búsqueda en campos minados de deshechos de guerra, los que luego venden por unas monedas a un piloto de los helicópteros que traen los heridos al campamento, material que este piloto transforma en souvenirs de guerra vendiéndolos a un precio mucho mayor. Cuando Hawkeye y su colega le hacen ver lo inhumano de su proceder, el piloto, cual profeta del Chile de hoy, les contesta que son las leyes del mercado, que si bien el pago por el material es bajo, es importante para tan pobre gente; y que si hay gente que está dispuesta a pagar alto por un recuerdo de guerra, su ganancia es legítima. Le señalan que los niños sufren graves heridas y que algunos mueren en tan peligroso negocio. “Es el riesgo de la libre empresa”, les contesta. 

Aunque no lo crea, hay incluso un capítulo en que Hawkeye resiente – sin darse cuenta – la fama y la riqueza de un conocido de su pueblo en Norteamérica mientras él pasa pellejerías en medio de la guerra. Al curar los dolores sicosomáticos que eso le provoca, el jefe del campamento le hace notar la fuente de sus dolores y lo imprescindible que resulta su labor tan lejos del terruño.

Han pasado veintiséis años desde el último capítulo (que se mantiene como el más visto en directo en la historia de la TV) y tanto la estética como el contenido de la serie han sobrevivido maravillosamente. Vista hoy, representa la decencia en medio de un entorno indecente, la victoria de lo más humano en nosotros – el amor a los semejantes – sobre el poder del dinero, de las armas y de las jerarquías de poder. Y todo eso en medio de humanos desacuerdos, bromas, penas de amor y pérdidas dolorosas. Como si los personajes buscaran el Bello Sino.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

Presione Escape para Salir o haga clic en la X