La izquierda rosada

  • 30-10-2009

El emblema europeo de la rosa empuñada –que proliferó en los años ’70- parece reproducirse en países latinoamericanos como Uruguay, Brasil, Chile y El Salvador, donde una izquierda moderada administra recetas neoliberales. Pero, al mismo tiempo, en esos países la derecha logra recuperar fuerzas, permitiendo, en una orilla rioplatense, al conservador Lacalle desafiar al ex guerrillero Mujica.  

El camino social demócrata del Frente Amplio uruguayo encontró un obstáculo en el rearme de los dos partidos tradicionales –el Blanco y el Colorado- y en la irrupción de un pequeño pero decisivo partido Independiente. El balotaje del próximo 29 de noviembre mostrará si este país de tres millones y medio de habitantes –y un padrón de dos millones y medio de electores- continuará contribuyendo con el color rosado al mapa político latinoamericano, junto a países como Brasil, Chile y El Salvador.

Será un test que pondrá a prueba la continuidad de políticas que se reclaman progresistas, a través de un discurso de izquierda moderada, pero que en la cruda realidad de la economía se orienta hacia ortodoxias claramente neoliberales: una reproducción de lo que pasó en Europa, donde los inflamados alegatos reivindicatorios de los movimientos socialistas, con el emblema de una rosa empuñada, dieron paso –en España, Francia, Italia- a graduales reformas que finalmente se tradujeron en una simbiosis doctrinaria liberal progresista.

Alimentados por esta regresión, tras la caída de los socialismos reales, los izquierdistas de Alemania, Portugal e Irlanda se reagrupan, mientras que en Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia capturan el poder con un “socialismo bolivariano del siglo 21”. En Uruguay el candidato es ahora un ex guerrillero tupamaro, José Mujica, así como Lula y Evo fueron líderes sociales aguerridos y Michelle Bachelet una decidida militante de la izquierda socialista.

Si esta última encabeza un gobierno de coalición de socialdemócratas  y democratacristianos, Pepe Mujica es el abanderado de una coalición de izquierda heterogénea, donde él es el representante más radical y su candidato a vicepresidente, Danilo Astori, el más neoliberal. El presidente que concluye su mandato, el doctor Tabaré Vásquez se ha convertido hoy en  el eje referencial, no sólo para su compañero de luchas, sino también para el candidato opositor, el ex presidente Lacalle. La razón: el 60 por ciento de popularidad que detenta el primer Mandatario del Frente Amplio, que tuvo éxito en programas sociales como el de “computadores para todos los niños” y supo manejar la bonanza de los precios agropecuarios. El Pepe es más tosco, franco en el hablar y enemigo de la corbata.

Eso, que le granjea simpatías en los sectores populares, lo convierte en una incógnita para los más exigentes. No por su autenticidad ni porque carezca de formación profesional –el tipo sabe de todo-, sino porque –como nos dijo un economista uruguayo “en una misma frase puede afirmar algo y también  exactamente lo contrario”. Es una incógnita mayor que la representada hace cinco años por el médico socialista Tabaré Vásquez, quien –a propósito de autenticidad- siguió ejerciendo su profesión a lo largo de todo su mandato.

En la actual escena política latinoamericana hay muchos líderes de estas hechuras. Lo que falta por ver es qué ocurrirá en la trastienda social y en el foso profundo de la pobreza.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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