¿El gobierno ciudadano llega a su fin?

  • 27-11-2009

Está  concluyendo la gestión gubernamental de la  Presidenta  Bachelet, y junto a  ella  la propuesta de  un gobierno  ciudadano, iniciativa que  aspiraba a  reencantar  a los actores de la sociedad  civil y  hacerlos  partícipes de las propuestas  democratizadoras del gobierno que se  inició en  2005. ¿Qué  balance  podemos hacer  de  ese ideal? ¿Qué  desafíos  quedaron pendientes  para  los futuros  gobernantes?

En primer  lugar, quedó claro  desde el primer  momento que la Presidenta  Bachelet no  contó con la simpatía de la clase  política en esta propuesta,  más  bien,  se hizo evidente  un malestar  que de modo  solapado  y progresivo fue  minando desde  el primer día de  su gestión la apuesta democrática de un gobierno que  pretendió cerrar la brecha  que escinde  la democracia  chilena entre  quienes  gobiernan  y  la ciudadanía.  Los resultados son elocuentes. Entre  los más  relevantes podemos destacar que aún no se  aprueba la ley de participación ciudadana en el Congreso,  proyecto que  data de  junio de  2004 y que contiene  aspiraciones  de inicios de la  transición; las  políticas  y programas de  apoyo a la  participación ciudadana  han estado  relegadas  a la División  de  Organizaciones  Sociales,  entidad dependiente de un ministerio, hecho que, junto con disminuir su capacidad  operativa y de gestión limita  severamente su  poder  para  establecer  lineamientos de políticas transversales al conjunto del Estado;  los recursos  disponibles para  potenciar  el desarrollo de la sociedad  civil, prácticamente son los  mismos que  hace  cinco años  atrás,  siendo  su incremento  marginal  respecto  del  frondoso nuevo tejido social que ha emergido en estos años de nuevo  Chile.

La Presidenta  no ha tenido  éxito  en su  apuesta,  en parte  porque los equipos que conformó poco a nada  han tenido que ver  con las demandas  de protagonismo ciudadano en el diseño de  país anhelado, prevaleciendo una visión limitada de lo que es  una democracia  en  nuestro tiempo. Ello  no desmerece por cierto lo esfuerzos  llevados adelante por la  minoría  participacionista en el Estado,  que  pese  a los obstáculos puestos  por  los tecnócratas,  ha logrado  instalar  novedosas  iniciativas a favor de una  gestión pública  con rostro  humano, o  con participación  ciudadana.

Para  quienes  hemos seguido con interés esta dimensión  de nuestra  débil democracia, nos importan sobremanera los desafíos y lecciones que nos  ha legado el gobierno de la Presidenta  Bachelet, y que  deben tenerlos  presente  quienes aspiren a dirigir Chile el próximo período de gobierno. Se pueden  identificar  desafíos institucionales y desafíos culturales.

Los  primeros aluden  a la necesidad  de  incorporar  a la modernización del Estado políticas  a favor  de la participación ciudadana y el fortalecimiento de la sociedad  civil.  No debe reducirse este perspectiva a un asunto de fondos públicos ni a líneas exploratorias, sino a comprender que la democracia requiere ciudadanos activos, críticos, escrutadores de los asuntos públicos. ¿De  qué  otro  modo se evitará el envejecimiento del padrón electoral,  pondrá  atajo a la corrupción y  faltas a la  probidad en el sector  público, los  jóvenes  volverán a  creer en la democracia,  o  se  hará  uso de  los espacios  públicos? 

Es  imprescindible  crear  nueva  institucionalidad pública sobre la materia, una  subsecretaría  de la vida asociativa, por ejemplo,  que  coordine  todas las políticas  estatales en la materia;  destinar  recursos para promover la  asociatividad y la vida  cívica, administrados por  una entidad autónoma del gobierno, pluralista, transparente. Asimismo, integrar los  programas  que han logrado sortear  los escollos de la tecnocracia y la política clientelar  mayoritaria, y darles  nuevos  impulsos, como son los  Consejos de la Sociedad  Civil en ministerios  y servicios; presupuestos  participativos comunales como política nacional,  cuentas  y audiencias  públicas, acciones a favor de la  no discriminación y  promoción  de un voluntariado activo.

La ciudadanía espera su turno,  los candidatos  tienen la  palabra en esta  hora de  definiciones.

Adolfo Castillo es historiador, cientista político y director ejecutivo de la Corporación Libertades Ciudadanas.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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