Ciudad y Sociedad

  • 09-12-2009

El estado de avance de la construcción de un emblemático proyecto de desarrollo urbano como es el Portal Bicentenario y la final del campeonato de fútbol chileno, a pesar de ser de naturaleza muy diversa, tienen algo en común que se refleja en nuestra ciudad.

El Portal Bicentenario constituye una interesante experiencia de desarrollo urbano, de un lugar emblemático de la ciudad, estratégicamente ubicado, que se emplaza en los terrenos que otrora constituían el aeropuerto de los Cerrillos. Es un proyecto que recoge las tendencias modernas y democráticas en la construcción de la ciudad, ya que el Estado es el gran diseñador, la empresa privada es el gran ejecutor, plantea una multiplicidad de funciones (parque, comercio, oficinas y viviendas), y también la posibilidad de convivencia de sectores sociales diversos (viviendas sociales, conviviendo con viviendas para sectores medios altos), cuestión tan abandonada en nuestras ciudades. Sin embargo, desde sus inicios, este proyecto sufrió cuestionamientos, incluso desde el interior del gobierno, ya que  hubo altos funcionarios, altísimos, que no querían que el gobierno promoviera el proyecto, sino que limitara su papel a  licitar el terreno y que fueran las inmobiliarias quienes hicieran la gestión, desnaturalizando de esta manera la orientación integradora original. Afortunadamente primó la cordura y es el Estado quien diseña la generalidad del proyecto (así debería ser con la totalidad de nuestras ciudades), y es el  sector privado el llamado a realizar el negocio inmobiliario, bajo la orientación general del sector publico.

No obstante lo anterior, el proyecto no despega. Algunos expertos sostienen que existe un sordo boicot de las empresas inmobiliarias e incluso de algunos alcaldes. El gran pecado que le encuentran a este proyecto estos  sobre ideologizados partidarios del “dejar hacer” al mercado y algunos empresarios del rubro, es la, a su juicio,  excesiva intervención estatal (que no es otra cosa que el resguardo del bien común urbano), y que no se haya entregado todo al sector privado. Pero aun más paradojal en este caso es que algunos alcaldes no quieren que haya vivienda social en este proyecto.

Pero, pese a todo, este  es un gran negocio inmobiliario. Por lo tanto, el posible boicot a su realización tiene un carácter más ideológico que económico. Qué gran oportunidad nos estamos perdiendo para enviar una potente señal, en el sentido que la ciudad debe ser una instancia equilibrada de funciones y de clases sociales y no seguir promoviendo esta insoportable segregación que tiene a los ricos encerrados en sus cuidados y enrejados barrios y a los pobres en sectores precarios, que prácticamente constituyen depósitos de pobres.
   
Un segundo caso a reflexionar que, aparentemente, no está relacionado con el anterior, es que el club de la Universidad Católica, después de mucho tiempo, está a punto de disputar una final del campeonato nacional de fútbol. Sin embargo, este hecho, en vez de constituir una  fiesta para sus hinchas y dirigentes, se ha convertido en una búsqueda desesperada por un estadio donde jugar de local.

Lo paradójico y preocupante de este caso es que dicho club cuenta con un magnífico estadio, ubicado en la parte alta de la ciudad. La pregunta que surge es ¿para qué tiene un club un estadio si no puede jugar ahí sus partidos más importantes?
A este respecto hay varios aspectos a considerar que demuestran lo irracional de nuestra ciudad segregada y temerosa. Por un lado, tenemos barras bravas descontroladas social y culturalmente, a veces, verdaderos delincuentes urbanos, irresponsablemente promovidos por las dirigencias deportivas que encuentran jóvenes marginados, lejanos y rabiosos en las extensas zonas de no ciudad en los que se han convertido los sectores “beneficiados” por las políticas de vivienda social. Por otro lado, vemos gente de mayores ingresos, vecinos del estadio de la Universidad Católica, que se sienten asustados de los “extraños” que eventualmente puedan usar “su” parte de la ciudad.

Esta situación de segregación e intolerancia extrema, que este simple y cotidiano hecho demuestra, es producto de esta ciudad segregada socialmente que, sin duda, es un proceso que no tiene viabilidad. Es por ello que parece tan descabellado y fuera de la historia la actitud de aquellos “boicoteadores” (empresarios, técnicos y políticos) que están deteniendo la construcción del Portal Bicentenario por su contenido integrador.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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