La lección política de Bolivia

  • 11-12-2009

No sólo la mayoría indígena puso a uno de los suyos en la Presidencia, sino que se construyó la fuerza democrática necesaria para emprender una vasta transformación cultural, después de 500 años de dominio imperial y “criollo”.

Fue toda una lección política la que brindaron Bolivia y su Presidente reelecto, Evo Morales, en los comicios del domingo 6.  Cumplir el programa ofrecido al pueblo hace cuatro años e implementarlo con decisión y audacia, pero también con realismo y responsabilidad, pudo dar un rédito de oro: el aumento de la votación obtenida entonces, el 53,7 por ciento, al 63,3 por ciento de ahora, y la conquista por el partido en el poder de los dos tercios de la Asamblea Legislativa Plurinacional.

Lo notable es que ello se a logró a través de una afluencia de electores de más del 90 por ciento de inscritos en un padrón electoral, que incluyó por primera vez a toda la ciudadanía en edad de votar. Algo de lo que están lejos las nuevas o reconquistadas democracias de América Latina y más aún los añosos regímenes anglosajones y europeos.

Los bolivianos no corresponden en su mayoría a esas categorías geográficas y raciales. Son indoamericanos en un 60 por ciento, y los indígenas esta vez no sólo fueron incluidos en su totalidad, sino que se sintieron convocados, después que uno de los suyos asumiera la Primera Magistratura y continuara como uno de ellos en su forma de vivir su vida diaria y en la de ejercer el mando.

Evo no nacionalizó los hidrocarburos, en especial el gas natural, ni aumentó los impuestos a las multinacionales para darse un gusto ideológico, sino para financiar –con perfecto equilibrio fiscal- planes de inversiones públicas, programas sociales y bonos de pobreza, que han ido en directo beneficio de estudiantes de primaria, para combatir la deserción escolar; de los mayores de 60 años sin fuente de ingresos, y de embarazadas y lactantes, para reducir la mortalidad materno-infantil. Aplicando la metodología cubana “Yo Sí Puedo” (¿De ahí viene el “Yes, we can” de Obama?) se alfabetizó a más de un millón y medio de iletrados en dos años, por lo que la Unesco declaró a Bolivia “territorio libre de analfabetismo”.

Lo que viene ahora es gigantesco: dar vida a la nueva Constitución aprobada por referendum en enero pasado, la que prevé la refundación de Bolivia, a través de la implementación de 100 leyes, 36 de ellas orgánicas, 58 económico sociales y cinco sobre tierra y territorio, incluyendo las de autonomía y descentralización.

Se cuenta con los dos tercios para aprobarlas y con el impulso electoral para vencer -en  las próximas elecciones regionales y comunales- las últimas resistencias de los tres departamentos menos favorables al gobierno central, los que junto a otros ya reconquistados democráticamente el domingo, intentaron la resistencia autonómica con vistas al separatismo.

Tanto poder asusta a los enemigos de los cambios y a los que no creen en ellos o no se atreven a emprenderlos. Pero la sustitución de un modelo creado por las oligarquías y alentado por las fuerzas trasnacionales exige la construcción de mayorías democráticas capaces de llevar a cabo la tarea, y eso es lo que logró el Presidente Evo Morales -con la paciencia del pastor de llamas que fue-, en su larga marcha a la Presidencia y después que llegó a ella.

Ahora los suyos deben aplicar lo aprendido y gestionar lo mejor que puedan la transformación cultural que viene. La exigencia de ser eficaz –y combatir la corrupción entronizada en la economía y el cuerpo social- es algo muy distinto a negociar y transar con las minorías que detentan el poder desde hace 500 años. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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