En la jerga del estudio del comportamiento económico de los individuos se habla de preferencias declaradas y reveladas. Las primeras se refieren a lo que decimos preferir, en tanto que las segundas se muestran en lo que efectivamente elegimos, no siempre coincidente con lo declarado. Las preferencias reveladas se manifiestan de mejor manera cuando nos vemos enfrentados varias veces a optar entre las mismas alternativas, reflejando cierta consistencia. Cuando visitamos una ciudad por primera vez, por ejemplo, nos guiamos por datos de variadas fuentes para conocerla. Pero nuevas visitas nos llevan a elegir con mayor conocimiento de causa, a optar entre lugares ya conocidos, aunque la accesibilidad (cercanía) y la inercia (el hábito) juegan un papel no menor
Si bien es imposible conocer todos los rincones potencialmente atractivos de ciudades grandes, mis lugares favoritos revelados han ido decantando de manera muy consistente. De los muchos sitios que conocí en mi primera visita a Caracas, la segunda vez mis preferencias me llevaron caminando desde mi hotel – pasando bajo horrendas autopistas urbanas – hasta Sabana Grande, el paseo peatonal que nació alrededor de la estación de Metro del mismo nombre, donde desde tempranas horas se juntan los viejos a jugar damas y dominó; parece que la tradición social me resulta atractiva. Si una visita a Madrid incluye un domingo, voy sin falta a las librerías de la Cuesta Moyano, cerca del Prado, donde los libros, los libreros y los visitantes forman un conjunto irresistible; y la Fnac de Callao es el complemento imprescindible. En París son mandatarios un almuerzo en el Polidor y un par de horas en la tienda de discos de Gibert Joseph, una de las más completas que conozco, con muchos adeptos que intercambian información musical en forma discreta mientras repasan un anaquel tras otro.
En Londres desapareció lo que fue visita obligada durante un par de décadas: Mister CD, el local de música cuyas paredes estaban completamente cubiertas de estantes enfrentados a no más de tres metros de distancia. Hoy la elección es compleja; sin embargo, he descubierto que nunca ha faltado el plato contundente en The Crypt, el autoservicio instalado sobre antiquísimas tumbas en el subterráneo de la iglesia de St. Martin in the Fields, junto a Trafalgar Square. Creo que el mercado en Camden entrará fuerte a la pelea.
Pero los deberes no siempre dejan el tiempo necesario para revelar las preferencias. Me ha ocurrido que, en ciudades a las que acudo con cierta frecuencia por razones profesionales, como Santander en España, pasan los días y no salgo del circuito laboral salvo para responder a esporádicas invitaciones de mis anfitriones. Debo confesarle, sí, que el trabajo no me impide escuchar el noticiario matinal de nuestra radio ni el comentario del director, que en el invierno europeo se capta al mediodía. No puedo evitar contarle además que en la medianoche de un miércoles un tabernero amigo hizo escuchar Bello Sino a los parroquianos de su bar en la hermosa capital de Cantabria. Es que mis preferencias reveladas son muy nítidas en el ámbito radial.