Miguel de Unamuno llama a sus novelas Nivolas que, para el caso de Marco, quiero destacar la llamada Nada menos que todo un hombre, en la cual se destaca la importancia de la prestancia moral frente a las situaciones que la vida te propone. Durante el presente año, Marco E-O ha demostrado ser la perfecta encarnación del personaje unamuniano para el Chile de la actualidad.
Más que tío de Marco creo haber sido un amigo, partidario y modesto colaborador de la brillante saga emprendida para marcar un derrotero a todos los chilenos que estamos hartos con la miseria moral que encarnan los dos candidatos del bipolio. Me une a Marco un común interés en cambiar el sistema político monárquico borbónico por un semiparlamentarismo, con elementos de democracia directa; además, ambos profesamos lo que genialmente Marco denomina un “federalismo moderado”. En un día cualquiera del verano pasado, en un café de la calle El Bosque, Marco me comunicó su decisión de ser candidato presidencial. A diferencia de los demás miembros de la familia, yo encontré la idea genial y me sorprendió gratamente la audacia de mi joven sobrino. En esa época ambos pensamos que lograr un 2% era ya un resultado brillante, pues la idea era abrir un camino de superación del marasmo moral en que se encontraba Chile, con miras a un horizonte de esperanza, que se ubicaba, perfectamente, en 2014, o por qué no, en 2018, fecha del verdadero Bicentenario.
Marco, igual que el protagonista de la “nivela” de Unamuno, ha tenido que ir superando uno a uno los brutales escollos puestos por los burócratas y totalitarios de una Concertación senil, al menos en el plano ético y de las ideas. En un comienzo, cuando él manifestó su deseo de ser candidato, le negaron el derecho a participar en una primaria del conglomerado; posteriormente, Camilo Escalona lo trató despectivamente de “Marquito” y apostaba, con la prepotencia que caracteriza a los seres totalitarios, que Marco no lograría las firmas exigidas para su inscripción como candidato independiente, obstáculo que superó con creces, gracias al sentimiento popular que comenzó a concitar su cruzada por un Estado liberado del secuestro, llevado a cabo por las dos derechas (Concertación y Alianza).
La verdad es que comenzó a impresionarme la plasticidad, inteligencia, poder comunicacional y su enorme capacidad de trabajo que demostró Marco durante la campaña, que fue creciendo, desde un 0% en las encuestas, hasta llegar al 20%, obtenido el 13 de diciembre. Sentí que comenzaba a irrumpir un líder carismático que, a diferencia de los populistas, era capaz de aglutinar a importantes sectores sociales y políticas y, sobretodo, visualizar con claridad el camino a seguir para superar la pésima calidad de la política, cuya responsabilidad siempre recae en la Concertación, que traicionó los ideales del plebiscito de 1988, y la derecha chilena, que siempre ha sido dictatorial.
Es lógico que una campaña presidencial no es un caminar sobre alfombra de rosas y que la política es combate y nadie debe temer a la polémica. Marco fue duro cuando criticó a sus rivales del duopolio: usó frases punzantes que, muchas de ellas, dieron en el blanco perfecto, sacándole ronchas a los fanáticos conservadores de izquierda y de derecha. También., Marco recibió todo tipo de ataques de sus tres rivales, muchos de ellos bastante mal intencionados, pero en política no se llora y Marco lo demostró con creces, comprendiendo el miedo de las candidaturas, especialmente de la Concertación, cuando se acercaba el trabajo de campo de la encuesta CEP y preveían que Marco podría desplazar a Frei al segundo lugar, y competir con más éxito contra el candidato de la derecha, Sebastián Piñera.
Espero que los personajes de la Concertación hayan aprendido la lección y el modo limpio de hacer política que Marco Enríquez-Ominami ha desarrollado durante la campaña. A diferencia de muchos “jerarcas”, tanto Marco como su padre, Carlos Ominami, han sabido posponer sus intereses personales – ambos tenían aseguradas la diputación y la senaturía si se hubieran quedado callados o hubieran seguido los dictados del tirano, que se ha apropiado del PS. Como, a diferencia de muchos de los políticos actuales, que conciben esta digna actividad como un reparto de cargos, como técnica de poder, como la forma de apropiarse de un sillón parlamentario o de otros cargos en la repartición pública, que la han parcelado y repartido entre los partidos políticos, Marco, Carlos y su respectivo comando, han demostrado que la relación entre la ética y la política es posible, y que la política puede ser transformada, desde una manoseada ramera, a una actividad digna.
Algo de esta saga me recuerda a lo que viví en la infancia con la Falange Nacional. Sería loable que, en vez de creer que lo importante es el pituto, actuar como los viejos falangistas, que siempre se creían que no estaban capacitados para ocupar un cargo de poder que perfectamente merecían. Baste recordar a Bernardo Leigthon, como ministro de Educación, que en ese entonces tenía menos edad que Marco ahora, quien renunció de inmediato cuando don Arturo se raptó una edición de la revista Topaze, o a Frei Montalva, después de la Matanza de la Plaza Bulnes.
Péguy decía que la revolución será moral o no será. Esta es la piedra de tope de la Concertación: fueron temerosos respecto a los derechos humanos y, no pocos, objetivamente cómplices del dictador Augusto Pinochet; a los personajes de la Concertación les faltó el coraje para terminar con la Constitución dictatorial de 1980, no se atrevieron a quebrar “la jaula de hierro”, heredada del tirano. El mérito de Marco es haberse convertido en el San Juan Bautista de un nuevo movimiento político, social y moral, cuya misión consiste en ir liberando a Chile del rapto de las dos castas que se han apropiado del poder.
La tarde del 13 de diciembre, en la calle Concha y Toro, Marco dijo su mejor discurso de toda la campaña; no se le atrangantaron las palabras, ni el pensamiento fue más rápido que el verbo, al unísono, pensamiento y palabra, sirvieron para expresar concepciones éticas, a las cuales no estábamos acostumbrados a escuchar, pues estábamos presos en la estupidez del orden precario, que no es otra cosa que el desorden establecido, donde los electores eran utilizados como un “caterva de vencejos”. La primera frase se refirió a la dignidad de los electores “Yo no soy el propietario de sus votos, cada uno debe actuar según su conciencia, y en la medida en que se escuchen sus demandas” postura que, a mi modo de ver, constituye una radical revolución moral y política.
Sentí cómo en Marco confluían tantos rebeldes de su propia familia: sus bisabuelos, Rafael Luis Gumucio Vergara y Manuel Rivas Vicuña, sus abuelos, Rafael Agustín Gumucio y Edgardo Enríquez, su padre, Miguel y su tío Edgardo, y ahora sus padres, Carlos y Manuela, liberales y conservadores, laicos y cristianos, desterrados, presos o asesinados, todos ellos jamás aceptaron la injusticia, o quedaron contentos con puestos y honores. Al fin y al cabo, se atrevieron, en distintas épocas, a abrir nuevas rutas para el superar el conformismo ambiente de este país que, muchas veces, ha rendido culto al “peso de la noche”. Con Marco y Karen, pareja joven, empieza a surgir un nuevo liderazgo que, desde el Bicentenario, sentarán las bases más generoso, menos injusto, menos brutal y, sobretodo, más inclusivo donde, como dice Marco, que “todos los niños chilenos tengan la misma educación que los hijos de diputados”. Poco importa que haya sido primero, segundo o tercero en la elección presidencial, de todas maneras, Marco se ha convertido en el presidente moral de la República.