No, no estoy de acuerdo

  • 28-01-2010

Las victorias y las derrotas son cosa seria.  Por eso es que cuando uno envejece comprende que eso de comparar al amor con la guerra, porque “todo está permitido”, es una aberración. La guerra es la negación del amor. Allí hay que ganar sí o sí.  Y habrá quienes celebren victoria y otros rumien dolorosa derrota.  En el amor hay que empatar.  Sólo así crece el sentimiento, que es de a dos.

Ojalá se pudiera decir que la política es prolongación del amor, como debiera ser. Pero la aspiración de manejar el poder transita caminos más parecidos a los andurriales inmundos de las batallas, que a los parajes edénicos de Eros. De allí que suene falaz aquello de la democracia de los acuerdos. Aún no hemos llegado a esas cotas.  Nos falta desarrollo, que en este caso significa generosidad y apertura hacia el otro. Es una mirada dispuesta a aceptar que somos diversos, pero formamos parte de lo mismo. Que hemos vivido equivocados y más vale que domestiquemos al capitalismo salvaje o nos comeremos, siguiendo fielmente el breviario de la ley de la selva. ¿Se puede domesticar al capitalismo o es otra falacia?

En estos días hemos visto intentos de pasar gatos por liebres.  Los vencedores predican la amplitud, la aceptación.  Hablan de gobierno de unidad, de reflotar la democracia de los acuerdos.  Y cuando alguien de la derrotada Concertación ha dicho que luchará por hacer una oposición fuerte, pero justa, las admoniciones le han caído estrepitosas como los rayos de Júpiter. Para Rodrigo Hinzpeter, vocero del presidente electo, “oponerse a los acuerdos equivale a ponerle trabas al desarrollo del país”. Más didáctico fue el presidente de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Juan Antonio Coloma. Dijo que “en vez de oír a la gente, están hablando de hacer una oposición crítica”. Si a esto se suma la monserga de que hay que reconocer las buenas intenciones de Sebastián Piñera y su equipo; que es menester dejarlo gobernar porque el hombre sabe lo que hace, es demasiado.

Si la noche del triunfo se escuchaba clarito el canto: “General Pinochet, este triunfo es de usted”. Si el presidente del Senado, Jovino Novoa, senador UDI, ni siquiera esperó que Sebastián Piñera asumiera para anunciar que se terminaban los juicios a los militares culpables de delitos de lesa humanidad. ¿Se habrá olvidado que aún tenemos detenidos desaparecidos y que quienes los detuvieron, siguen afirmándose en la mentira de que no saben qué pasó con ellos?
Me parece que la prédica de la amplitud es adecuada sólo si cuenta con el respaldo de la coherencia.  Si no es así, no pasa más allá de una jugarreta política que hay que denunciar como se pueda.  La Alianza por Chile, que comenzará a ser gobierno el 11 de marzo, no fue precisamente colaboradora, paciente y generosa con la Concertación.  A eso se debe que la Constitución no haya sido reformada realmente.  Que la democracia chilena sea excluyente, porque así lo dispuso la dictadura que le dio origen. Que los compatriotas que residen en el exterior no puedan botar. Todos frutos jugosos de la democracia de los acuerdos. Tal vez también fue esa ensoñación la que obnubiló al ex presidente Patricio Aylwin. Y en tal estado de conciencia alterada resolvió desmontar todo la incipiente batería comunicacional con que contaba la Concertación durante la dictadura.  Hoy, en Chile las comunicaciones las maneja un solo sector, el económico.  Que ahora concentra en sus manos también el poder político.     

Cuando cosas como ésta ocurren, se dan paradojas. Una de ellas es que los deseos del presidente electo se transformen en órdenes para todos los chilenos.  A Piñera le molesta que los periodistas le pregunten por sus inversiones.  Por ejemplo, cuánto ha ganado desde el momento de la elección con el alza de las acciones de Axxion, que es la manejadora de Lan Chile. Y los periodistas no preguntan. Por lo tanto, el hecho deja de ser noticia. Porque tenemos que acostumbrarnos: un suceso es noticia sólo cuando los medios quieren darlo a conocer. Y eso, que es una verdad irrefutable y con muchos años en la espalda, ahora se transforma en un peligroso expediente. ¿Cómo van a fiscalizar los medios? Si la línea política es una sola, no hay competencia por desentrañar la realidad que ocultan los acontecimientos hasta que se transforman en noticia.

A más de alguien se le ocurrirá la peregrina idea de rescatar el derecho a estar en desacuerdo.  A protestar a viva voz para que su reclamo se escuche. Será condenado por impaciente, que es el paso previo a transformarse en terrorista. Pese a los epítetos y los riesgos, cuenta con mi apoyo. No estar de acuerdo es democrático, por mucho que la derecha esté acostumbrada a mandar y a que la obedezcan sin chistar.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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