Elites en fuga

  • 22-03-2010

En nuestro constante, y a veces majadero, interés por clarificar la relación entre el desarrollo territorial y el desarrollo social, trataremos el complejo proceso de conformación y continuidad de las elites.

Podemos hacer una afirmación general en el sentido que las sociedades son más abiertas y democráticas en la medida que no tan sólo haya un proceso de movilidad social, sino que esta movilidad afecte también a las elites. No hablamos de su eliminación, cuestión imposible (muchas revoluciones de lps siglos XVIII, XIX y XX así lo demuestran), sino que las elites también entren en el proceso de cambio, de aceptación de nuevos grupos que compartan la cúpula del poder.

Debo decir que, respecto a la sociedad chilena, en lo personal estaba esperanzado que se hubiera producido un proceso de recambio de las elites debido a una serie de hechos que sin duda marcan un proceso de movilidad social, tales como la composición de los estudiantes universitarios (siete de cada diez alumnos en la universidad son primera generación en la educación superior), la apertura  y masificación del consumo (independiente de la opinión que tengamos de ese tipo de consumo), nuevos grupos emergentes en la economía y en la administración del poder político, etc.

Sin embargo, esta movilidad social, esta irrupción de nuevos actores en el goce de los beneficios del consumo masificado y del poder social, cultural  y político no llegó, o mejor dicho, no afectó a los niveles más duros y permanentes de las elites tradicionales. Dicho de otra manera, pese a 20 años de construcción democrática y de cambio social y cultural, no hubo la irrupción permanente de una nueva elite ligada al proceso de democratización del país, salvo contadas excepciones (y que ya pertenecían a las elites tradicionales).

Esta reflexión se hace necesaria al analizar a simple vista la composición de las nuevas autoridades políticas, pertenecientes en proporción importante a las elites más tradicionales del país. Por otro lado, la mayoría de los que hasta ayer fueron altos funcionarios, hoy son simples ciudadanos y sin las posibilidades que da el poder. Es decir, la realidad nos demuestra que, pese al acceso a la administración del poder político, estos grupos emergentes no lograron constituirse como elite. No alcanzaron a serlo.

Por eso es relevante lo afirmado por el director de un semanario en el sentido de que, debido al cambio político operado en nuestro país, social y culturalmente fueron muchos más los que salieron de los espacios de poder que los que entraron.

Qué duda cabe, en Chile, la sociedad tradicional es muy cerrada. Algo similar ocurre con la ciudad. Puede ser que en un momento determinado algunas áreas de la ciudad se compartan entre las elites y los grupos emergentes (mejor ni hablar de los sectores populares, ya que las convivencia espacial con otros sectores es casi nula), pero eso no significa vecindad. El vivir en un mismo barrio, de elite, no significa pertenecer a un mismo círculo. Se puede convivir por un tiempo. Hasta que las elites se ven ahogadas y emigran a otro lugares, buscando la exclusividad y diferenciación. Esta ha sido una característica permanente del comportamiento de las elites respecto a nuestras ciudades, especialmente en Santiago.

Es así que frente a cada expansión del sistema económico, las elites han emigrado dentro de la ciudad en vez de consolidar la ciudad ya establecida. Se pueden destacar a lo menos cinco etapas de esta huida permanente de las elites dentro de la ciudad.

La primera fuga se produce alrededor de 1830 en que, frente a la expansión económica del oro y plata y a la exportación de trigo a Australia y California,  las elites emigran desde el centro de Santiago al Barrio Yungay. Más tarde, frente a la expansión salitrera, las elites nuevamente (en vez de consolidar la ciudad ya existente) emigran hacia el sur de Santiago, en torno al Parque Cousiño.

Posteriormente, alrededor 1940 (con la expansión económica que significó el proceso de industrialización sustitutiva, vemos un nuevo salto de las elites que se instalan en Ñuñoa, el Llano Subercaseaux y Providencia. También debemos consignar que en los años 60, frente al crecimiento económico debido a la expansión cuprífera, las elites dan un nuevo salto, buscando exclusividad y se consolida el barrio Las Condes. Por último, un quinto salto de huida de las elites dentro de la ciudad ocurre, durante la dictadura,  a la sombra del boom financiero que comienza en los años ochenta y se trasladan, o mejor dicho, se refugian en la pre cordillera.

Esta extraña, paradójica, irracional y única situación ayuda a  explicar lo renuente de las elites chilenas a compartir el poder social político y cultural, y a lo poco consolidados que son los barrios históricos de Santiago, ya que las elites hace tiempo y de manera constante y permanente huyen de sus no iguales.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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