La tormenta sobre el Vaticano que se venía presagiando durante la última década finalmente se desató a nivel mundial y tiene a las jerarquías eclesiásticas tratando de contener sus devastadores efectos. Los libelos acusatorios contra las víctimas no sólo llevaron a curas pederastas a la cárcel y a descorrer velos sobre la memoria de conspicuos sacerdotes -como el mexicano Maciel-, sino que intentan sentar en el banquillo de los acusados al propio Papa Benedicto XVI y a los cardenales Tarcisio Bertone y Angelo Sodano, porque ellos “representan la cumbre de una pirámide que exigía el secreto”.
Así lo hizo ayer un notorio abogado en Milwaukee, a nombre un tal John Doe 16, uno de los 200 niños sordos abusados por un sacerdote estadounidense a cargo de la escuela especial a la que asistían. Según la acusación, los altos dignatarios mencionados cometieron fraude y encubrimiento durante el período en que el entonces cardenal Ratzinger era Prefecto para la Doctrina de la Fe y los otros dos su segundo y Secretario de Estado vaticano, respectivamente.
Desde entonces hasta ahora ningún cambio radical se había producido en la actitud oficial de la Iglesia. Hasta que el miércoles, el Pontífice –hablando en la plaza San Pedro- se comprometió públicamente, por primera vez, a tomar acciones por las denuncias de abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Horas después, el papa Ratzinger aceptó la renuncia de un tercer obispo irlandés acusado de paidofilia (esa es la acepción oficial) y uno belga y, por efecto cascada, la del obispo de Augsburgo, por maltratar físicamente a niños de un orfanato y mentir al respecto, en lo que se calificó como la primera dimisión en la iglesia alemana.
Ayer jueves también la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales ofreció sus disculpas por “pecados muy graves cometidos por la comunidad católica”, la que siguió a una declaración acaso más enfática de los obispos chilenos.
Pero lo que está ocurriendo en las últimas horas en la parroquia santiaguina de El Bosque ilustra muy bien la falta de consecuencia, criterio y valentía con que los fieles y jerarcas más tozudos están enfrentando las acusaciones contra prestigiosos e influyentes curas, como el conservador y espiritualista Fernando Karadima. Este caso refleja una vez más la carencia de una estrategia comunicacional de la Santa Sede para enfrentar la ola mundial de acusaciones, a pesar del talento y buena voluntad del encargado de la oficina de prensa vaticana, Federico Lombardi.
El hecho de que él no esté empoderado para transmitir una línea oficial –ni siquiera habla con el Papa sobre el asunto, sólo con el secretario de Estado- produce un vacío que llena quienquiera se lance a opinar, más aún si se trata de alguien prominente. El propio Bertone inició su reciente estada en Chile mostrando una contenida exasperación ante la majadería de los medios al respecto, para finalmente salir con su numerito de que “la pederastia está relacionada con la homosexualidad”, olvidando que aquella, que es un delito, la practican también los heterosexuales.
(Y todavía más, agregaríamos nosotros, si se cae en la sodomía dentro de la Iglesia es porque son niños varones los objetos sexuales más al alcance de los que no logran superar la exigencia del celibato).
En México, Argentina, Brasil, Chile, etc. la jerarquía no hace públicas las acusaciones, y ante la contrición del pecador-victimario no lo pone a disposición de la justicia del crimen, sino que lo envía a claustros, tal como confinó en Colombia al ex obispo de La Serena, Francisco José Cox. Ahora la defensa de parte de la institución y la comunidad se cierra en torno a un sacerdote acusado responsablemente por cuatro profesionales que mantuvieron amplios lazos con él.
Obispos poderosos y con jurisdicción y hasta un diputado de la UDI se adelantan a proclamar su “absoluta inocencia”, olvidando que, pese a que todo imputado es inocente hasta que se demuestre judicialmente lo contrario, quien se sienta afectado tiene derecho a acudir a la justicia, sin que sea deslegitimado por tomar esta vía, aun tardíamente, después de superar pudores e intimidaciones.
Además, la literatura, el cine, la vida sorprenden siempre con oscuras verdades ocultas por desempeños públicos intachables, por lo que prejuzgar a favor es igualmente arriesgado que hacerlo en contra.