Hay tantas formas de repasar los años vividos. La música y las novias son referentes importantes, sin duda, recurso usado por múltiples escritores. Esos referentes me han servido para ubicarme en el tiempo: hasta hoy logro situar una canción en el período correspondiente por su asociación con alguna mujer. Sin embargo, eso me es posible hacerlo sólo a partir de los sesenta, cuando la infancia empezó a dar paso a la adolescencia. Pero la música también me genera otras conexiones: los programas de radio.
Mi madre tuvo la buena idea de heredarme muy temprano una pequeña radio a tubos que me empezó a acompañar hacia mitad de los cincuenta, mientras vivíamos en el norte del país. Recuerdo que en ella escuchaba dos programas matinales, probablemente sabatinos: La Tía Emilia y Discomanía. El primero, auspiciado por Lanas Edilio, era un programa del hogar conducido por una señora Emilia (claro) acompañada de Ricardo García, quien luego conducía el segundo acompañado a la distancia por su creador, Raúl Matas. No se por qué, pero de la música de ese programa en sus inicios sólo recuerdo nítidamente el bolero “Cuando tú me quieras”, cantado por Raúl “Show” Moreno.
De vuelta en Santiago, mis programas de radio se multiplicaron. En el Savory Hits lo importante eran sus conductores, una Gloria Benavides adolescente (si, la Cuatro Dientes) y Poncho Pérez, un profesional de la locución. Coincidiendo con mi desatada afición por la lectura, El Inspector Nugget radioteatralizaba historias de misterio de grandes escritores del género, como William Irish o Agatha Christie, comenzando siempre con la frase “quédese allí y no se mueva”; mi madre, mis hermanas y yo, obedientes, nos quedábamos en torno a la radio sin perder detalle. Por las noches mi favorito era el Chico Meneses, comedias radiales escritas y actuadas (habladas) por el gran Lucho Córdova, cuya afección asmática le confería un atractivo particular cuando cerraba un capítulo con una moraleja divertida que siempre empezaba con “como decía mi papacito…”. Luego sumaría Radio Tanda, con Ana González, Sergio Silva y Ricardo Montenegro (Don Casiano Peláez y Peláez); también Residencial La Pichanga, donde los inquilinos eran los clubes de fútbol como Don Juan Colo Colo. A propósito, en el fútbol siempre seguí por el dial a Hernán Solís, con sus floridas descripciones que se transformarían en su sello de marca: “se hizo un ovillo en el suelo”, o “volando como un Caravelle”, y mi favorita, “la pelota fue a salir más cerca del banderín del corner que de los tres palos que defiende Misael Escuti vestido rigurosamente de negro”; de corrido, sin respirar.
En los sesenta la radio fue una fuente inagotable de música. Además de Discomanía, dos programas quedaron grabados en mi memoria: El Tocadiscos y El Club de Los Beatles. Conducido por Julio Gutiérrez (cuya imagen nunca he visto), el primero tenía un espacio dedicado a los recuerdos, donde conocí la música en inglés de los cincuenta, que no me parece haber escuchado antes salvo la contenida en los discos que mi padre llevaba al norte desde Santiago. Así, en términos precisos mi relación con esa música podría ser descrita como “recuerdos de los recuerdos”. Conocí al conductor del Club de Los Beatles, Agustín “Cucho” Fernández, muchos años después, en el matrimonio de un alumno de mi mujer. Lo reconocí por fotos aparecidas en las revistas juveniles de los sesenta y me acerqué a saludarlo, previa consulta de rigor: “¿Es usted…?” Para mi sorpresa, Don Agustín llamó en voz alta a su mujer para que se acercara, diciéndole “¿Ves? Te dije que yo tenía muchos auditores.”
Nunca pensé que entraría a la radio como conductor de un programa, cosa que ocurrió comenzando los noventa; es decir, llevo ya veinte años en esto. Hoy escucho la Radio Universidad de Chile y unas cuatro más que sirven de complemento musical y noticioso. Casi no veo televisión. Y me gusta mucho buscar el Bello Sino en compañía de ustedes.