El primer libro de Saramago que comencé a leer fue El Evangelio según Jesucristo. Todo empezó con el hojeo curioso de lector empedernido al encontrar el texto en el departamento veraniego de unos amigos; luego de pocas páginas la prosa fluida, inteligente y profunda del escritor portugués se instaló para siempre en mis preferencias. Su firma está estampada en dos de sus libros en nuestra biblioteca, producto de la visita que él hiciera el año 2003 a la Villa Grimaldi, el centro de detención y tortura establecido durante el período en que se instalaron los fundamentos de nuestro actual orden económico.
A pesar de las muchas peticiones posteriores, el contenido de la intervención de Saramago en una visita previa en un recinto gubernamental no fue accesible sino hasta una oscura transmisión televisiva varios años después, que vi por casualidad. Allí comenzó planteando una lúcida crítica política: los pobres – dijo – son mayoría en todos los países del mundo, pero no gobiernan en ninguno; hay un problema con la democracia. Encontré esa idea – subversiva en su nitidez – más desarrollada en un texto contenido en un librito que me fuera obsequiado “de yapa” en una librería de Santander. “Su voto” – decía el escritor y ciudadano en la clausura del Foro Social Mundial de 2002 – “no ha tenido, no tiene y nunca tendrá un efecto visible sobre la única fuerza real que gobierna el mundo y por lo tanto su país y su persona: me refiero, obviamente, al poder económico…”. Tal vez ahí está el meollo de su Ensayo sobre la Lucidez que publicara en 2004, donde los votos blancos resultan mayoría en una elección; al repetir el gobierno el proceso, los votos blancos aumentan y se instala un estado de sitio. Peligroso asunto este de la lucidez colectiva.
Tal vez por eso me parece tan congruente su forma de promoción de la lectura, tan lejos de la obligación de leer y tan cerca de nuestra búsqueda del Bello Sino. Saramago defiende la comunicación entre los lectores: “¿Por qué no organizan las librerías que disponen de sitio encuentros de lectores?” Rescata al lector como sujeto activo: “Leer si que es una batalla. Leer es un encuentro… Leer es una relación.” Sugiere que no entenderlo así estimula el analfabetismo funcional. Por eso agrego que leer, compartir, entender y preguntarse son, sin duda alguna, herramientas imprescindibles para acceder a un mejor destino colectivo, más poderosas aún con la herencia que nos deja José Saramago.