La pregunta que hay que hacerse ante la ruptura de relaciones de Venezuela con Colombia es por qué el saliente presidente Alvaro Uribe decidió provocar esa decisión de su par Hugo Chávez. La presentación de ayer en la OEA de las pruebas de que las FARC operan desde territorio venezolano podría tal vez no ser suficiente, pero ésa no es, a estas alturas, la cuestión de fondo, sino otra: que el gobernante que deberá desocupar Palacio Nariño en diecisiete días más haya decidido presentarlas ahora.
Es justamente lo que expresó, invirtiendo los tiempos, el ex presidente conservador Andrés Pastrana: si la ayuda de Caracas a las guerrillas existía, ¿por qué se esperó tanto para tolerarla sin denunciarla debidamente? Otro ex presidente colombiano, el liberal Ernesto Samper, cuestionó aún que Uribe haya decidido judicializar el asunto, llevándolo a instancias multilaterales y exigiendo verificaciones internacionales, en vez de persistir en el diálogo y el consenso entre las partes.
Lo que enreda más la respuesta a tales interrogantes es el acercamiento con Caracas –y también con Quito- que estaba procurando el presidente electo Juan Manuel Santos (quien optó por el silencio al conocer la noticia en México). El no solo fue ministro de Defensa del Mandatario saliente, lo que daba mayor valor a su actitud de concordia, sino que fue expresamente elegido como su delfín, volviendo intrincadas las razones de Uribe para torpedearlo en sus intentos de paz con un vecino tan importante y difícil y su aliado ecuatoriano.
La ambición de regresar a la Presidencia dentro de cuatro años puede ser parte de un diseño estratégico que contemple previamente una posible postulación a la alcaldía de Bogotá, donde podría completar lo mucho que falta en seguridad urbana. Uribe ganando la batalla en la capital y Santos lidiando con la compleja, acaso insoluble, situación fronteriza podría ser un plan demasiado maquiavélico. Más verosímil suena que Washington haya alentado la tensión entre los dos países para justificar su presencia militar en la zona a través de siete bases en suelo colombiano
Lo más concreto de todo –y que relativiza la denuncia de ayer en la OEA- es que no sólo los guerrilleros se desplazan entre ambos lados de la extensa frontera binacional, también los paramilitares rearmados y las víctimas, los narcotraficantes y los contrabandistas, lo que hace la situación incontrolable para ambos gobiernos. Así como se le adjudican naturales simpatías con los grupos izquierdistas, Caracas sería, entonces, también pasible de tolerancia hacia las bandas derechistas que le son ideológicamente contrarias. Como advierten mentes lúcidas colombianas, en ningún caso el régimen de Hugo Chávez podría ser responsable de una guerra interior que no ha sido ganada, ya que las FARC aún dominan sin contrapeso en al menos tres departamentos.
Echarle la culpa de lo que sucede al controvertido caudillo bolivariano, según esas opiniones, no constituirían más que un acto mediático, cuyas consecuencias son políticas, económico-comerciales, sociales y humanas. Y si es por actitudes comunicacionales, Chávez siempre irá más lejos. A la reunión extraordinaria de la OEA en Washington eligió responder –sorpresivamente- en presencia de un notable simpatizante argentino que no atinó a reaccionar, la leyenda viviente del fútbol Diego Armando Maradona.