Difícil tarea la de conocer las múltiples dimensiones de la vida conyugal, incluso para quienes llevamos tantos años en ello. Y lo es porque, al igual que en los asuntos del sexo, nadie cuenta las verdades cotidianas de la convivencia en pareja. Ergo, uno sólo puede sumar a la propia experiencia lo que observa en las parejas cercanas y lo que describen literatos, estudiosos o cineastas con más o menos fidelidad. Así, la visión que cada uno tiene de la vida conyugal va evolucionando dependiendo de la exposición a estas tres fuentes de información.
No conozco pareja alguna donde, independientemente del carácter civil o religioso de la unión marital, cada uno de los miembros no piense que el paso que está dando es – y perdone usted la simplificación – para siempre, cualquiera sea el significado atribuido a estas dos palabras. Tal vez por esta expectativa – asaz desmesurada – es que se habla de fracaso cuando la unión resulta finita, vulnerable. Es probable que esto explique la primera impresión que tuve de Escenas de la Vida Conyugal, la gran película del sueco Ingmar Bergman estrenada en 1973. La vi unos pocos años después, estando yo recién casado. En síntesis, el filme – originalmente un mini serie para la televisión – narra en seis episodios la vida de una pareja ya establecida, desde la exposición de las diferentes perspectivas de cada uno de sus miembros hasta el reencuentro – siempre conflictivo, aunque amistoso y maduro – luego de la separación. Volví a ver el filme en dos ocasiones adicionales: unos quince años después y recientemente, luego de adquirir una buena versión en DVD. Las tres veces quedé muy impresionado, pero por razones distintas.
El recuerdo más vívido de mi primera exposición a la película de Bergman es el del reencuentro voluntario y subrepticio de los protagonistas, ya maduros y con nuevas parejas estables; probablemente mi juventud me llevo a interpretar ese encuentro clandestino como muestra de que la siembra de los primeros años de compañía era definitiva, inquebrantable. Distinto es lo que recuerdo más nítidamente de la segunda ocasión en que vi las Escenas; allí lo que me quedó en la retina (y en el corazón) fue la violencia física que aflora cuando la pareja se junta a firmar los papeles de la separación. En la escena – y al revés de lo que había ocurrido cuando él anuncia su alejamiento mucho tiempo antes – es él quien pierde los estribos. Las imágenes y texto que allí muestra el director probablemente iban de la mano con mi percepción entonces de lo complejo del asunto de las relaciones estables entre los hombres y las mujeres.
Después de todos estos años no he encontrado factores explicativos de la permanencia o fin de una relación de pareja. Cuántas veces he escuchado las conclusiones a partir de la observación de pocos casos: “se separaron porque eran muy parecidos” o “se mantuvieron juntos por la afinidad de intereses”, por mencionar dos “explicaciones” evidentemente contrapuestas. Tal vez lo único que he podido concluir es que una pareja se construye, es decir, requiere esfuerzo pues no está garantizada como tal. Esto significa ponerle el hombro y tolerancia (aunque – claro – todo tiene un límite). Esto bien podría explicar lo que más me impresionó en mi última revisión de la película de marras, hace pocos meses. Casi al comenzar, los protagonistas reciben en su casa a una pareja amiga. A la hora de lo que aquí llamamos el bajativo, comienza un intercambio verbal entre los invitados que va subiendo de tono, no en volumen sino en intensidad emocional. Los invitados se hieren profundamente al hablar, al dirigirse el uno al otro, lo que provoca no sólo la reveladora conversación posterior, íntima, de los anfitriones, sino el desarrollo contextual de la película misma.
Películas como la de Bergman nos hacen aflorar el voyeur que llevamos dentro pues, debido a lo poco que sabemos de la vida conyugal de los demás, es como mirar por el ojo de la cerradura. Y Bergman no se deja llevar por la tentación de aparecer como héroe, ni en ésta ni en otros filmes de evidente contenido autobiográfico. Por eso quienes buscamos el Bello Sino lo sabemos un aliado.