Con esto de que los economistas hacen la política, las democracias se parecen cada día más a las empresas. Tal vez si los únicos que se imaginaron tal desenlace fueron los calvinistas. Lo concreto es que hoy la Humanidad se mueve bajo una cierta lógica que éstos, según Max Weber, tenían en el centro de su visión del mundo y de la relación de los seres humanos con Dios. Justo es decir, también, que el capitalismo actual se despojó de la mayoría de los preceptos éticos y morales que el calvinismo le adosaba. E igualmente es necesario aclarar que cuando tal esquema de pensamiento se identificó con la política, ésta hizo su propio aporte.
En la actualidad somos testigos de acciones que van delineando un escenario nuevo. Nuevo para la política, antiguo para las transacciones económicas. Con el ciudadano convertido en consumidor, la democracia opera como una compañía en que cada accionista tiene derecho a entregar su parecer. Lo hace en las elecciones destinadas a designar ediles, alcaldes, diputados, senadores, presidentes, etc. Algo así como las Juntas, organismo en que se designa al presidente y a los miembros del Directorio.
Hasta ahí la analogía tiene algún sentido. Pero pronto comienzan a producirse marcadas diferencias con el concepto tradicional de la política. Sobre todo si aceptamos a ésta como “El arte de hacer posible la vida en sociedad”. En tal idea, y como base esencial, hay un precepto de aceptación de diferencias que se sustenta en un principio de equidad. Por tanto, existe un muro infranqueable que separa a la empresa y a la democracia, por citar una forma de hacer política.
Con una mirada un poco más laxa, se puede sostener que en los negocios también se trata de llegar a acuerdos para hacer posible las transacciones. Y sería cierto. Pero la diferencia se manifiesta en que estas últimas no consideran un fin que supere el beneficio de las partes. En cambio la política tendría que perseguir el bien común, el interés general, como única meta. Se aceptan las diferencias, pero se trata de buscar caminos de aceptación que acerquen, incluso en el monto de los bienes, no que separen.
En el nuevo escenario las cosas ya no son así. Impera la lógica empresarial. Eso significa que los propietarios del capital imponen las condiciones. Y el acrecentamiento de éste marca las pautas del accionar político. Por tanto, la lucha de clases aparece sojuzgada, porque las clases sociales han dejado de tener importancia. Todos vamos en el mismo barco y es sólo el capitán quien hace las asignaciones.
De esta manera puede explicarse lo que está pasando con la política a nivel global. En tal entelequia todos intentan ubicarse en el centro, como si el tejido social de las naciones en desarrollo, pobres, o como quiera llamárseles, fuera de una urdiembre pareja. Y lo que resulta de esa aspiración es que cuando ganan los que no son dueños del capital, tienen las manos atadas por la realidad y por sus propias convicciones de autocensura. Algo muy similar a la claridad que tiene el gerente de que no puede ir en contra de los intereses de su patrón.
Por eso sería que en Chile, el presidente Sebastián Piñera puede llevar a cabo acciones que sus contradictores políticos no se atrevieron a efectuar en 20 años que tuvieron el poder político. La construcción de la termoeléctrica Barrancones amenazaba un suntuario natural por él muy querido, pues se cierra el proyecto. No importa la institucionalidad, ni el daño que se pueda hacer a la imagen del país. Él sabe que basta con la explicación de que se trata de “una medida excepcional”. Las aclaraciones más de detalle para los inversionistas se darán en privado y en un lenguaje que los gerentes no pueden manejar con autonomía. Siempre estarán sujetos a la aprobación del propietario.
Esto también explica que un gobierno de derecha esté dispuesto a revisar la Ley antiterrorista y la Justicia Militar, cuestiones que no se atrevieron a enfrentar decididamente -y, es más, las aplicaron, como en el caso mapuche- regímenes de un signo autoproclamado de centro izquierda o progresista. Tal realidad también puede servir para entender que la ciudadanía esté dispuesta a probar, jugando sus votos a un régimen derechista cuyos intereses, supuestamente, se encuentran más alejados de los de la mayoría del país.
A nivel mundial, esta confusión en el centro tiene explicaciones varias. Sin embargo, todas apuntan, finalmente, a que la izquierda no ha encontrado respuestas coherentes propias y se aleja de los postulados del socialismo. Es el reconocimiento de una derrota ideológica. Pero, también, es la renuncia a ideales que guiaron a varias generaciones.
Es lo que aparentemente lleva consigo, por ejemplo, la nueva postura del sociólogo y politólogo chileno Tomás Moulian. De líder de los postulados izquierdistas post dictadura, ha pasado a defender lo que él denomina -antes que lo hiciera Hugo Chávez, aclara- Socialismo del Siglo XXI. Nada tiene que ver, sin embargo, con el socialismo marxista. Esto lo ubica en una posición que, sin renunciar al capitalismo, busca mejoras. Nada nuevo, si se piensa en la socialdemocracia. Y manifestación evidente de que aún no se encuentra una alternativa.
Ah, y una última aclaración. En esta compañía, los accionistas minoritarios no pueden vender sus acciones. Se las pueden arrebatar, sí.