Respuesta a la inseguridad: ¿Políticas urbanas o represión?

  • 18-10-2010

Las ciudades constituyen el hecho cultural más complejo de la sociedad moderna. En ninguna construcción humana el intercambio de información, de bienes y de servicios es tan extendido y tan profundo, característica que se extiende a los grupos sociales y culturales que conviven en su interior.

Frente a este fenómeno, tan difícil de diagnosticar, conducir y controlar, se producen, muy esquemáticamente hablando, dos realidades. La primera, prevaleciente en la mayoría de las ciudades de África, Asia y Latinoamérica, en que se genera en el interior de la ciudad distintas ciudades, de acuerdo al nivel de ingreso de sus habitantes. Detrás de esta visión, está el temor de la gente (sin duda que inducido por los medios) a lo desconocido, a las personas con costumbres distintas y con otro nivel de ingresos, incluso con otro color de pelo.

La segunda realidad está caracterizada por el intento, mediante políticas públicas urbanas fuertes, de integrar en la ciudad a los distintos sectores sociales, tal como ocurre en la mayoría de las ciudades europeas. Detrás de esta visión está la idea que la ciudad es un bien al cual todos los habitantes podemos y deberíamos acceder. Subyace a esta visión la idea que la política urbana, como instrumento de construcción social, es tanto más eficiente que las políticas represivas y las políticas sociales reactivas.

Para lograr una ciudad más equitativa no se necesita plantear la eliminación de las diferencias sociales, sino que el tema fundamental está en asegurar una localización de la vivienda social mas adecuada, y en la dotación de espacios públicos a todos los ciudadanos, en que convivan los distintos sectores sociales.

Tradicionalmente en Santiago hubo convivencia de sectores sociales. Es cierto que los pobres vivían al otro lado del río, en la Chimba, pero ese era un lugar cercano, lo cual les permitía compartir los beneficios urbanos (paseos, parques, fiestas, etc.). Posteriormente producto de la inmigración masiva de chilenos a las ciudades, especialmente a Santiago, las nuevas localizaciones para sectores pobres o emergentes se ubicaron cerca de la ciudad central. No nos olvidemos que la población la Legua se llama así porque está a apenas una legua del la Plaza de Armas. Y, por otro lado, no nos olvidemos que en los barrios acomodados del oriente de la ciudad (Providencia, Las Condes, La Reina, Ñuñoa) convivían distintos sectores sociales.

Todo esto cambió con la promulgación y aplicación, en 1979 durante la dictadura, de la Nueva Política de Desarrollo Urbano. Comenzó de esa manera la brutal expansión de la ciudad hacia los bordes, especialmente con vivienda para pobres.

Es necesario detener este proceso AHORA. Para ello se necesita la voluntad política y social de los actores principales del sistema político institucional del país. Estamos ad-portas de un conflicto social imparable (expresado en delincuencia, microtráfico, violencia y anomia) si es que no tomamos medidas urbanas a la brevedad posible.

¿Estarán conscientes de esto aquellos integrantes de la clase política, que frente a los síntomas señalados, solo proponen medidas represivas?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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