Las alarmas están sonando

  • 28-07-2011

Sólo la posibilidad de que Estados Unidos pudiera entrar en cesación de pagos eriza los pelos de las bolsas del mundo. Fue lo que ocurrió cuando Barack Obama, en una movida política de última hora, esbozó tal alternativa ante la dureza de la oposición republicana para aprobar un mayor endeudamiento fiscal. Puso fecha, incluso. A partir del 2 de agosto, el próximo lunes, Washington dejará de pagar sus deudas si el Congreso norteamericano no da el sí a nuevas cuotas de endeudamiento. No más el anuncio, las bolsas se desplomaron.

Así están las cosas. Y no hay que entrar en demasiadas honduras para comprender qué imagen de sí misma tendría la economía global con un EE.UU. en bancarrota. Pero aunque sea una hipótesis negada, deja entrever algo de una compleja situación real. Una situación que va mucho más allá que los problemas de Europa o de las desgracias de naciones de África, América Latina o Asia.

Si se amplía la panorámica, todo indica que la complejidad no está circunscrita a crisis financieras que generan debacles económicas y sociales. En el ambiente-mundo hay un clima extraño. Una sensación de agotamiento, de hastío de los ciudadanos con un sistema que profundiza la inequidad. Lo que se complica con demostraciones reiteradas de incapacidad de los dirigentes políticos para plantear alternativas eficientes. Y de dejar que la Política la hagan los economistas.

En Chile, las protestas se multiplican. Y no se pueden atribuir a la oposición. En realidad, ésta da cada vez más muestras de debilidad. No en los planteamientos, sino en la posibilidad de llevarlos a la práctica cuando logran articularlos. Ya no son sólo los profesores y estudiantes -técnicos, universitarios, de educación media-  los que salen a las calles y terminan haciendo huelgas de hambre para ser escuchados. Adolescentes presionando a un gobierno nacional con argumentos que, evidentemente, pueden llegar a ser terminales. Ha sido noticia mundial.

Pero no son sólo los estudiantes y los profesores. Tampoco son sólo los ecologistas y los trabajadores estatales. El local de la Unicef fue ocupado por adultos y menores que exigían que se les construyeran viviendas destruidas por el terremoto del 27 de febrero de 2010. En realidad, después de un año y medio y dos inviernos viviendo en condiciones misérrimas, exigían que se cumpliera un compromiso. Lo mismo que en el balneario de Dichato, en Talca, en Constitución.

Hoy fueron santiaguinos de a pie los que se tomaron una de las principales avenidas de la ciudad. Se trataba de adultos de distinta condición. Lo único que los unía era ser usuarios de la locomoción colectiva de la ciudad, el Transantiago. Después de esperar más de una hora los buses para llegar a sus trabajos, decidieron tomarse la vía. Muchas de las personas que protestaban se habían levantado a las 5 AM. Eran pasadas las 7:30 y aún esperaban. El incidente terminó con represión.

Un poco más tarde, el desencuentro fue netamente político. El Presidente de la República se quedó esperando a los cuatro presidentes de los partidos de la Concertación. Los opositores habían pedido la cita y hasta ayer estaban felices. Iban a tratar el problema de la educación. Hoy desistieron, porque el “Gobierno no había escuchado a las partes involucradas”. El oficialismo habló de humillación. Otros dijeron desaire. Hubo algunos más alarmistas que derechamente consideraron que era un agravio al país entero. Pareciera que se trata más de desconcierto. De no poder atinar siquiera con actitudes que hagan honor a lo que afirman. De no saber para donde enrumbar en estos días en que la gente -el pueblo- no necesita de los políticos para decir lo que piensa.

El Presidente Piñera, por su parte, reconoció, en la celebración del 80º aniversario del diario La Segunda, la inmoral inequidad que impera en el país. Recordó que pese a ser Chile la nación con mejores resultados económicos en América Latina, es el que distribuye peor la riqueza. Lo dice un empresario, en el corazón mismo de la oligarquía chilena. La que concentra en sus manos la riqueza y no la redistribuye.

Todo esto no es casual. Es imposible pensar que pudiéramos escuchar tales aseveraciones si los chilenos no hubieran salido a las calles. Si no hubiese jóvenes haciendo huelga de hambre porque la educación que reciben es de mala calidad. Si basta con atravesar la cordillera para ver que la educación es mejor que acá y mucho más barata.

¿Por qué los ciudadanos tienen que tomarse la calle para demostrar que las cosas están mal? ¿Acaso la misión de los dirigentes no es aportar soluciones antes de que el país se transforme en una olla a presión?

Las alarmas están sonando… y fuerte. Para apagarlas no basta con los mea culpa. O quedarse en la inercia, porque es un mal mundial. Es necesario desactivarlas. Eso requiere más que palabras. ¿Está la derecha y la clase política dispuesta a ser generosa y a dejar de mirar sólo el interés individual?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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