Carla Cordua, ganadora del Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2011, define a la muerte como “el tirón de la tierra” en su libro “Cabos sueltos”. De una manera breve, pero extremadamente precisa, Carla explica sin moralina ni inexcrutables definiciones, al único otro hecho inevitable que le debe ocurrir a todo ser humano después del nacimiento.
“El tirón”, esta vez, lo ha ejercido el mar que, ayudado por el viento en el archipiélago de Juan Fernández, atrajo para sí al avión CASA 212 de la Fuerza Aérea de Chile, que transportaba a 21 personas para realizar tareas de ayuda humanitaria en el marco de la reconstrucción del 27-F, llevándolo hasta sus profundidades.
Un hecho que mortifica el inicio de septiembre, cuando las banderas que ahora pueden ondear libremente durante todo el mes que celebra a nuestra patria, y que estarán a media asta por el luto nacional que este desastre aéreo conlleva.
La presencia de una figura emblemática de la señal estatal como Felipe Camiroaga en el accidentado grupo ha significado una conmoción de nacional que ha tenido a todos los medios de comunicación transmitiendo de manera ininterrumpida, una nueva cadena nacional del desastre que, esta vez, a diferencia del espectacular final de los 33, tiene víctimas fatales.
Nos estamos convirtiendo los chilenos a punta de golpes, en verdaderos expertos de un triste género: “el reality de la desgracia”, cuando a escasas horas de ocurrido el accidente, las mismas cámaras del canal estatal se introdujeron en la intimidad del equipo profesional del programa “Buenos días a todos” para mostrar la devastación emocional en la que estaban sumidos.
La necesidad de saber qué está sucediendo minuto a minuto tiene a medio Chile pegado a la televisión y a la radio, en una cadena nacional de tristeza que se repite una y otra vez, que dice lo que ya se sabe de mil formas diferentes, que no puede ofrecer aún declaraciones concluyentes de cómo sucedió exactamente el infortunio, pero que no puede dejar a una teleaudiencia ávida de más información en el desamparo de la programación ajena al hecho.
Los medios de comunicación de la mano hoy de las redes sociales producen esa suerte de “compañía” que tanta falta hace en la desgracia. Cuando sólo se necesita sentir al otro, saber que está ahí, independientemente de si dice algo o no, pantallas de televisión, innumerables tipos de aparatos que reproducen las frecuencias radiales o celulares premunidos de radio o twitter, son hoy la manera de hacer sentir a muchos que son parte de un todo. Todos estamos conectados, y la mejor prueba es que en momentos en que el Presidente de la República se reunía con la Confech y otros actores en La Moneda, los mismos jóvenes que lo miraban cara a cara, enviaban mensajes con detalles de la conversación, como que el mandatario ya les adelantaba que el desastre de Juan Fernández era total y que las esperanzas eran casi nulas. Y a pesar de que el Presidente, horas más tarde, saliera ante los medios, a acompañar a los deudos y a la golpeada ciudadanía, sin ser tan terminante como lo fue en privado junto a los estudiantes , ya se sabía lo que había confesado.
Dentro de las páginas negras del oportunismo periodístico quedará el intento de portada sabatina que el diario Las Últimas Noticias subió la noche del viernes a su página web con el titular de la siguiente edición, y que tenía a un Felipe Camiroaga a toda página con el funesto título de “El último vuelo del Halcón”, cuando aún no se encontraba ninguna víctima fatal que diera cuenta de lo que se venía. El rechazo de la ciudadanía, una vez más fue inmediato, y las redes sociales estallaron en censuras al diario solicitando que nadie lo comprara al día siguiente. La página fue bajada pero el registro quedó en el prontuario que no perdona, como lo es Internet.
En el ámbito de la publicidad, la multitienda Ripley, comenzó a cubrir muy temprano el sábado, la publicidad callejera y al interior de las tiendas, los afiches en que aparecía el conductor del TVN como “rostro de sus campañas”. La explicación que dio la empresa fue una cuestión de orden ético, como no lucrar con alguien que estaba pasando por una desgracia, y que también causó cierta molestia cuando fue interpretado como que se le daba por muerto y se procedía, por tanto, a cubrir imágenes como lo estipula la tradición judía de la que descienden sus dueños, cuando alguien ha muerto.
Hoy, parte importante de la ciudadanía no está dispuesta a aceptar los excesos de los medios de comunicación ni de nadie que quiera aprovecharse de la situación. Pero queda otra parte, expuesta a los desatinos y que sin mayores cavilaciones acepta los exabruptos.